Dice el mito que el director, actor y dramaturgo Pedro de la Barra buscaba un lugar para que los actores del entonces naciente Teatro Experimental de la Universidad de Chile pudiesen ensayar. Como no encontraba, les pidió a las personas que limpiaban la Casa Central que desocuparan el espacio de los útiles de aseo. Era la Sala 13, y ese es el nombre de la próxima obra que se estrenará en noviembre en el Teatro Nacional.
La trama de esta obra transcurre en la actualidad: un grupo de aseadores entra a esa sala y, a medida que empiezan a limpiar, se despliega la historia del Teatro Experimental. Al mismo tiempo, ese relato se va entramando con la historia del país.
Y acá viene la paradoja. Esa obra pondrá en valor la memoria teatral y nacional. Pero, como siempre pasa con las funciones, se desvanecerá con los aplausos. Aunque la idea, por supuesto, es que la experiencia no se difumine del todo y que las próximas generaciones puedan imaginar cómo fue este trabajo.
Por eso son tan importantes los archivos históricos de los artistas, especialmente de los maestros del teatro. Porque a diferencia del cine y de las artes plásticas, el teatro es efímero y en él confluyen diferentes expresiones; diseño, vestuario, dramaturgia, dirección, música, iluminación. Y eso complejiza la conservación del patrimonio.
El conflicto legal entre el hijo de Bélgica Castro, Leonardo Mihovilovic, y ChileActores en relación a los archivos de la actriz y de su esposo, el dramaturgo Alejandro Sieveking, ambos Premios Nacionales de Artes, pone de manifiesto una falencia estatal. Porque no existe una política nacional de conservación.
Desde el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio explican que está en fase de proyecto el programa “Premios Nacionales. Arte, Obra y Archivo”, cuya finalidad es contribuir a la conservación de archivos y el rescate de la memoria artística del país, por medio de la protección de los archivos de arte pertenecientes a galardonados con el Premio Nacional de Artes. El programa se enmarca en el rol de la Institucionalidad cultural enunciado en la Política Nacional de Cultura.
Ese proyecto ministerial sólo incluirá a directores o actores galardonados con el Premio Nacional. Hasta ahora, son los propios artistas quienes se ocupan –o no se ocupan, dependiendo del caso- del futuro de su patrimonio. En el caso de Sieveking, buena parte de su biblioteca está en el GAM. “Hace años él hizo esta donación a la biblioteca del GAM porque a él lo que le interesaba era que quedara abierta para el público, que es algo distinto a donar archivos para que se resguarde y se generen espacios solamente para la investigación; a él le interesaba que fuese de acceso abierto”, recuerda Javier Ibacache, entonces director de Programación y Audiencias del GAM.
El autor de La Remolienda también donó, contrato mediante, parte de su archivo al Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral, de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. Y en el último tiempo manifestó a sus cercanos su voluntad de que sus documentos y fotografías ligados específicamente a Víctor Jara, quedaran en manos de la Fundación Víctor Jara. Pero finalmente eso no se concretó porque no se alcanzaron a firmar los documentos legales que esa organización requiere por protocolo.
Es tiempo de desempolvar
Cristián Keim, director del Teatro Nacional, cuenta: “El archivo del Teatro Nacional Chileno es un archivo que se ha ido haciendo súper a pulso y que partieron armando las secretarias porque, hasta hace unos dos años atrás, no existía una política archivística patrimonial del teatro. Eso hay que reconocerlo”.
Hoy, dice, un grupo de archiveros realiza un catálogo de fotos del teatro y, a fines de este año, se hará una publicación de imágenes del Teatro Nacional.
Como parte de esta política patrimonial, la Universidad de Chile también está restaurando textiles de los años 60, 70, 80 y 90 construidos por la sastrería del Teatro Nacional Chileno. “Tenemos guardados 2000 vestuarios en nuestra antigua casa de sastrería”, dice sobre lo que sería el puntapié para levantar, a futuro, un Instituto de Conservación de Patrimonio del Teatro. “Es un proyecto súper incipiente y lo manejamos de muy bajo perfil, sobre todo porque queremos hacer las cosas muy bien y porque mucho de este patrimonio tiene que tener un carácter nacional”, cuenta.
