La historia ha decretado que el tamaño XL de All things must pass (1970) -el primer álbum triple de un músico solista- es consecuencia natural de un artista torpedeado durante una década por otras dos fuerzas autorales y que debió esperar hasta este disco para abrir todo el flujo de sus virtudes creativas. Es así: George Harrison recién fuera de The Beatles pudo desplegarse como un compositor sin mayores ataduras ni miradas de recelo.
Pero el trabajo de 1970 también es el reflejo de un músico que mucho antes estaba a la caza de otras tendencias y que trabajaba en un territorio absolutamente propio. Hacia 1968, ya en el tramo final de los Fab Four, era un creador más inquieto que Lennon -como nunca en ese entonces revisitando el rock and roll más tradicional- y compartía el hambre de vanguardia artística con McCartney, aunque este último optaba por mantenerla a raya para que no eclipsara su capacidad como artesano de melodías populares. En esa misma temporada, el mismo John sepultaba su fama del Beatle salvaje y se sorprendía de las capacidades lisérgicas de George al repetir que andaba “demasiado pasado de ácido”.
En lo musical, Harrison no sólo fue el primer Beatle en editar un disco en solitario cuando el cuarteto aún funcionaba; también fue mentor de dos de los trabajos más inquietantes de los años 60 para una figura pop de alta envergadura, demostrando que equilibraba de modo genuino arrojo para escribir composiciones y paciencia para culminarlas.
Wonderwall music es su debut de 1968 y es el primer manifiesto de un Beatle, el grupo que encumbró la canción pop a su escalón más alto, pulverizando esa misma canción pop que había ayudado a perpetuar. Se trataba de la banda sonora instrumental de una película centrada en la India y donde no solamente abordaba los sonidos de esa nación, sino que también exploraba la psicodelia, las sensibilidades cercanas al new age, el spiritual jazz y un rock de guitarras que parece cogido de los últimos ensayos de Syd Barrett.
Su siguiente trabajo, Electronic sound (1969), acentúa la vanguardia al usar el sintetizador Moog en piezas de ánimo futurista y envoltorio tecnologizado. Sin pensarlo, el Beatle silencioso ayudaba a crear el ruido electrónico que coparía el cancionero masivo en las décadas siguientes. “Cuando escuché este disco por primera vez y vi que era de George Harrison, no lo podía creer”, reveló en 2014 Tom Rowlands, del dúo The Chemical Brothers.
Harrison llegaba con ese peso artístico a grabar en mayo de 1970 lo que sería All things must pass, aunque el equipaje personal era mucho mayor. Ya se había desintegrado su grupo; su cortocircuito principal era con McCartney -a quien dedicó el tema Wah-wah-; su mejor amigo, Eric Clapton, se había lanzado a la conquista de su mujer, Pattie Boyd; debía soportar a un errático Phil Spector en la producción; y su madre había sido diagnosticada de cáncer, falleciendo en plena grabación del álbum. En una reciente entrevista con Associated Press, Dhani Harrison, hijo del guitarrista, cuenta que el caudal voluminoso del disco es el retrato de un alma atribulada y sin sosiego: “Es un álbum muy pesado emocionalmente. Toca muchos temas profundos”. ¿Cifras? Para el primer día de sesión se grabaron 15 tracks, y para el siguiente otros 15.
En la reedición de All things... que salió ayer late esa sobrecarga en algunas de las 42 tomas inéditas que trae. Let it down suena en un demo casi esquelético, antes de crecer como una verdadera sinfonía gracias a Spector. Hay una versión para Isn’t it a pity donde parte cantando: “¿No es un fastidio esto? / ¿Por qué hacemos tantas tomas?”. Pero George está perdonado. Las primeras entregas solistas de Lennon y McCartney también fueron las parábolas de hombres rabiosos y en colisión con la adultez.
Pero en rigor, George tampoco quería dejar de funcionar como un colectivo. Su filosofía apuntaba a redescubrir la naturaleza gregaria del rock, a seguir rodeado de figuras que contribuyeran a su nuevo destino y a aliviar el fuerte adoctrinamiento del credo Krishna, lo que lo llevó a sumar un gran número de colaboradores -Ringo Starr, Gary Wright, Billy Preston, Peter Frampton, Phil Collins, el propio Clapton-, aunque el más relevante fue Bob Dylan.
Harrison fue a visitarlo a su residencia en Nueva York en 1968 y ahí el hombre de Like a rolling stone le comentó cómo era su metodología para trabajar junto a The Band: una relación horizontal, donde cada uno podía sentirse libre de aportar lo que quisiera, sin jerarquías, sin caudillos dominantes. O sea, lo contrario a lo que vivía en los Beatles. George lo aplicó después en All thngs must pass y logró un sonido afiatado, portentoso y disperso que, para muchos críticos, definiría el rock de los 70 y lo convertiría en el mejor disco de un Beatle en solitario.
En esa perspectiva, el guitarrista también lo pasó bien. La nueva entrega del álbum lo muestra varias veces imitando a Elvis (Going down to golders green) y recordando a sus ex compañeros en una interpretación de Get back, escrita por Paul, ese amigo de juventud a quien ya no soportaba. ¿Todas las cosas deben pasar? Incluso cuando habían cortado el cordón umbilical con su banda madre, los Beatles no podían dejar de pensar en el hogar donde se hicieron grandes para siempre.