Igor Rodríguez, fundador, cantante y tecladista de Aparato Raro, hoy dedicado al rubro de la computación, es de esos hombres de opiniones concluyentes, un goce para los titulares, un placer para quienes gustan tender acertijos a la historia.

Va un ejemplo: “Siempre hablan de los 80 como la represión y la dictadura, pero llegar a los medios era mucho más fácil que ahora. Eran pocos, las radios no eran muchas, los canales tampoco, y querían tener algo fresco, distinto. Ya estaba pasando con el rock argentino. Era sencillo copar los medios”.

Otro: “Tengo una tesis: Los Prisioneros no tenían letras problemáticas. Nosotros teníamos algunas cosas donde hablábamos de desaparecidos, de matar a un hermano, de una ciudad en llamas, en cambio Jorge González no planteó La voz de los 80 para Chile, sino que para Latinoamérica. Él quería conquistar el continente, pero en sus canciones nunca dijo algo de Pinochet o cosas por el estilo. El problema que ellos tenían, y la razón por la que no sonaban en radios, era exclusivamente por su nombre. O sea, nosotros una vez fuimos apuntados en el pecho por un montón de milicos en San Fernando”.

En perspectiva, está claro que el nombre de Aparato Raro fue sincronía pura. Pero en una mirada más amplia, el conjunto –no sólo por sus opiniones- fue un verdadero punto aparte en la escena del rock chileno de los 80: la vía de acceso de una generación al pop electrónico que por esos días digitalizaba el rumbo de la música anglo y a un glosario sintético que hablaba de tecno, sintetizadores, secuencias, pistas y computadores. El sonido de Aparato Raro simbolizó el adiós al blanco y negro para saltar a la alta definición.

Una huella remarcada sobre todo en su debut homónimo de 1985, donde venían Calibraciones, El futuro o Tevetiempo, reeditado hace unos días en CD y vinilo como un modo de reivindicar a un conjunto sin la gloria de varios de sus coetáneos.

Las nuevas ediciones se pueden encontrar en gran parte de las tiendas del país.

“De los grupos de los 80, el que más ha sido olvidado de manera injusta es Aparato Raro. Se habla de Emociones Clandestinas, de Upa! o Viena, pero estaban a la altura de todos ellos”, refuerza Carlos Fonseca, mánager del cuarteto en sus inicios y quien los fichó para el sello Fusión, convirtiéndolos en su segundo lanzamiento luego de La voz de los 80 (1984), de Los Prisioneros. De hecho, Fonseca, Rodríguez y González se habían conocido años antes estudiando Música en la Universidad de Chile.

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Tras vivir durante los 70 en Europa, Igor Rodríguez formó en el país el grupo Ojo de Horus junto al baterista Juan Ricardo Weiler, más adscrito al rock progresivo. No tuvieron demasiado eco, lo desintegraron rápidamente, aprovecharon los teclados y sintetizadores que casi nadie más tenía en el circuito y empezaron a tocar bajo el nombre de Aparato Raro, sumando además al guitarrista Boris Sazunic y al tecladista Rodrigo “Coti” Aboitiz.

Invitaron a Fonseca a uno de los ensayos y el flechazo fue inmediato: “Era la música que yo escuchaba, Devo, OMD, Depeche Mode. Me cayeron bien, eran más cercanos a mi forma de vida, a mi forma de ser”, recuerda el representante.

Grabaron el primer álbum en los cotizados estudios del productor Alejandro “Caco” Lyon” y vino el tiempo del paraíso soñado: “Calibraciones es un temazo y el sonido es una maravilla. Entramos derechito a una industria que no manejábamos, fue todo muy rápido. Nunca me gustó esa fama incipiente e inesperada. Pero sonábamos como siempre quise”, puntualiza el cantante.

Pero convivir con Los Prisioneros –compañeros de sello discográfico, pero competencia en los gustos juveniles- no fue fácil. Fonseca sigue: “Los Prisioneros le tenían cierta rabia a Aparato, con cierta razón, porque ellos se habían encargado de abrir todos los caminos posibles para lo que vino después. Los Prisioneros pagaron todos los derechos de piso: los estudios malos, la mala promoción, los promotores mediocres. Pero Aparato tuvo de inmediato mejores condiciones para grabar, mejores instrumentos y todo mejor. Y los medios más oficiales y de derecha los recibieron con los brazos abiertos. Jorge González les pegó varios palos e Igor los respondió, eso no ayudó mucho al grupo”.

“Aparato Malo”, se ríe ahora Rodríguez al recordar el rebautizo por parte de los sanmiguelinos. Luego completa: “No éramos muy amigos. Cuando salíamos de gira juntos, ellos no carreteaban nada después de un show, quizás les cargaba esa imagen de cuicos carreteros de nosotros. Nosotros estábamos conscientes de nuestros privilegios sociales, pero los admirábamos mucho a ellos. Éramos segundones en la mejor escudería, que era Fusión. Quizás si hubiéramos sido pilotos estrellas en otra escudería, a lo mejor nuestra carrera hubiera sido distinta”.

Pero el verdadero golpe letal contra Aparato fueron los continuos cambios de integrantes que terminaron con la banda en 1988. El último intento por rescatarlos fue la llegada de Andrés Bobe como parte de los shows en vivo, aunque tampoco funcionó. Eso sí, la historia de Aparato Raro parece siempre ser algo oblicua: al conocerse Bobe con Aboitiz, plantaron la primera semilla de La Ley. Calibraciones y conexiones.