Cuatro años de depresión para el rapero T-Pain comenzaron en 2013 a mitad de un vuelo en primera clase rumbo a una premiación. Una azafata lo despertó porque el astro pop Usher deseaba hablar con él. Faheem Rasheed Najm, su verdadero nombre, era una de las estrellas más famosas de Estados Unidos.
“Amigo, en cierta forma, cagaste la música”, dispara Usher.
El pecado de T-Pain era su sello: el uso del autotune, el programa corrector de la entonación que deja cantando hasta al más desafinado, al enmascarar la voz con un efecto robótico. La escena se detalla en el segundo capítulo de Esto es pop dedicado a la cuestionada herramienta, serie documental de Netflix que en ocho episodios describe y analiza algunas de las vetas centrales de la música popular producida en los últimos 60 años entre EE.UU. e Inglaterra, creando una trama que finalmente explica la complejidad tras una forma de arte masiva y ligera en apariencia, que ha moldeado a la sociedad.
Como bien cuenta el músico y actor Steven Van Zandt (E Street Band, The Sopranos) en el último episodio consagrado al edificio Brill, la factoría de hits ubicada en Manhattan, “el concepto del adolescente no existió hasta los años 50”. Un grupo etario completo surgió gracias a una industria que puso melodías y estribillos a sus sueños y experiencias, junto con facturar millones por esas canciones.
Desde Metal: A Headbanger ‘s Journey (2005), la productora canadiense Banger Films a cargo de Esto es pop, estableció como marca registrada en sus investigaciones los ribetes sociológicos de grandes corrientes y sus estrellas, en particular el heavy metal y leyendas del rock clásico, temáticas que coparon sus primeros trabajos. Liderada por el músico y antropólogo Sam Dunn junto el realizador Scot McFadyen, el acento de sus documentales consiste no solo en relatos, anécdotas y cronologías, sino en el enlace de esa información en contextos históricos, y las ramificaciones de esos hechos como reacciones en cadena marcando hitos de la historia contemporánea.
Música para las masas
La serie repasa en capítulos que promedian 43 minutos, además de los episodios del autotune y el Brill, géneros como el country y sus flirteos con el pop, el protagonismo de Suecia como la usina de los mayores hits que escuchamos en los últimos 25 años, el mediático parto del britpop y sus niños terribles, el auge de los festivales y la canción como protesta.
El primer capítulo es el único consagrado a un solo artista. Los elegidos son Boyz II Men, los mayores astros del R&B en los 90, elección perfecta para explicar la curvatura clásica en la trayectoria de una estrella pop: ascenso vertiginoso, un intenso periodo de fulgor, y una rápida caída similar a un meteorito. El grupo vocal de Filadelfia, considerado como la boys band más importante entre 1987 y 2012 según los parámetros de Billboard, no tuvo el clásico arranque de los grupos prefabricados con un productor o un manager eligiendo chicos, sino que surgió de la amistad y sincera pasión por la música de cuatro adolescentes afroamericanos que armonizando voces eran imbatibles.
Su historia tiene todos los componentes para introducirnos en la cadena productiva del pop. El grupo no habría llegado a ninguna parte sin el manejo de Michael Bivins, miembro de New Edition, exitoso grupo vocal de R&B de mediados de los 80. Al igual que managers históricos como Brian Epstein, Bivins intervino la imagen del conjunto para ser aceptado no solo por el público adolescente, sino también por los padres. El corbatín se convirtió en una de las características de un look aspiracional junto a unas letras de amor y fidelidad lo más melosas posibles, cantadas en perfectas armonías con link directo a los grupos vocales negros de los años 50 y 60. El misil que destruyó esa trayectoria perfecta fue el arma que la industria aplica desde Elvis Presley. Poner a blancos cantando y bailando como negros, en este caso, números como Backstreet Boys y 98 Degrees.
El segundo episodio con la historia del autotune revela el desarrollo del programa favorito de los intérpretes de urbano, los efectos colaterales para el trabajo de productores, y la reacción negativa de una parte de la audiencia y la crítica, historia engarzada al paradigmático caso de T-Pain.
El capítulo dedicado a Suecia es uno de los más logrados para desentrañar las profundas y complejas raíces del pop. En este caso, sintetiza cómo una parte del carácter de la nación nórdica (el concepto Jantelagen) terminó moldeando la música juvenil más consumida de los últimos 25 años, desde Backstreet Boys y Britney Spears, y cómo su producción responde a una labor concatenada donde los rostros y las voces se llevan todo el crédito (hecho reconocido por Brian Littrell de BSB), mientras la creación musical y el sonido recae en una generación de productores pelilargos con raíces en el heavy metal.
Tras el episodio dedicado a la música country que aborda el género autóctono de EE.UU. y sus devaneos entre mantener la autenticidad y abrazar al gran público, llega otro de los capítulos mejor logrados: el britpop.
Allí confluyen elementos indispensables para todo movimiento trascendente, incluyendo una generación artística con un relato propio, y una prensa dispuesta a dar forma mediática a un grupo de bandas que tenían en común el orgullo británico, como una manera de oponerse a la escalada planetaria del grunge. Centrado en la confrontación de Oasis y Blur, es un capítulo apasionante donde se mezclan chovinismo, alcohol a raudales, y el oportunismo de la política aprovechando la popularidad del movimiento.
El auge de los festivales ejemplifica a la perfección los resultados de iniciativas gestadas desde la contracultura abrazadas por el sistema, como el siguiente se concentra en los alcances de la canción como arma de protesta donde, curiosamente, no hay mención alguna al fenómeno mundial de LasTesis. El episodio final sobre el edificio Brill también presenta algunas fisuras. Quizás como efecto de la cultura de la cancelación hay escasa mención al trabajo revolucionario de Phil Spector, el creador de “la muralla de sonido”, que murió este año encarcelado por asesinato.
Por lo mismo, si cabe algún reparo a la consistencia de Esto es pop radica en su explicación de la música popular concentrada en los contextos y parámetros anglosajones, soslayando al resto del planeta. Esto confirma que ningún documental es definitivo ni pretende marcar punto final, sino abrir nuevas aristas y debates.