Se sorprende cuando le contamos que está con dos novedades del mes en las librerías de nuestro país. “Es raro”, dice la autora desde el otro lado de la pantalla, vía Zoom. Tan raro, que uno de esos títulos ni siquiera ha llegado a su natal Argentina. “Son raros los tiempos editoriales, pero bueno, mejor mucho que poco”.

Hablamos de la reedición vía Tusquets de su clásico Los suicidas del fin del mundo, y de la llegada a librerías chilenas de La otra guerra, editado por Anagrama, su último libro (el que aún no atraviesa la cordillera). Quien los escribió es acaso una de las plumas más ágiles de la crónica y el periodismo latinoamericano, la transandina Leila Guerriero (54).

En un vistazo rápido, ambos tienen en común lo austral: el primero se ambienta en el pueblo de Las Heras, una localidad petrolera de Santa Cruz; el segundo, en las islas Malvinas. Pero no es lo único.

“La pregunta del por qué no existe en el suicidio”

Los suicidas del fin del mundo fue su primer libro, original de 2006, y su reedición fue posible porque el contrato con Tusquets estaba por vencer. Leila confiesa a Culto que en un comienzo no estaba pensado como libro. Fue su amigo, el escritor Elvio Gandolfo, quien le inoculó el bichito.

“Un día nos juntamos a tomar un café, yo ya había terminado la investigación y pensaba escribir un artículo largo. Pero Elvio me dijo una cosa que todavía me acuerdo y que es medio prepotente de mi parte. ‘Leila, con mucho menos que eso, Truman Capote hizo A sangre fría’. Ahí vino un arrebato y pensé que si Elvio cree que lo puedo hacer, entonces lo puedo hacer”, cuenta la transandina.

Tras un recorrido por diversas editoriales donde acumuló negativas, finalmente Tusquets se hizo cargo de la publicación. “Mis contactos con las editoriales eran pocos, no era alguien que me conocieran. Yo era una periodista que se dedicaba más a los temas sociales que a lo cultural”, recuerda. Pero fue Sergio Olguín, otro escritor, el que le propuso probar con la casa editora española. Así resultó.

Leila Guerriero © Alejandra Lopez.

El libro trata sobre una serie de suicidios cometidos por cerca de 12 jóvenes, hacia fines de los 90 y comienzos de los 2000, en la localidad de Las Heras, un pueblo perdido en la Patagonia argentina y donde no hay mucho más que hacer, salvo trabajar en el crudo. Para estudiar una carrera hay que necesariamente moverse a otros lados. Ahí, Guerriero vio pobreza y marginalidad. “Vi una historia de las privatizaciones salvajes que hubo en este país, de cómo la capital le da la espalda al interior. El desempleo, la falta de arraigo, los suicidios eran como el fusible de esta situación”, dice.

¿Qué fue lo más complejo a la hora de escribir ese libro?

Lo que más me costó fue publicarlo (ríe). El reporteo siempre es difícil, aunque una cosa es hacerlo con gente que vive más o menos en tu entorno, en Buenos Aires, pero esto implicaba el viaje y corrían todos por mi cuenta, porque no tenía contrato con ninguna editorial, y corres el riesgo de que nada salga bien, que la gente decida no hablar contigo o se arrepientan. Me costaba mucho pasar cinco, 15 días fuera de Buenos Aires metida en este entorno tan hostil que cuenta el libro. Pero después en el pueblo, cuanto más avanzaba en el rodaje, el trabajo era satisfactorio, aunque las historias eran tristísimas.

¿Era su intención solo contar la historia de los suicidas o pensaba llegar a alguna conclusión?

El problema del suicidio me parecía interesante desde el punto de vista filosófico, estoy muy influenciada por los existencialistas franceses, es de siempre. Por esto mismo, y por el hecho de haber investigado desde antes de hacer el libro, yo sé que la pregunta del por qué no existe en el suicidio. No hay una respuesta cabal para eso. La respuesta a por qué pasó esto es el libro, es toda esta situación social. Una sociedad disgregada, la falta de perspectiva de futuro, el Estado completamente ausente. El por qué es la pregunta más torpe que una se puede hacer en una situación así, jamás intenté encontrar esa respuesta. Sí me sorprendió muchísimo que lo primero que me preguntaban los colegas cuando salió el libro era: “¿Y por qué se suicidaron?”.

El libro toca también otras fibras, como la pobreza, los embarazos adolescentes, el aislamiento, la falta de oportunidades. ¿Cómo narrar esos temas sin caer en la caricatura?

Creo que sobre todo se trata de hacer un buen reporteo, en esos temas y en cualquier otro. No se trata de ir una vez a ver a una persona, hablar y salir volando con el grabador y ponerse a escribir. Hay que ir y volver y volver y volver a hablar con la gente hasta encontrar algo genuino, muy real en el otro. Pero antes de eso, se trata de una cuestión de mirada. Si pienso en que voy a ver a alguien que lo ha pasado pésimo y tengo una mirada puesta en el lugar común, entonces voy a hacerle preguntas conmovedoras y voy a encontrar un ángel sufriente, etcétera. Si abres la oreja a la realidad de la gente es mucho más compleja, se juegan contradicciones, sentimientos encontrados. Hay que estar abierto a esos matices, la gente no es ni angelical ni monstruosa y permiten que uno los vea tremendamente vivos, contradictorios, complejos.

