Quien suele dar el discurso de agradecimiento al ganar el Oscar a Mejor película es el productor principal del filme. En el caso de Sin lugar para los débiles, en la ceremonia de 2008 ese honor le correspondía a Scott Rudin, el todopoderoso productor que ha construido una carrera realizando largometrajes junto a cineastas como Wes Anderson y David Fincher. Rudin –descrito recientemente como uno de los mayores ejemplos de comportamiento laboral tóxico en Hollywood– tomó la palabra al recibir la estatuilla dorada, mientras los directores de la cinta prefirieron el mutismo.
Más temprano en la gala, Ethan y Joel Coen habían ganado dos reconocimientos adicionales, a Mejor guión adaptado y Mejor director, donde la dinámica fue que el segundo asumió la responsabilidad de dirigirse al público. El mayor de la dupla compartió una anécdota de sus comienzos en el cine a fines de los años 60 en Minnesota, y bromeó sobre cómo a lo largo de los años su mirada se ha conservado en la industria. “Estamos muy agradecidos con todos ustedes por seguir dejándonos jugar en nuestro rincón de la caja de arena”, soltó con una risa Joel, mientras que su hermano se limitó a un “no tengo mucho que agregar a lo que ya dije antes”. Sus palabras previas, al ganar la estatuilla por el guión de la película basada en la novela de Cormac McCarthy, fueron simplemente un “gracias”.
Ese es probablemente el episodio más público de una pareja de cineastas que siempre han preferido lanzar su artillería mediante los diálogos y la puesta en escena, antes que en las instancias atiborradas de público y televisadas a todo el mundo. Con un perfil bajo pero un sello inconfundible –sus personajes parlanchines y siempre causantes de humor negro, la violencia como consecuencia inevitable de la existencia humana, el absurdo de la vida–, los Coen se erigen hace años como nombres cruciales del panteón del mejor cine norteamericano de los últimas décadas.
Una colaboración que comenzó con Simplemente sangre en 1984 y que tiene su más reciente título en La balada de Buster Scruggs (2018), pero que ya podría haber contado su último capítulo. En 2019 se reveló que, por primera vez, Joel Coen escribiría y dirigiría un largometraje en solitario, una sorpresa considerando que siempre trabajaron en pareja e incluso montaban la mayoría de sus cintas en conjunto, firmando como Roderick Jaynes. El más veterano de los hermanos se puso manos a la obra con una adaptación de Macbeth con Denzel Washington y Frances McDormand, que finalmente se estrenará en septiembre en el Festival de Nueva York.
Uno de sus colabores más cercanos, el compositor Carter Barwell, esta semana proporcionó más pistas sobre el distanciamiento de los autores. “Ethan ya no quiere hacer más películas. Parece ser muy feliz con lo que está haciendo ahora y tampoco sé qué va a hacer Joel después de esto”, aseguró al podcast Score, deslizando que el quiebre es más creativo que personal y obedece a los intereses del menor del dúo, quien estaría abocado al teatro.
Barwell, socio de ellos a lo largo de casi toda su filmografía (incluida la inminente The tragedy of Macbeth), dio una luz de esperanza, asegurando que “también tienen un montón de guiones que han escrito juntos y que están en varias estanterías. Espero que vuelvan a ellos. He leído algunos de ellos, y son geniales”.
Años atrás, el portal Vulture contactó a Mark Zimering, uno de sus amigos de infancia y actor de sus primeros filmes en Super 8. Bajo su mirada, “Ethan es el arquetípico silencioso y el dialoguista, y Joel el visualista más extrovertido”.
Pero cómo se desarrolla esta nueva era de Joel sin su hermano es una gran interrogante que sólo se resolverá con el debut de la película el próximo mes. Está filmada en blanco y negro (como la estupenda El hombre que nunca estuvo) y cuenta con fotografía del francés Bruno Delbonnel (Amélie), con quien colaboraron por primera vez en Inside Llewyn Davis. La expectación se amplifica mientras el rótulo “hermanos Coen” parece acomodarse en el pasado.