Los Zorros de la Desideria
Si no fuese porque en 2015 un nuevo administrador de la sala del Ángel, Cristián Poblete, desempolvó unos baúles que estaban ahí, el archivo artístico de Anita González seguiría perdido. Hasta los clásicos zorros que adornaban el cuello de la Desideria aparecieron. Fotos, documentos, afiches, vestuario. Ese material también llegó al GAM, al igual que pequeña parte del legado de Isidora Aguirre. “En todos esos casos (incluyendo también el de Sieveking) la conversación que se dio fue cómo resguardar que el legado quedara disponible para el público. Yo creo que es una dimensión muy importante. Porque la tradición en Chile ha sido que los legados quedan en manos privadas disponibles para investigadores e investigadoras, entonces no es tanta su circulación”.
Hoy parte de esos archivos de Anita González están siendo catalogados por el Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral, de la Escuela de Teatro, Facultad de Artes UC, fundado en el año 2000 por la investigadora y académica María de la Luz Hurtado, una de las candidatas al Premio Nacional de Arte de este año. En esa institución hay registros teatrales desde los inicios de la república. Y hay material de todos los teatros universitarios y de más de 60 compañías independientes desde 1917 hasta hoy, incluido el emblemático y longevo Teatro Ictus; y la todavía joven y prestigiosa compañía Teatro de Chile, fundada por Manuela Infante. Y, por supuesto, también hay material de la compañía Teatro La Feria, fundada por Jaime Vadell, a quien, dicho sea de paso, Bélgica Castro consideraba un actor extraordinario. Ese centro también cobija el importante trabajo de Ramón López, entre otros diseñadores teatrales.
A ese mismo lugar llegaron recientemente los archivos de documentos y fotos de Tomás Vidiella. Fueron donados por su hermana, la actriz Eliana Vidiella, dos semanas antes de su muerte, ocurrida este jueves recién pasado.
Además, la UC conserva 8.500 fotografías cedidas por René Cambeau. “Está su colección más grande de las fotos, desde el año 47 al 69, fotografías de todos los teatros universitarios y de los independientes de esa época. Es un tesoro”, dice María de la Luz Hurtado.
En enero recién pasado se realizó una muestra del teatro chileno durante la dictadura y los primeros años de vuelta a la democracia (de 1983 y 1992) de Jorge Brentmayer. El artista donó 1580 diapositivas hace 4 años y, desde entonces, se trabajó en su catálogo. Próximamente el pintor, director teatral y diseñador teatral Claudio Di Girolamo cederá los registros sus creaciones en torno al teatro. Y, como siempre, se hará a través de un contrato que es visado por los abogados de la Universidad Católica.
Los Cuatro y muchos más
Recientemente murió la actriz Orietta Escamez, una de las integrantes de la prestigiosa compañía de teatro Los Cuatro, conformada en 1960 por Humberto y Héctor Duvauchelle. Eran tres integrantes, pero se llamaban Los Cuatro en honor a Hugo Duvauchelle, también actor y quien murió dos años antes de su fundación.
Tanto Humberto como Orietta tenían archivos muy importantes. Ellos estuvieron casados muchos años, pero tras su separación, siguieron trabajando juntos.
“Queremos donar parte de ellos a la Universidad de Playa Ancha, donde Humberto hizo clases”, dice la actriz María Elena Duvauchelle, su hermana. Y Orietta Duvauchelle Escámez, hija de los fundadores de Los Cuatro, complementa: “También tenemos la intención de crear una corporación, pero la muerte de mi mamá está muy reciente. Más adelante trabajaremos en eso”, dice.
En el caso del dramaturgo Juan Radrigán, también Premio Nacional de Arte, su archivo incluía apariciones en prensa, fotos y afiches de obras. Pero tras la llegada de la democracia, deprimido porque consideraba que no había grandes cambios respectos de la dictadura, rompió todo. “Afortunadamente yo tenía respaldo”, recuerda su hija Flavia Radrigán, quien junto a su hermano Juan y otros colaboradores dieron forma a la Fundación Juan Radrigán, que estará dedicada a la difusión de la obra del dramaturgo. De hecho, muy pronto lanzarán un libro con sus poesías.
Un gran ejemplo de administración de legado es el que dejó la autora de La Pérgola de las Flores. “Isidora Aguirre fue una mujer que siempre tuvo mucha lucidez respecto a lo que significaba su propio trabajo, entonces de alguna manera ella construyó, sin ambición pero sí con dulzura, una red que comenzaba en su propia familia y se extendía en amigos y amigas que nos conectábamos con ella y con su sensibilidad. Una universidad estatal (la USACH) se hizo cargo del archivo de Isidora Aguirre. De esa forma se dejó su obra disponible para el patrimonio, para el futuro de un país completo. Esa es una de las mejores maneras de resolver (el tema de los legados) y, muy dolorosamente, es una gran excepción”, dice Francisco Albornoz, director Teatral, Doctor en Cultura y Educación en América Latina y creador de Frontera Sur, editorial que ha publicado libros que van al rescate del patrimonio como, por ejemplo, Diez Obras de Fin de Siglo, de Ramón Griffero y Antología Esencial, 50 años de Dramaturgia, de Isidora Aguirre.
