Carlos Menem le regaló el shamisen a Charly García y Charly lo dejó en Circo Beat, el estudio de Fito Páez donde Babasónicos daba los últimos toques a Jessico, el sexto título de su discografía. Diego “Uma” Rodríguez tenía una melodía en la cabeza y la silbaba creyendo equivocadamente que era de Blue Hawaii (1961), la comedia romántica de Elvis. El bajista Gabriel “Gabo” Manelli cogió el shamisen, un instrumento de cuerda tradicional japonés, y comenzó a ensayar aquella melodía. En el intertanto, Uma se echó a dormir y al despertar, Gabo había sacado el característico arreglo de El Loco, el primer single de Jessico, la canción que ningún miembro de la banda imaginaba como sencillo, hasta que el director del sello lo eligió para ser publicado el 25 de julio de 2001, el mismo día que salió el álbum. Nada de riffs y baterías, sino una pieza arrulladora y playera revestida de bongós y trompetas mientras la voz dice:
“Soy víctima de un Dios
Frágil, temperamental
Que en vez de rezar
Por mí
Se fue a bailar...”
Los temas de Jessico contienen ese azar afortunado. “Pero qué parte del no, no entendés”, línea rotunda de Deléctrico, proviene de una anécdota relatada por Ciro Pertusi en Jessico El Documental: una historia de rock en tiempos convulsos (2021), disponible en Youtube. Mientras cenaba con Adrián Dárgelos en un restaurante se llenó de fans clamando por fotos y autógrafos, mientras un miembro de seguridad del equipo del ex Ataque 77, de fiero aspecto, intentaba poner orden. La insistencia de un chico gatilló la frase que Dárgelos, poeta devenido en estrella de rock, insertó en un corte que a su vez contiene un estribillo igual de memorable -”va a venir, no va a venir, o va a venir, Delectrico”-, originado en una cotidianidad en medio del proceso del disco. Jessico fue el primer álbum grabado en el estudio construido por la banda en una casona de Tortuguitas comprada por Adrián y Uma, los hermanos Rodríguez, en esa localidad a 39 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Gabo, que había trabajado en construcción, se hizo cargo de la instalación eléctrica de la sala. Ante sus retrasos, la pregunta se repetía en los restantes Babasónicos “¿va a venir o no va a venir el eléctrico?”. La pluma de Dárgelos hizo el resto.
El riff con sabor a western de Mariano “Roger” Domínguez salió a la primera. Los golpes de batería electrónica, un viejo modelo Simmons clásico ochentero que Diego “Panza” Castellanos instaló en el estudio, se sumaron a los efectos y ruiditos varios del tecladista Diego “Uma-T” Tuñón.
La canción no tenía mucha forma hasta que se la pasaron al productor Andrew Weiss, que venía colaborando con los argentinos desde Dopádromo (1996). Tras 24 horas de trabajo contínuo, según relata la banda en el podcast de Spotify Tan freak y tan popular, Weiss editó y pulió el tercer single.
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En la previa de Jessico, Babasónicos experimentaba un limbo. El contrato con Sony había terminado en una relación siempre paradojal de grupo indie con autonomía creativa -la música, el arte, los videos, todo a cargo de ellos-, en medio de una gran disquera donde no eran prioridad. “Se va nuestro manager Cosme, el Dj Peggyn se separa de la banda. Entramos al año 2000 en una especie de meseta tratando de encontrar un nuevo rumbo”, relata Panza en Spotify. Incluso, uno de los miembros propuso un receso de seis meses.
Venían de Miami (1999), la lectura babasónica a la era menemista de champán y pizza que no fue decodificada del todo, dejando pendiente la masividad anhelada por el conjunto. “Miami habla de la mierda que fue el menemismo antes de que el menemismo cayera”, declaró Dárgelos a Rolling Stone Argentina. Con la paridad uno a uno del dólar, el rock local no tenía mucha cabida, actor secundario en medio de una avalancha de visitas musicales del Primer Mundo que inspiraron el clásico kitsch Paren de venir (1995) de The Sacados. “Mucho lujo superficial y miseria espiritual”, resume Uma sobre la sensación ambiente durante la presidencia del ex de Cecilia Bolocco.