“El cementerio de Darwin era una papa caliente”

“Los forenses son la discreción hecha persona”, lanza Leila como un aforismo. Lo cierto es que en 2007, Guerriero escribió un artículo sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense, que identifica los restos de desaparecidos en la dictadura militar. Desde ahí, comenzó a cultivar una amistad con sus miembros. Fiestas de fin de año, cumpleaños, cenas. En esos intercambios de pataches, copas y anécdotas, tarde o temprano iba a salir alguna buena historia, pese a la naturaleza reservada de los profesionales. Y la hubo.

“Me empezaron a contar de los viajes que hacían al interior buscando a los familiares de los soldados muertos en Malvinas, estaban todos dispersos -recuerda Leila-. Y me parecía muy asombroso que no todo el mundo supiera eso. Yo pensaba que existía en algún lugar del Estado un listado claro de los familiares de los soldados muertos. Y no había.

Lo que los forenses estaban haciendo era preguntarles a las familias si estaban dispuestas a entregar material genético para poder identificar a los soldados que en esos principios de los 2000 se encontraban en el cementerio de Darwin, en Malvinas. La mayoría sin identificar y en cuya tumba solo se encontraba una escalofriante placa: “Soldado argentino solo conocido por Dios”.Y eso es solo el comienzo, porque la asociación de familiares se opuso a la identificación. “Yo pensaba, ¿cómo una persona dice ‘no quiero saber dónde está mi hijo’?, o sea, yo voy al cementerio y le voy a poner una flor a mi mamá, no quiero ponerle una al vecino que no conozco. Y me empezaron a explicar que la asociación de familiares estaba relacionada con el Ejército. Hay tramas ideológicas, etcétera. Fueron dos años y medio de trabajo, desde 2018, y me encontré con una trama complejísima”, dice Leila. Y lo repite para que quede claro: complejísima, complejísima.

Así nació La otra guerra. La historia de cómo un oficial inglés, Geoffrey Cardozo, resultó clave para primero sepultar en Darwin y luego que se pudieran identificar los cuerpos gracias al prolijo trabajo que realizó. Esto, incluyendo los roces generados en el país transandino.

“Si en Los suicidas del fin del mundo, el pueblo de Las Heras era un conglomerado de todos los desastres de la Argentina, el desempleo, la ausencia del Estado, creo que La otra guerra es una especie de conglomerado de todas las tensiones políticas, ideológicas que atraviesan a la Argentina desde los años 70 para acá”, dice Guerriero.

Decidió enfocar el libro en los familiares, en las víctimas, más que en los trámites entre los Estados de Reino Unido y Argentina.

¡Estaba claro que la historia era la gente! Lo más impresionante de la historia fue que la gente común hizo la diferencia, que hicieron pequeños movimientos y que terminaron moviendo a dos países gracias a la mediación de la Cruz Roja. El tema del cementerio de Darwin era una papa caliente para todos los gobiernos, nadie lo quería tomar. La historia era la gente, que te dice que su hijo o su hermano fue muerto en la guerra y nunca nadie del Estado se acercó a decirle “vengo a presentarle mi sentido pésame, su hijo murió de esta manera, aquí tiene el reconocimiento”. Hay gente que hasta el día de hoy no recibió nada. Es como en Las Heras, con la ausencia completa del Estado.

Un hilo común a estos dos libros es el tema de la muerte, vista desde los suicidios y un cementerio. ¿Por qué le interesa?

No creo que la muerte sea el tema de ninguno de los dos libros. El tema es la gente que está viva, precisamente. Digo, La otra guerra lo único que pone son testimonios de gente que está viva y los tremendos impactos. Lo que menos se habla es de las vidas de los que cayeron. Y en Las Heras es todo el eco que produjo la ausencia en la vida de los que quedaron. Estoy sumamente interesada en la vida de los vivos, las muertes trágicas producen esas vidas desoladas, creo.

En la pandemia el tema de la muerte ha vuelto a ser central, cotidiano. ¿Cuáles son las historias extraordinarias que se pueden encontrar en este contexto?

En general, veo que hay historias muy obvias y que no se están abordando. El año fue muy difícil para todos, pero me parece que este año es muy peligroso para todos en términos que se están asentando usos y costumbres que muchas personas pensaron que iban a ser pasajeras. Me preocupa mucho qué va a pasar con el impacto que todo esto pueda tener en el mundo del arte. ¿Qué va a pasar cuando una bienal o un festival literario de un país central quiera invitar a artistas de países periféricos, que probablemente no estén vacunados, o no con las vacunas que se permiten en esos lugares? ¿A quién va a privilegiar esa conversación artística? ¿Al artista del país de al lado o al tipo que se tiene que tomar un vuelo en conexión? Esa es una nota que nadie está haciendo (ríe).

Uno que falleció hace poco fue Juan Forn, ¿Cómo vivió la noticia?

Me dio una pena terrible, lo conocí. No te digo que éramos cercanos ni amigos, pero formaba parte del entorno mío, lo entrevisté varias veces. Era un tipo que con su colección Planeta Biblioteca del Sur hizo algo extrañísimo para esos años, hizo que la literatura se pusiera de moda. Tenía una vida en la costa, bastante tranquila. Era un tipo con una cabeza bien amueblada, de mucha lectura, mucha lectura. Una pena.