Unchain my heart se cuela por la pared con la profundidad adquirida por el sonido cuando traspasa una habitación a otra. Amy Winehouse tiene 14 años y abre la puerta del dormitorio de su hermano Alex sin golpear, a riesgo de recibir un cojín o ropa maloliente en el rostro como protesta. “¿Quién es ese?”, pregunta entre ansiosa y sorprendida. Ante la respuesta -Ray Charles-, Amy dedicó los siguientes tres meses a escuchar “única y exclusivamente” a la leyenda de Georgia. “Estaba anonadada”.
Siendo una niña de padres separados en Londres, Amy era fan de Kylie Minogue y luego Madonna. A pesar de los cortos años ya distinguía la carga erótica de la reina del pop y su actitud empoderada -”era mi ídola”-, mientras que por influencia de Alex estuvo expuesta a Sonic Youth, Therapy y Pearl Jam, bandas que no le llamaban particularmente la atención. “Pero hacia los diez años empecé a escuchar Salt ‘n’ pepa y mi vida cambió por completo. A partir de entonces solo R&B. Hacia los 14, jazz”.
Cuando Alex partió a la universidad, Amy heredó su equipo compacto con bandeja triple y una colección de 200 discos que no tenían nada que ver con la escena musical británica de los 90. Así como Unchain my heart la encaminó hacia Ray Charles, Round midnight de Thelonious Monk fue otro momento decisivo en su temprana instrucción musical. “Me quedé de piedra. Nunca lo olvidaré”. Le gustaba también Charles Mingus por “su complejidad pero a la vez su simpleza”.
Amy se inició en la guitarra nuevamente por la guía de su hermano. Empezó a tocar a los 11 hasta que dos años después, cuando Alex adquirió una maltrecha Fender Stratocaster de tercera mano, Amy cayó rendida ante el modelo que se convirtió en su favorito.
Desinteresada en la música del momento, comenzó a componer sus propias canciones. Desde el inicio decidió escribir letras sobre lo que ocurría en su vida amorosa. “No seré honesta conmigo durante el resto del día”, declaró, “pero cuando me siento y lo escribo se ve brutal. Simplemente lo diré tal y como es, porque la música es el único sitio donde puedo hacer eso”.
Así nacieron canciones como Stronger than me, la primera de su álbum debut Frank (2003), donde se queja de una pareja con escasa fortaleza emocional, basada en una relación con un tipo mayor. “Siempre tengo que consolarte cuando estoy ahí”, reclama, en una afianzada mezcla de hip hop y soul. Tenía apenas 20 años, pero ya se escuchaba como alguien que había vivido el doble. “Así también aprendí a cantar (...) no necesariamente el jazz vocal, me encantaba el jazz en general, así que aprendí de varias fuentes”.
El soul, una de las bases de su estilo, no fue parte de ese periodo musical formativo con la excepción de Otis Redding, uno de sus favoritos a los 15, cuando el resto de su generación bailaba y coreaba Spice Girls y Robbie Williams. Con los años, el paladar de Amy se expandió entre entre el jazz, el gospel y el soul con estrellas como Sarah Vaughn, Minnie Riperton, Mahalia Jackson, Dinah Washington y Kim Burrell.
Otra de sus influencias fueron los grupos vocales femeninos de los 60, en particular Shangri-Las. “Me encanta ese dramatismo, el ambiente y los efectos sonoros”.
Tras un quiebre amoroso que intentó superar con una tóxica mezcla de whisky y porciones de pollo frito, escuchó durante dos semanas el oscuro hit I can never go home anymore (1965). “Me sentaba en el piso de la cocina con una botella de Jack Daniels. Bebía y me desmayaba, me despertaba y volvía a repetirlo. Mi compañera de cuarto entraba, me dejaba un cubo de KFC y salía”.
No todas las leyendas musicales eran de su agrado. “Cantantes como Ella Fitzgerald, es una de las mejores (...) de todos los tiempos, pero no tenía personalidad en escena. No destacaba porque sonaba igual que muchas otras. Piensas ‘ella es Ella Fitzgerald’, pero no se distingue”. De las contemporáneas, no pasaba a Dido. “Que las chicas la imiten me dan ganas de vomitar”, como tampoco soportaba el gangsta rap, a pesar de su fanatismo por el hip hop.
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Amy se acerca a un paparazzi. Lo conoce, fueron colegas. Antes de convertirse en cantante profesional trabajó como reportera de espectáculos especializada en música, para World Entertainment News Network. De hecho, en el colegio apostaban por una carrera profesional como escritora o periodista. Amy tenía menos fe sobre el futuro. “Creí que sería camarera o ama de casa”.
El fotógrafo le cuenta a modo de disculpa que se cayó una pauta con Geri Halliwell y por eso ronda su casa en Camden, barrio rockero por excelencia al noroeste de Londres. Amy replica que no hay problema con el seguimiento, pero a distancia. Está resignada. Cualquier cotidianidad como ir por cigarros se convierte en una nube de cámaras a su alrededor como moscardones sobre una presa.
Los periodistas y fotógrafos la adoran. Suele darles bocadillos y algún refrigerio mientras montan guardia esperando que salga en dirección a un bar a emborracharse, tal como hacen otros rockeros como Graham Coxon de Blur y los hermanos Gallagher en el mismo barrio, sólo que a ella la acribillan con flashes a la salida.
