El contacto directo entre Raffaella Carrà y Latinoamérica fue fugaz, pero a la vez imperecedero. Mientras en Italia y España la artista marcó presencia constante en cine, rankings radiales y sobre todo en televisión durante medio siglo, sus visitas a países como Chile y Argentina se sucedieron en un lapso de sólo cinco años, suficientes para dejar una huella imborrable que traspasó generaciones. La muerte esta semana de la cantante y actriz, a los 78 años, a causa de un cáncer pulmonar que guardaba en secreto desde 2020, terminó de sepultar las aspiraciones de diversos empresarios del espectáculo que durante décadas intentaron, sin éxito, traer de vuelta a la estrella italiana que revolucionó al país a fines de los 70 y revivir su mágico efecto en la cultura popular chilena.
Y aunque su inolvidable paso por el Festival de Viña de 1982 terminó siendo la postal definitiva de su impacto local, fue su algo menos recordado debut en el país, en octubre de 1978, el que cimentó su llegada al certamen y dio las primeras señales de un fenómeno sin parangón por ese entonces. Una visita gestada por diversos productores y ejecutivos de televisión de ambos lados de la cordillera, que apostaron por una artista que iba a desafiar el ánimo gris de dos países en dictadura y a revolucionar la industria regional, pero que hasta entonces era virtualmente desconocida, pese a que ya tenía varios éxitos rotando en Europa y a que la televisión chilena había emitido Canzonissima, el programa de la RAI donde se dio a conocer.
“Raffaella no era conocida todavía en Argentina ni en Chile, pero había una ventaja muy grande que descubrimos después: cuando ella aparecía en televisión era mágico todo, la gente se enamoraba de esa persona”, recuerda Ovidio García (75), reconocido productor argentino y artífice de la primera vez en Santiago de Carrà, Miguel Bosé y Al Bano con Romina Power. En 1977 el mánager trajo a sus primeros representados a los estelares de Canal 13 y en febrero del año siguiente, junto a su socio Héctor Marrone, llevaron al Festival de Viña a figuras de San Remo como Iva Zanicchi, Daniel Sentacruz Ensamble y a la popular actriz Gina Lollobrigida. Cuatro meses después, en reunión con el productor de Sábado gigante, el fallecido Antonio Menchaca, evaluaron entre los tres quién sería el próximo astro italiano que podía funcionar en el Cono Sur y surgió el nombre de Carrà, de entonces 35 años y una seguidilla de éxitos bailables en Europa.
Tras reunirse con la cantante y su mánager Tony Ruggiero en Roma, García cerró el debut de la artista en Sudamérica: se acordó una aparición en el programa Noche de gigantes, el late show que Don Francisco estrenó ese mismo año en Canal 13, junto a una serie de conciertos en el Teatro Casino Las Vegas (hoy Teatro Teletón), administrado por José “El Padrino” Aravena, amo y señor de la noche capitalina por esos días. “Chile fue factor preponderante para la venida de Raffaella a Sudamérica y José Aravena fue el gestor de esa primera visita”, asegura García.
La entonces llamada “showoman de Europa” aterrizó el 5 de octubre de 1978 en Pudahuel, acompañada de un equipo de 28 personas y en tres aviones, “uno para ella y su comitiva y dos para el equipo técnico”, detallaba un reporte de La Tercera al día siguiente. También con un cargamento de éxitos traducidos al castellano listos para conquistar el mercado latino. “Todos mis temas tienen alguna atracción en particular. Una está dedicada al teléfono. Lucas se hizo pensando en un frustrado amor por un hombre homosexual y Hay que venir al sur está dedicada no sólo a Sudamérica, sino que también al sur de Europa y de todos los continentes”, declaraba la solista a este medio el 7 de octubre de ese año, en un perfil que destacaba su relación de “amor libre” con el productor Gianni Boncompagni y sus primeras impresiones de la capital. “Llegar a Chile me resultó algo romántico. Conocía un poco del folclore y además los latinos, con nosotros los italianos, somos casi iguales”, comentó.
