Es mayormente conocida como poeta, pero Soledad Fariña Vicuña (78) también ha incursionado en la prosa. Artículos, ensayos, presentaciones de libros son parte de una recopilación que acaba de salir vía Ediciones UDP llamada El deseo hecho palabra. A la antofagastina, el título –propuesto por el editor, Gabriel Zanetti– le gustó: “Lo encontré acertado, ya que el deseo atraviesa todos los libros sobre los que reflexiono”.
Así, en el volumen circulan textos dispersos que habían salido publicados en revistas como Iberoamericana, Mapocho, Philologica Canariensia, entre otros.
El deseo hecho palabra muestra otro lado de Fariña, distinto al de la poeta, que logró un nombre en los 80 junto con una camada de autoras talentosas y con discurso, como Elvira Hernández, Carmen Berenguer o Verónica Zondek. Entre sus obras más relevantes están El primer libro (1985), Albricia (1988), En amarillo oscuro (1994), Donde comienza el aire (2006) o la antología Pide la lengua (2017). En 2006, obtuvo la importante beca Guggerheim para escritores.
También ha desarrollado un interesante trabajo con la poeta griega Safo de Mitilene, quien vivió en la era antes de Cristo. De ella hizo unas versiones de sus poemas a partir de traducciones desde el inglés, que plasmó en un libro titulado Ahora, mientras danzamos (2012).
Un tema en que vuelve en varios de los ensayos y presentaciones es la relación de las mujeres con lo literario. Sea como autoras o críticas. ¿Qué le parece la situación actual de las mujeres en el campo del libro?
El despliegue que han hecho en los últimos años las mujeres escritoras, tanto en creación como en crítica ha sido notable en cantidad, diversidad y calidad. Buenas escritoras siempre han existido, sin embargo salvo excepciones, no fueron visibilizadas por la crítica establecida. Hoy, la más ausente sigue siendo la poesía, pero también la crítica escrita por mujeres.
Sobre lo anterior, ¿qué situaciones que atraviesan las mujeres considera que se deben resolver en el mundo editorial?
Me referiré a la poesía, que es el campo que más conozco. En general, las grandes editoriales no publican poesía y los medios de prensa escrita dan muy poco espacio a comentarios o artículos sobre poesía, especialmente de mujeres, con excepciones, claro está. Un gran aporte han sido las editoriales independientes, muchas de ellas a cargo de mujeres. Es importante destacar también la interlocución que, gracias a las revistas electrónicas, a la publicación de libros electrónicos y al uso de redes sociales, se realiza especialmente entre poetas, mujeres y hombres, a través de Chile y Latinoamérica. Esta interlocución también se da a nivel de la crítica y del ensayo. Me gustaría destacar el trabajo que desarrolla la Red Feminista del Libro, a cargo de la poeta Gladys González, que une a muchas editoriales feministas, apoyándose mutuamente en la labor editorial, realizaciones de Ferias del Libro y otras actividades.
En uno de los artículos del libro menciona a Julieta Kirkwood. ¿Cree que sus ideas dialogan con el Chile actual?
Julieta Kirkwood es nuestra gran pensadora, activista y ensayista feminista. A fines de los 70 creó, junto a otras mujeres, la Casa de la Mujer La Morada, centro feminista cuando la palabra feminismo –en Chile– era una mala palabra. Julieta era una mujer llena de energía, una brillante socióloga que tuvo el mérito de pensar en la política, en los partidos de la izquierda chilena y su relación con el feminismo en su libro “Ser Política en Chile. Las feministas y los partidos”, publicado por FLACSO en 1982. Sus ensayos rigurosos, pero escritos con un lenguaje atractivo, cercano y esperanzador, sentaron las bases para el o los feminismos actuales. Creo que la mayoría de los grupos feministas de hoy se han informado y dialogado con los escritos de Julieta, “Como feministas nos proponemos una inmensa tarea que tal vez nos sobrepase en dureza, más no en entusiasmo”, afirmaba Julieta en los años 70 y 80. Pienso ahora en el entusiasmo de 190 mil mujeres marchando por sus derechos el 8 de marzo de 2019, y los logros conseguidos gracias a la reflexión y al activismo feminista llevado a cabo de múltiples maneras.