Musicalmente se podía esperar cualquier cosa de Babasónicos, experimentales y osados dentro de un radio rockero. A ratos tenían el groove de Beastie Boys, luego riffs coquetos entre glam y metal, y después paisajes de lisergia. Jessico no sólo es el primer álbum del milenio para la banda, sino que el cambio de folio les permitió deshacerse de lo innecesario estilizando los arreglos.
“Una forma más sintética de poder expresar las ideas que teníamos, y un momento de gran inspiración a nivel compositivo y de producción”, según palabras de Mariano Roger. “Estábamos abarrocados y nos dimos cuenta de que era un exceso de peso, mucho artilugio y poca esencia”, relata Panza en Arrogante rock (2007), el libro de entrevistas a la banda del periodista Roque Casciero. “Con Jessico logramos más esencia que artilugio”.
En el lenguaje de Dárgelos, esa labia alimentada por constantes lecturas y una genuina pasión melómana, cada canción merecía “swings propios” para contar historias de personajes “que viven vidas al límite”, dentro del imaginario babasónico dominado por la amoralidad y la sugerencia. Personajes como Yoli:
“Short, texanas, gel y un gran escote
En tetas falsas lleva las sustancias
Piedra y horizonte anaranjado
Medias corridas, sed de venganza”
“A mi me gusta el límite que plantea la pornografia con el erotismo”, esgrimía el vocalista a cargo de la dirección de los cinematográficos videos junto a Uma, plagados de imágenes sugestivas y cachondas, las maquinaciones estéticas de un artista que encarna un personaje “que no tiene familia, que no tiene vergüenza, que no tiene pasado, no le importa el futuro, está ahí en el presente”.
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Babasónicos grabó material suficiente para dos álbumes. Lo que no quedó en Jessico, título ocurrencia de Dárgelos, fue a dar a Carolo, publicado recién en 2012 para la reedición del álbum. La banda seleccionó los temas por votación, aunque el sistema se corrompía por alianzas -Adrián y Gabo sostenían una-, y por ofertas de votos a cambio de alfajores y tortas. “Hubo mucha manipulación de votos”, cuenta Dárgelos. “Corrupción electoral”, según Mariano. Así entró Fizz con una de las mejores letras en un álbum generoso en versos memorables:
“Fiesta de farsantes de la espuma social
Invitame a pasar”
“Yo lo odiaba, ‘este tema es una mierda’”, evocó Gabo, muerto en 2008, en una de sus últimas entrevistas. Andrew Weiss también insistió en la inclusión del single final de Jessico, lanzado en 2003 cuando el álbum estaba en los estertores promocionales.
A esas alturas ya había sido aclamado por la crítica y los músicos en Argentina como disco del año. Encantadoramente canchero, Dárgelos declaraba al suplemento No de Página 12 en diciembre de 2001, que merecían ese reconocimiento desde el debut. “Yo siempre dije que tendríamos que haber ganado desde Pasto, todos los años…”.
Daniel Melero, cercano a la banda desde los primeros días y testigo de la grabación de sus discos, dice en Jessico El Documental que fue el álbum de la madurez tras el recorrido de una década. “Creo que en Jessico dejan de ser pendejos”, sentencia.
El público respondió masivamente comprando el álbum que en un comienzo costaba conseguir porque las disquerías bajaban cortinas ante el desastroso gobierno de Fernando de la Rúa -Musimundo estuvo cerrada-, y multiplicando la asistencia a los shows. Babasónicos dejaba para siempre la categoría alternativa para adentrarse en la masividad sin ninguna clase de complejos. “Nunca quisimos ser independientes y ahora tampoco”, declaró Dárgelos a La Nación de Argentina en octubre de 2001. “No es para nosotros, porque no se puede ser independiente y sonar en Rock & Pop y FM Hit al mismo tiempo. Definitivamente queremos jugar en el mainstream”.
La crisis de fines de 2001 paralizó el consumo al otro lado de Los Andes. La situación obligó a Babasónicos a girar por Latinoamérica con el disco del año en la región. Los resultados fueron justos. Consagración total para la última gran banda argentina.