Su debut en los escenarios locales superó cualquier expectativa. “Estábamos un poco descolocados, yo tenía 15 años y Raffaella Carrá no me sonaba por ninguna parte, pero nos tapó la boca a todos, porque hizo una semana completa en el Casino Las Vegas a tablero vuelto”, recuerda el productor José Antonio Aravena, hijo de “El Padrino”. Fue tal el impacto que tras dejar Chile para seguir de gira por Argentina la cantante se devolvió y sumó más shows en el teatro de calle Rosas, el 28, 29 y 30 de octubre, con entradas a $ 1.000 de la época que incluían “whisky o champagne y petits bouches”. “Tenía a Santiago revolucionado -cuenta Aravena- y para qué te digo cómo se empezó a vender su música, un casete blanco con todos sus éxitos del momento. Se agotó”.
Entremedio, el 7 de octubre, la italiana llegó al set de Noche de gigantes, donde conquistó a un encendido Don Francisco y a invitados como Mandolino y Enrique Maluenda, para luego tomar el micrófono, encaramarse sobre sus bailarines en mallas y lanzar un flashazo de modernidad, eurodisco y autonomía femenina que resultó impactante para el público de la época. “Chile no estaba acostumbrado a recibir figuras de ese nivel. Fue todo un revuelo”, cuenta Jorge Modinger, exeditor del estelar.
“En Noche de gigantes el fenómeno se consolidó de forma definitiva. Ahí explotó. Todo el mundo la vio y se convenció de la artista que era, además, el programa también se dio en Buenos Aires”, rememora Carlos Gallego, productor transandino que se asoció con García y Marrone por esos días para montar los shows de Carrà en Buenos Aires. “Teníamos agendados tres Luna Park y habíamos vendido muy poco. Pero ella con su carisma, con su simpatía, logró que se vendieran todas las entradas”, agrega.
“Además de simpática, la tana era una mujer muy profesional”, complementa el productor nacional Fernando Briceño, colaborador de los promotores argentinos y enlace de ellos en Chile. “Tenía indicaciones muy específicas para sus presentaciones. Por ejemplo, el entablado del escenario debía ser fuerte y sólido, para que resistiera sus movimientos y el cuerpo de baile. Y era muy supersticiosa: había que sacar el número 17 de donde estuviera. Y también el color violeta, no podía haber nada de ese color, ni flores, ni cuadros, nada”.
Ovidio García siguió trabajando como mánager de Carrá y se encargó de su retorno a Noche de gigantes en 1980 -esta vez con el cura Hasbún en el panel- y de su arrollador paso por el Festival de Viña dos años después. Fue la última vez de la italiana en Chile. “No se logró que volviera, pero ella ya no tenía show”, cuenta el productor, quien por esos años exportó a su país el programa Pronto... Raffaella? -bajo la conducción de Susana Giménez-, negoció el fichaje de la italiana en la comedia transandina Bárbara (1980) y supervisó las grabaciones de Millemilioni (1981), el show de la RAI en el que los éxitos de Carrá eran interpretados por personas de a pie en las calles de Moscú, Ciudad de México y Buenos Aires, y cuyo registro es ahora un viral en redes sociales.
A Argentina fue por última vez en 2005, al programa La noche del 10 de Diego Maradona, aunque siempre estuvo ligada a Sudamérica. Díaz cuenta que la artista, que nunca tuvo hijos, apadrinó un hogar de niños en Perú y también una residencia para madres adolescentes en Argentina.
“Yo intenté traerla varias veces de vuelta a Chile”, cuenta Aravena, quien al igual que muchos promotores locales se topó con números que no cuadraban y luego, con el retiro de la italiana de los shows. “Después me contactó una empresa de gas de acá para hacer una campaña con Caliente caliente. Encontraron que el presupuesto era demasiado para tenerla a ella, pero sí compraron los derechos para tocar su canción”.
Actualmente, Díaz trabaja en un documental que reconstruye el explosivo paso de Carrá por Latinoamérica entre 1978 y 1983, en uno de los últimos proyectos que lo unió a la cantante y a su viudo, el coreógrafo Sergio Japino. “Ella estaba muy emocionada con eso y lo tengo avanzado, lamentablemente no le alcancé a cumplir”, dice.