De un set en Nueva York, junto a la actriz Julianne Moore y cerca de 200 personas, a su casa en Santiago. La pandemia decretó ese brusco trayecto para Pablo Larraín (44) en marzo de 2020, cuando la crisis del Covid lo encontró en medio del rodaje de la segunda serie de televisión de su carrera, Lisey’s story, basada en la novela homónima de Stephen King.
En el confinamiento, mientras el escenario local y mundial empeoraba, el director cuenta que se refugió en el cine, su hábitat natural desde que hace 15 años debutó con su ópera prima, Fuga, hasta la actualidad, que está ocupado en la post producción de Spencer, su filme sobre uno de los momentos más sombríos de Lady Di.
“Revisitar películas que son viejas es quizás lo más refrescante que hay. Con tanto nuevo material que hay en pantalla, creemos que todo lo interesante siempre es lo nuevo, y en el cine de entre los años 30 y 60 se filmaron películas que por lo menos a mí me transformaron muchísimo. Vi algunas que jamás pensé que existían”, indica a Culto, tildando a ese ejercicio como “reeducarme”.
Paradójicamente, la pandemia ha sido uno de los ciclos que ha albergado más estrenos de Fábula, la productora de cine y TV que tiene desde hace 17 años con su hermano Juan de Dios y con la que saltó al mundo de las series en 2011 con Prófugos (HBO). La compañía ahora viene de lanzar las primeras temporadas de dos ficciones en Amazon Prime Video (El presidente, La jauría) y un largometraje en Netflix (Nadie sabe que estoy aquí), además de anunciar otros proyectos que a futuro se agregarán al atestado panorama del streaming.
En los primeros meses de cuarentena, el propio director de Tony Manero (2008) ideó un cortometraje en clave de comedia negra llamado Last call (última llamada), parte de Homemade (Netflix), la colección de historias confinadas de Fábula y la compañía italiana The Apartment Pictures.
Pero antes de la incertidumbre del Covid, el cineasta vivió otro episodio transformador de la mano de la sociedad creativa que forjó junto a Stephen King, con quien debió colaborar en múltiples áreas en Lisey’s story: ambos son productores ejecutivos (junto a J. J. Abrams, Juan de Dios Larraín y Julianne Moore, quien lo convocó) y el alabado autor de terror se encargó de la escritura de los ocho capítulos de la ficción que lleva a la pantalla su libro de 2006, una de sus obras más personales.
El resultado –que hasta ahora tiene tres episodios disponibles en la plataforma Apple TV+, uno nuevo cada viernes– es un duro viaje por las angustias de Lisey Landon (Moore), la viuda de un afamado novelista (Clive Owen) que lidia con fanáticos de su creación literaria y un mundo alternativo de fantasía que le presentó su difunta pareja. La serie en general no tuvo buenas críticas en Estados Unidos, quizás en parte porque en términos de agilidad y tono no está escrita con la lógica de la maratón, en parte porque tiende a caer en el desbalance, pero es imponente visualmente y alcanza momentos poderosos cuando evoca con nitidez las pesadillas y el romance.
Para Larraín, celebrado internacionalmente como uno de los mejores retratistas recientes de la oscuridad y el dolor en el cine, el proceso semejó ir a una escuela. Nada menos que con uno de los mayores autores de las últimas décadas, a quien fue ver a su casa a Estados Unidos cuando comenzaron a trabajar en el proyecto.
-¿Diría que haber visitado a Stephen King y haber sido su huésped lo ayudó más a entender la novela o a empezar a generar una relación creativa con él?
Las dos cosas. Una de las razones por las cuales me pareció fascinante la invitación a hacer esto fue precisamente poder conocerlo y también trabajar con él. Lo que no había pensado que podría suceder era que, en antes de la pandemia, debido a las distancias, a los teléfonos, lo mejor fue reunirse con él para poder digerir, comentar y hacer observaciones de los guiones en algunos casos. Me subí a un avión y me fui a Maine, a donde él vive. Porque, como cocinero, obviamente una de las cosas más atractivas aquí es poder visitar la cocina de uno de los cocineros que han cambiado la historia de la cocina, si hacemos la metáfora. Yo tenía toda clase de preguntas que me hacía a mí mismo sobre cómo hace alguien para escribir materiales tan diversos, (como inspirar) una película como Stand by me, hasta The shining, y después desde Sueños de fuga hasta Carrie. Esa diversidad humana. Cómo hace Stephen King para ser tan universal y cómo escribe cosas que han cambiado y definido la cultura en los últimos 50 años.
-¿Y con qué respuestas se encontró?
La primera, que no hay una respuesta. Yo pensaba encontrar algunas respuestas definidas y la verdad es que lo más interesante es que lo que él cocina es a sí mismo, porque él es el primer y último espectador de lo que está haciendo. Cada vez que crea una historia se pone a sí mismo en el lugar del personaje y a partir de eso define qué es verosímil y qué no, sea esto en un contexto de una película adolescente o de terror y todo lo que está entremedio. Por lo tanto, me pareció fascinante entender que en realidad no hay una respuesta más que él mismo. Y eso está metido un poco en su propio misterio como ser humano, porque es una persona muy afable, muy sencilla y, como todos los genios, muy gracioso. Es muy divertido y muy brillante. Yo pensé que iba a ir a ver a Mick Jagger y me topé con Mick Jagger con Jerry Lewis en el mismo personaje. Me pareció fascinante y fue muy gracioso.