Del folklore al surrealismo
En esta obra se presentan estudios sobre autores y autoras como Violeta Parra, Safo, Juan Luis Martínez, Eduardo Anguita, Guadalupe Santa Cruz, Julieta Marchant o Braulio Arenas. ¿Por qué le generan interés esos nombres?
Son autores y autoras de diversas épocas y con distintas obsesiones interesantes de profundizar. Por ejemplo, la relación entre Safo y Violeta Parra, dos autoras tan distintas, la he estudiado en el “Fragmento 31” de Safo y el poema “Con mi litigio de amor”, incluido en el libro Décimas autobiográficas, de Violeta Parra. La pregunta obligada y que dio origen a este ensayo es ¿cómo llegan dos mujeres separadas por 27 siglos y en contextos, idiomas y entornos diferentes a expresar la intensidad de sus emociones en forma tan similar? En el caso de Juan Luis Martínez, nuestro inmenso e innovador poeta, mi texto es una pequeña reflexión de lo que, tal vez, sería su poética. Respecto a Eduardo Anguita, me interesó especialmente su relación de poesía y conocimiento en el libro El poliedro y el mar. La lectura y análisis de la obra de Braulio Arenas ha quedado un poco olvidada, dejada de lado por el papel político que cumplió este autor en los años de la dictadura. En este ensayo tomo dos obras narrativas, un cuento en la época de su adhesión total al surrealismo y una novela cuando ya estaba fuera de ese movimiento, pero arrastrando una cierta nostalgia por él. Julieta Marchant es una de las notables autoras jóvenes chilenas. El nacimiento de la hebra es un hermoso texto poético –basado pero no anclado a la experiencia biográfica– sobre lo que Freud llamaría el misterio de la feminidad. En su reflexión poética Julieta Marchant no teoriza, no propone, solo abre, refiere y complejiza el camino de identificación de la sujeto “mujer”.
También reproduce parte de Esta parcela, de Guadalupe Santa Cruz, ¿qué es lo que encuentra interesante de su obra?
Guadalupe Santa Cruz escritora de múltiples novelas y ensayos, también fue artista visual. Su mirada aguda tocó temas candentes como el poder en diferentes ámbitos, usando el lenguaje como herramienta punzante. Su pensamiento crítico y reflexivo parece llegar a una síntesis esplendente en su último libro Esta parcela, donde el territorio es su cuerpo. He leído relatos y poemas de cuerpos enfermos que se encaminan a la muerte, pero nada se compara a este texto valiente, lúcido, pensante desde un lugar indescifrable, salvo que lo describas tú, Lupe, Guadalupe, cuando dices que de tu cuerpo no haces libro (tu cuerpo) es quien escribe.
Se adentra en la obra reflexiva de Eduardo Anguita. A propósito de eso, ¿Cuál es, para usted, la relación entre filosofía y poesía?
En mi poesía no he acudido, salvo excepciones, a la filosofía, tampoco he reflexionado profundamente sobre la relación entre esa disciplina y la poesía. Hay quienes que lo han hecho en forma notable en el poema mismo, como la poeta Nadia Prado. Pero como tantos y tantas, creo que la poesía va construyendo pensamiento más allá de la disciplina o la historia del pensamiento occidental.
También plantea que en la obra de Braulio Arenas hay elementos surrealistas incluso posteriores a que él declarara desmarcarse del movimiento. ¿Cree que podemos encontrar esos elementos en la literatura chilena actual?
Sí, en poetas como Aldo Alcota, Rodrigo Verdugo, Roberto Yáñez y en general, en el Grupo Derrame.
¿Se encuentra trabajando en algún libro actualmente?
Sí, en un libro un tanto híbrido: poesía, discursos, gráfica. Espero terminarlo este año. También estoy trabajando con la crítica literaria y ensayista Eliana Ortega, en la traducción de algunos poemas de Emily Dickinson.