El documental del fotógrafo Sergio Larraín según su hija Gregoria: “Lo que me pareció más revelador es que él se liberó”
La cinta Sergio Larraín: El Instante Eterno volvió a poner en el foco la enigmática figura del primer fotógrafo latinoamericano en unirse a la agencia Magnum. En diálogo con Culto, su hija mayor dice que el filme superó sus expectativas y revela por primera vez sus planes de crear una fundación para recopilar la obra completa del artista chileno. “No me gusta la palabra ‘deuda’, pero creo que Sergio Larraín se merece todos los reconocimientos desde el Estado y hasta mundial”, afirma.
El mito sobre que las barreras en torno a Sergio Larraín Echeñique (1931-2012) eran impenetrables para cualquier foráneo sólo era eso, un mito. Lo sostiene el cineasta Sebastián Moreno (Habeas corpus, La ciudad de los fotógrafos), quien hace seis años se lanzó en una investigación que le permitió adentrarse en su obra y en su círculo más estrecho para dar forma al recién estrenado documental Sergio Larraín: El instante eterno, que despliega parte de su impresionante archivo en la agencia Magnum y recorre sus 80 años de vida.
Notablemente completo, el proceso tampoco desembocó en que todos aceptaran involucrarse. De hecho, la artista estadounidense Sheila Hicks, una de las mayores figuras del arte textil en el mundo, con quien estrechó lazos en su primera visita a Chile en 1957, contestó con un rotundo no a la petición. Alejandro Jodorowsky, uno de sus buenos amigos, ni siquiera brindó una respuesta al realizador.
Quien sí estuvo implicada desde las primeras etapas del proyecto fue su hija mayor, Gregoria Larraín, nacida en 1961 en Santiago fruto de su relación con la artista peruano-francesa Paquita Truel. Su vínculo padre-hija fue probablemente tan volátil como la vida misma del fotógrafo, sobre todo luego de que a los cuatro años Truel se mudara con su mamá a Francia, momento en que, ahora recuerda, “mi madre quiso olvidar esa etapa de su vida”.
Criada en París y formada como artista en Estados Unidos, Gregoria mantuvo un lazo más estrecho con su papá cuando se mudó a La Serena y Ovalle. Esporádicamente, lo visitaba en el pueblo precordillerano de Tulahuén, donde el fotógrafo se recluyó a partir de los 70 concentrándose en el yoga y la meditación, el mayor enigma para quienes lo celebraron a mediados del siglo XX como uno de los grandes talentos de la fotografía mundial por sus retratos de Valparaíso, la mafia siciliana y la boda del Shá de Persia y Farah Diba. Su ingreso al grupo Arica a fines de los 60 lo habría cambiado por completo, según sugiere el documental, que también cuenta con testimonios de sus hermanas y de Juan José Larraín, el hijo que posteriormente tuvo con Paz Huneeus.
En diálogo con Culto (por vía escrita según su petición), la hija mayor de Larraín indica que el documental “superó mis expectativas” y da a conocer por primera vez la creación de una fundación en torno a la obra de su padre. “No me gusta la palabra ‘deuda’, pero creo que Sergio Larraín se merece todos los reconocimientos desde el Estado y hasta mundial”, afirma.
-¿Qué la motivó a participar como entrevistada del filme y a colaborar durante el proceso? ¿Comprendió que su madre, a diferencia de usted, se restara de participar?
Tenía muchas ganas de contar la vida de mi padre, que encontraba extraordinaria. Hice todo lo posible para ayudar a este proyecto. Mi madre, en cambio, fue muy discreta, no quería hablar sobre el tema. De hecho, cuando yo tenía cuatro años nos fuimos a París y mi madre quiso olvidar esa etapa de su vida.
-En el documental se aprecia la distancia de su padre con su familia, en particular con su papá, Sergio Larraín García-Moreno. ¿Alguna vez él le habló sobre esa parte de su vida? ¿Qué grado de cercanía tiene usted actualmente con su clan paterno?
El Queco (Sergio Larraín Echeñique) discutía acaloradamente con su padre, Sergio Larraín García-Moreno. Mi abuelo sufría mucho con este hijo descarrilado. Sin embargo, años después, me dijo que quería mucho a mi abuelo, y su lucha interna se había apaciguado. Mi clan paterno es muy cercano hasta el día de hoy.
-Después de haber visto el documental, ¿el cambio que vivió su padre al interior del grupo Arica le sigue pareciendo “un misterio que nadie sabe”, como señaló a este medio en 2019?
El grupo Arica me parece una estafa, como todas las sectas. Quizás creyeron haber visto algo, una luz, pero la verdad es que Óscar Ichazo terminó sus años en Hawái, con abusos de todo tipo, y multimillonario gracias a sus adeptos.
-¿Considera que la influencia que su papá cultivó entre los habitantes de Ovalle y Tulahuén enseñando yoga y meditación pudo haber sido incluso mayor que la que ha ejercido a lo largo de los años entre los fotógrafos y artistas de todo el mundo?
Por supuesto que las clases de yoga, de pintura, los libros, cartas, no fueron nunca del nivel de las fotografías, esas son un milagro, como él decía, pero sí creo que a su modo creó una escuela espiritual.
-Existe material autoría de su padre –fotográfico y epistolar– que se mantiene inédito y buena parte de este lo preserva la agencia Magnum. ¿Hoy le interesa participar de alguna manera en una futura publicación de esa obra hasta ahora desconocida?
Estamos trabajando en una Fundación Sergio Larraín para recopilar todo su material fotográfico, pinturas, objetos, para a futuro crear libros y otros en su memoria.
-¿Qué piensa sobre quienes sostienen que, debido a que se retiró en el mejor momento de su carrera, su padre habría sido un artista inconcluso? ¿Hubo otro aspecto de la vida y obra de él que usted ignoraba y que le resultó especialmente revelador al ver el documental?
Creo que el artista tiene todo el derecho a cambiar de vida. Lo primero es la vida, después, el arte, la creación. Aunque fuera un fotógrafo top, también necesitó otra cosa, naturaleza, aire, sol, simplicidad. No creo que el artista deba ser atrapado por su fama, de alguna manera se salvó. Lo que me pareció más revelador es que él se liberó.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.