Una década antes la prensa había quedado en entredicho por la muerte de Diana Spencer, pero con Amy Winehouse y el implacable seguimiento a partir del extraordinario éxito de Back to Black (2006) -16 millones de copias vendidas en el mundo hasta hoy-, la moral y costumbres del periodismo británico volvió a fojas cero.
La cantante alimenta literalmente a quienes comen vendiendo imágenes de su atormentada vida íntima con un marido experto en meterse en líos como Blake Fielder-Civil, un vividor y drogadicto empleado en la industria de los video clips.
Se conocieron en la primavera de 2004 en un bar de Camden. Ambos estaban comprometidos, pero la conexión con el sexo y el desmadre tuvo resultados a la vista. Cuando llevaban un mes juntos Amy tatuó su nombre en el pecho izquierdo. Para el promiscuo Fielder-Civil la intensa carnalidad de ella era característica de quien ha sufrido abuso sexual, aunque Amy respondiera una y otra vez que simplemente era apasionada. “No abusaron de mí cuando era una niña ni nada parecido”.
La honestidad brutal de Back to Black remeció al mundo. En medio de un pop dominado por estrellas despampanantes como Beyoncé y Shakira, Amy detalló con música orgánica de otros días combinada con decorados de modernidad, las penurias tras un primer rompimiento con Blake, decidido a regresar con una antigua novia. “Escribí sobre una relación que salió mal”, contó en 2006. “Ya no digo ‘nos fue mal, es tu culpa’. (...) ‘fue mal y es una pena porque podríamos haber hecho algo sorprendente’”.
En el intertanto, la imagen juvenil que acompañó al disco debut Frank, inspirado en el fin de su relación con el periodista Chris Taylor, dio paso a un nuevo look con el delineador, el peinado monumental, los tatuajes y los vestidos cortos. La atención mediática sobre este giro complicó a Amy en una época donde la salud mental de los artistas provocaba morbo antes que preocupación. “Me siento muy insegura con mi aspecto. Soy músico, no modelo. Cuando más insegura me siento, más bebo (...) cuando más insegura estoy, más grande es el moño”.
Plagado de singles extraordinarios como Love is a losing game y You know I’m no good, la atención inicial de Back to Black se la llevó Rehab por detallar con frescura pop aromatizada en los 60, su experiencia de desintoxicación alcohólica impuesta por amistades y el sello, pero saboteada por su padre Mitch. “Un amigo mío llamó a mi papá y le dijo ‘tienes que venir y poner orden porque no sabemos lo que hacer con ella. No habla con nadie, se pone a beber. En cuanto se levanta, está loca’”.
Aunque la primera reacción de Mitch fue llorar, cuando Amy le preguntó si estaba de acuerdo con internarse en una clínica, le aconsejó que lo hiciera para tranquilizar al sello. Para Mitch era absolutamente comprensible que su hija se borrara con alcohol por una pena de amor.
En la primera entrevista en el centro de rehabilitación donde debía permanecer más de dos meses -”puedes escucharlo en la letra, eran 70 días, 10 semanas”-, la cantante negó ser alcohólica. “El alcoholismo es algo horrible, pero si no puedes recordar las cosas prácticas, ahí es cuando sabes que tienes un problema serio”. Amy, que estaba preocupada por el cuidado de sus gatos, consideró que esa alerta demostraba que lo suyo era depresión, antes que un problema con la bebida.
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Amy estaba particularmente orgullosa de Back to Black. A su parecer, resultaba menos rebuscado y elitista que el debut. “No tiene esos acordes inteligentes de jazz, no es en ese plan ahora. He estado escuchando muchos grupos de chicas, muchas bandas de garaje. (...) En Camden no puedes huir de eso, así que se me ha pegado”.
Back to Black marcó el inicio de su relación musical con el productor Mark Ronson. “Le toqué algunas canciones en acústico con una guitarra y él estaba en plan ‘bien, vale…’ (...) ‘ven mañana, voy a hacer mis tareas’. Así lo ve él, como un pequeño proyecto de ciencias al cual echarle diente”.
2008 fue un año clave en su vida. El 10 de febrero se quedó con los Grammy a Mejor artista nuevo, Canción del año, Mejor interpretación femenina de pop, Mejor álbum pop vocal y Grabación del año. Tony Bennett salió a entregar este último premio que iba para Rehab. Amy se tuvo que conformar con dar las gracias, pedir la liberación de Blake que estaba encarcelado, y cantar a distancia. No pudo ingresar a EE.UU. por sus problemas con drogas. La marihuana y los efectos en sus hábitos alimenticios eran un asunto menor frente al crack y la cocaína, a las que había sido introducida por Blake.
Tony Bennett grabó con Amy Winehouse en Abbey Road en 2011, cuatro meses antes de su muerte. Para el legendario crooner fue evidente que ya no le quedaba tiempo. “Sabía que estaba en peligro, que no iba a vivir mucho más”, contó el año pasado. “No se trataba de las drogas, era el alcohol. Presentía que estaba en la recta final de su vida”. Según Tony, Amy fue la mejor voz en la música popular desde Elvis. “Ella fue la única capaz de cantar como yo lo llamo. Como debe ser”.