Lanzado en octubre de 2006, Lisey’s story ha sido descrito en más de una ocasión por el propio King como su libro favorito de su larga carrera, además de uno de sus más personales. Tres años antes, tras estar hospitalizado por un caso de doble neumonía que casi le cuesta la vida, a su regreso a casa se encontró con la que sería la semilla de la historia: su estudio estaba completamente reacondicionado, ausente de documentos, revistas y sus objetos personales. Pensó en sí mismo como un fantasma que visitaba su despacho y en la figura de su esposa, la también novelista Tabitha King. Aunque el escritor ha enfatizado que ni Lisey ni Scott Landon fueron imaginados a semejanza del matrimonio que forman desde 1971, en la dedicatoria del libro se lee: “Para Tabby”.
“Es en realidad un tributo a su propia mujer y cuando entiendes eso obviamente hay que actuar con la delicadeza que implica, porque yo no quería meterme en su privacidad. Era él quién iba a determinar cuáles eran esos límites, por supuesto. Pero también me di cuenta de que había algo muy bello en la idea de que un escritor que ahora cumple 74 años, que ha escrito más de 50 novelas y que ha creado todo lo que sabemos, venga en este momento a rendir un tributo a su mujer y a decirle, a través de esta historia, que sin ella no habría podido hacer absolutamente nada”.
Comprender esa capa íntima, dice Larraín, fue determinante en dar forma a una miniserie que “es un duelo, es un réquiem sentimental, es un melodrama con elementos fantásticos que está basado en una historia de dolor y superación de una mujer que quiere avanzar con su vida luego de la muerte de su esposo”.
-Jackie (2016) también era un relato sobre un duelo y más de alguna vez ha mencionado que El club (2015) cuenta con elementos de película de terror. ¿Le ayudaron esas dos experiencias en particular a encarar este proyecto?
Me ayudaron, porque Jackie, al igual que esta historia, está construida a partir de fragmentos de memoria y las memorias, como sabemos, son todas siempre emocionales. Uno recuerda hechos, pero los recuerda a partir de las emociones que vivió. Y seguramente en El club hay elementos de terror psicológico. Pero la verdad es que tuve que partir desde cero, porque acá son códigos distintos, y de alguna manera me tuve que meter en el trabajo y en la narrativa y en la ética y estética de otra persona, en este caso del señor King, para poder elaborar un trabajo que antes siempre me era más personal. Entonces tuve que manejar un auto ajeno, o cocinar en una cocina ajena, y con parámetros bastante claros, que tienen que ver con la manera en que él narra. Y para mí fue maravilloso porque tuve la oportunidad de aprender ahí. Yo les digo a mis amigos que fui a la universidad de Stephen King, porque obviamente eso es muy transformador. No creo ser el mismo director antes de eso que ahora. Más allá de los resultados, personalmente me pareció una experiencia muy transformadora, porque uno aprende muchas cosas que tienen que ver con la narrativa y también con la posibilidad de trabajar, por ejemplo, con efectos visuales, que nunca había tenido acceso y que son nuevos para mí. Eso fue un proceso de aprendizaje muy largo y fascinante.
El mito universal de Diana
Tras terminar por fin el rodaje de Lisey’s story, el cineasta chileno se sumergió a comienzos de año en las filmaciones del largometraje que sucede a Ema (2019) y que marca su segunda película en inglés. De estrenar en 2016 su retrato del duelo de Jacqueline Kennedy (Jackie) el director pasa a explorar la figura de Lady Di en los días en que a comienzos de los 90 determinó divorciarse del príncipe Carlos. Con la estadounidense Kristen Stewart como protagonista y guión del renombrado Steven Knight (Peaky Blinders), la cinta le permite marcar diferencias con la versión televisiva de la novela de King. “Es una película que está hecha de una manera mucho más clásica, en que todo sucede delante de cámara”, asegura, junto con llamarla “una prima hermana de Jackie”.
El filme apunta a un estreno en un festival durante el segundo semestre y quizás a pelear por los premios de la industria estadounidense. Pero con certeza le espera el escrutinio de Inglaterra, que el año pasado se irritó con The Crown cuando en su temporada cuatro recordó el turbulento origen de la relación de Diana con la familia real, con sus desaires y tensiones. Incluso, el gobierno británico llamó, hasta ahora sin éxito, a que Netflix colgara una advertencia respecto a que la serie era un “trabajo de ficción”.
-Cuando se trata de una adaptación de Stephen King lo clásico sería decir que el mayor reto es que le guste tanto a él como a sus seguidores. En el caso de un proyecto como Spencer la idea podría estar dirigida a que provoque reacciones en Inglaterra. ¿Bajo qué expectativas se encuentra ante lo que pueda suceder con la película allí?
Uno piensa en lo que pueda producir y obviamente la reacción que pueda haber en Gran Bretaña es muy relevante, pero también hay algo mucho más simple, que tiene que ver con que cuando uno está filmando algo el primer espectador es uno mismo, te tiene que gustar a ti. Será muy íntimo, pero si no te funciona a ti, no le va a funcionar nunca a nadie. Con mi hermano (Juan de Dios) somos los dos chilenos, pero nos fuimos a filmar una película con una actriz americana, con un equipo inglés y alemán. Filmamos casi toda la película en Alemania y un pedazo en Inglaterra. Entonces, en realidad, para mí todo lo que tiene que ver con la corona inglesa es mucho más cercano a un mito universal. Es el gran melodrama, en donde todas las personas nos podemos sentir de alguna manera representadas, incluso en un contexto tan distinto como el de los reyes y las reinas, los príncipes y princesas. Pero lo que les pasa a ellos nos pasa a todos, y los dolores y miserias de Diana producen una empatía tan poderosa que quizás está ahí la clave, más que pensar en Inglaterra. Pensar su humanidad y ver cómo nos reflejamos todos en ella, seamos de cualquier origen, lugar o país.