Quentin Tarantino estuvo tras una cámara imaginando una historia. Después le tocó situarse ante las páginas de un libro para narrar esa misma historia. La faena suena más o menos sencilla. Pero, ¿cómo traducir una trama encuadrada entre imágenes, secuencias, personajes, diálogos, música y vértigo frecuente a un formato literario que parece mucho más estático?
Érase una vez en Hollywood: una novela de Quentin Tarantino es la versión en texto de la última película del director, ambientada en Los Angeles de fines de los 60, con los crímenes de la familia Manson como telón de fondo. La publicación apareció esta semana en Estados Unidos y Europa, y la edición en español ya se puede adquirir a través de Kindle (a Chile se estima su llegada para las próximas semanas).
Y en el desafío de transformar en líneas lo que antes fueron escenas, el norteamericano recurre a su ADN, lo que le es útil en la pantalla grande también le sirve en el espacio más limitado de un libro: los diálogos inventivos que funcionan como ráfagas de palabrotas, menciones a la cultura popular, humor ácido y frases donde quienes hablan pueden amarse o acribillarse en un mismo párrafo. Aquí no hay una pluma barroca ni brillante, sino más bien un tono acelerado sin tregua alguna. “Si estuviera mejor escrito, estaría peor escrito”, observó con lucidez Dwight Garner en su reseña para The New York Times.
La novela parte con el encuentro entre Rick Dalton (Leonardo DiCaprio en el filme), el actor de westerns televisivos obsoletos que vive un naufragio de su fama, y Marvin Schwarz (Al Pacino), el agente que le propone salvar su carrera llevándolo a actuar a Italia. La charla en torno a la operación rescate está saturada de referencias a producciones y actores de la TV y el cine más clásico -una delicia para los familiarizados con ese universo-, pero finalmente confluye en el eje en que giran tanto la cinta como el libro: el precipicio hacia el que camina Dalton es el inevitable cambio de era cinematográfica donde habrá escaso lugar para los cowboys.
“Un actor de Eisenhower en un Hollywood de Dennis Hopper”, es la definición del libro, no presente en la cinta. “La razón por la que los italianos te quieren a ti es porque quieren a Steve McQueen, pero no pueden conseguirlo”, es otra apreciación poco amistosa -pero realista- de Schwarz al vapuleado Dalton.
Pero hay alguien que de alguna forma resiste mejor los nuevos tiempos. Cliff Booth (Brad Pitt), el doble de acción de Dalton, es un hombre viudo, rudo, machista, que mastica la cesantía y que vive con su perra, pero que comprende que el Hollywood de esos años es pura bobería. Hay una razón puntual: fue soldado de la Segunda Guerra Mundial y mató a más japoneses que cualquier otro estadounidense. “... experimentó tanta violencia y vio tanta sangre derramada, que le sorprendió lo infantiles que le parecían la mayoría de las películas de Hollywood”, narra el texto.
Un dato que tampoco aparecía en la película y que no sólo ubica al libro como una expansión de las respectivas vidas de los personajes; también esta es finalmente la novela de Cliff Booth, superior a su jefe en casi todo, desde la facha hasta su acervo cinéfilo, desde su audacia hasta una vida decadente que incluso le sienta bien. Sabemos también cómo se conocieron ambos -en un cuasi incendio en pleno set de filmación-, cómo Booth mató a su esposa -partiéndola por la mitad en un barco (por si no queda claro que es Tarantino el autor de todo esto)- y cómo empezó a criar a su perra Brandy -se la entregaron para cerrar una deuda-.
La obra también es rica en detalles cuando describe el primer encuentro a distancia entre Dalton/Booth y sus nuevos vecinos, Roman Polanski/Sharon Tate, otro choque entre el viejo y el nuevo cine, por lo demás con estos últimos ingresando a su residencia mientras en su auto Roadster inglés suena A day in the life, de The Beatles, el grupo que enloqueció a Charles Manson y que lo llevó junto a su clan a asesinar a la actriz y a su grupo de amigos.
Manson por su parte irrumpe con mayor presencia que en la cinta, pero no desde la perversidad o la sangre, sino que precisamente desde su mediocre carrera artística, envidiando la grandeza de otros y vinculándose a figuras cuyo aprecio sólo se entiende por esa comunión lisérgica propia de los años 60.
“Te juro que tendrían que ponerlos a todos contra una pared y fusilarlos”, dice Dalton cuando ve que Los Angeles está cubierta de hippies. La historia indicó que el desenlace fue finalmente al revés. Y tanto en la película como en el libro, Tarantino no destiñe en talento para reimaginar ese mundo soñado que culminó en pesadilla.