Según él, no sólo hace falta una institucionalidad que cuide el patrimonio, “sino también una comunidad que tenga la cama lista para recibir ese legado y cuidarlo. No tenemos un museo del teatro, por ejemplo”.
Y qué pasa con los vivos
Las 96 obras que hasta ahora ha escrito Marco Antonio de la Parra quedarán como herencia (de derechos de autor) para sus hijas y esposa. El dramaturgo cuenta que su gran archivo de fotos y documentos de los más de 350 montajes que se han hecho de sus obras “es muy desordenado”. “Pero tengo la suerte de contar con un tesista que hace su doctorado en la Universidad Carlos III de Madrid, el director Domingo Ortega, quien ha recolectado afiches, fotografía y material de prensa. Eso va a estar en algún momento publicable. Le agradezco un montón y ahí veremos que se hace después. No lo sé”, dice el también candidato el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales de este año.
Fernando González, formador de generaciones de actores, fundador de la Escuela Club de Teatro, director y Premio Nacional de Arte, actualmente reside en una casa senior, afectado por problemas de memoria. No obstante sigue pendiente de su escuela, administrada por sus dos sobrinos y liderada artísticamente por la actriz y cantante Annie Murath, subdirectora de esa entidad. “Estamos escaneando fotos pero no sólo de su historia teatral. También están las fotografías que, por ejemplo, le mandaba Andrés Pérez desde Francia; de los egresos de la escuela Club de Teatro; de Sergio Aguirre. Todo eso le pertenece al Club de Teatro, pero le pertenece también al teatro nacional y eso se tiene que difundir. Esa es nuestra idea”, dice Murath.
El actor y director Ramón Nuñez, Premio Nacional de Artes, dice toda la información que alguien quiera sobre él (“aunque dudo que a alguien le pueda interesar”) está en Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral, de la Escuela de Teatro, Facultad de Artes UC. “He determinado que mis herederos les donen a ellos las fotos que ellos quieran de mis actuaciones, pero yo tengo la seguridad de que esas fotos ya están en ese archivo, porque la mayoría me las han regalado ellos mismos y yo las guardo en mi ‘egoteca’”.
Héctor Noguera, Premio Nacional de las Artes de la Representación y audiovisuales 2015, dice que él no ha previsto qué pasara con su archivo personal cuando él no esté: “La verdad es que no lo había pensado. El registro de mi trabajo en el Teatro Ensayo están en el archivo de la Universidad Católica, pero los archivos de lo que he realizado en teatro Camino no están sistematizados. Es que no lo había pensado y creo que es bueno que me haga esa pregunta”, dice el Premio Nacional de Artes 2015.
El director y dramaturgo Gustavo Meza sí tiene claro qué con su hará con sus archivos personales: nada. “Yo no tengo ninguna pretensión de que me hagan una estatua en ninguna parte, me basta con lo bien que lo he pasado trabajando como director, como autor, e incluso, sinvergüenzamente, como actor. Tratar de hacerse famoso quita mucho tiempo. Por otro lado yo creo que es mucho más entretenido estar creando constantemente, seguir dando la obra Las cartas de Jenny, que ya tiene como 30 años, y seguir yendo a festivales internacionales sin creerse la muerte”, dice el creador de la escuela Teatro Imagen y Premio Nacional de Artes.
Un creador que tempranamente ha pensado en su legado es Alfredo Castro, actor y director y creador de la compañía y Centro de investigación Teatro La Memoria. “Yo hice clases en la Universidad de Chile durante un tiempo y siempre pensé que esa universidad podría haberse interesado en mis cosas, pero eso no ha sucedido. Entonces María de la luz Hurtado, a través de su Programa de Investigación y Archivos de la Escena Teatral de la Universidad Católica, me pidió mis cosas y yo se las di, porque es el único lugar en Chile que puede resguardar y sistematizar. Le entregué todas mis cajas, mis obras, mis DVDs. Ellos catalogan las cosas y me las devuelven catalogadas. Y los antiguos VHS ya los han digitalizado. Eso para mí fue un descanso muy grande”.
Y reflexiona: “Yo creo que uno no debe joder a la familia, francamente. No quiero molestar a mi hija ni a nadie que se haga cargo de cosas cuando yo no esté, así que las voy a seguir entregando a la Universidad Católica y ahí quedarán resguardadas”.