Probablemente cuando tuvo la idea, y la vio ejecutada, nunca pensó que iba a tener el resultado que se vio. El tiempo quizás era propicio, pero como todo en esos días de cuarentena, nadie tenía muy claro lo que ocurriría.
El resultado fue sorpresivo. Aproximadamente 35 mil descargas tuvieron los cuentos que la editorial Neón puso a disposición del público lector con la colección digital Neón Singles, en junio del 2020. Se trataba de una iniciativa que publicó cuentos de 12 destacadas autoras nacionales, uno a la semana, de manera que un lector podía descargarlos gratuitamente en formato Ebook durante ese período. Luego, a través de la plataforma Ebooks Patagonia se podían obtener a un módico precio.
“Funcionó muy bien por dos razones. Primero, porque aunaba un corpus de autoras chilenas que están publicando, que tienen un proyecto literario interesante y que van entre los 30 y 40 años y que la gente quiere leer”, recuerda la escritora y editora María Paz Rodríguez, quien dirige la editorial Neón.
“Además, el hecho que fuera un formato breve nos permitió que pudiéramos ir liberando un cuento a la semana, como una entrega parcial que la gente tomó muy bien -agrega Rodríguez-. Alcanzaban a leerlo durante la semana y luego esperaban el domingo a que se liberara el próximo. Mucha gente nos decía que esperaba los domingos con harta ansiedad, no solo en Chile, también en otros países”.
Las autoras incluidas en la colección fueron Catalina Infante, Claudia Apablaza, Camila Gutiérrez, Paulina Flores, Romina Reyes, Begoña Ugalde, Carolina Brown, Bernardita Bravo, Carmen García, Eleonora Aldea, Victoria Valenzuela y la misma María Paz Rodríguez.
“Estos cuentos, en su mayoría no habían sido publicados, algunos fueron escritos para la colección, otros estaban de antes. Fue una súper buena entrada al imaginario narrativo de cada una de ellas -añade Rodríguez-, además que lo digital ha agarrado fuerza con la pandemia”.
El éxito de los Neón Singles no responde solo a un punto específico de la pandemia. De alguna manera, el cuento ha vuelto a tener una especie de revival. Si pensamos en la inclusión de los autores Paulina Flores y Diego Zúñiga en el listado de nuevos narradores jóvenes en español que la prestigiosa revista Granta publicó en abril pasado, y ponemos el ojo en que ambos han escrito libros de cuentos; y más aún, que entre los nominados al International Booker Prize 2021 estuvo la traducción al inglés de Los peligros de fumar en la cama, uno de los volúmenes de cuentos de la transandina Mariana Enriquez, es para, al menos, darle una vuelta a la pregunta: ¿habrá en estos días una revalorización de formato breve?
Acorde a los tiempos
Como suele suceder en el universo de las letras, no hay una sola opinión. Para algunas y algunos, el relato más acotado efectivamente ha tenido un revival. “Se está publicando mucho cuento -dice la crítica literaria y académica de la UC, Patricia Espinosa-. Me parece que es una tendencia que va asociada al tipo de lector o lectura que predomina en la actualidad, obviamente, desde el punto de vista editorial”.
Espinosa explora un factor para ello: “El mercado, como bien sabemos, interviene en la hegemonía de los géneros literarios. Desde la perspectiva comercial, los/las lectores tienen poco tiempo y solo los satisface lo breve”.
Algo similar piensa la escritora Catalina Infante, autora del volumen de cuentos Todas somos una misma sombra (Neón, 2018). “Me parece que hoy hay más oferta de libros de relatos, sospecho también que es un género que se acomoda a estos tiempos. De hecho, incluso muchas novelas contemporáneas parecen libros de cuentos; fragmentadas en capítulos independientes y cortos”.
“Viéndolo más desde la industria, me imagino que los lectores de nuevas generaciones tienen una mente más acelerada y dispersa, por la tecnología, necesitan un formato que se adapte a esa rapidez, que requiera menos tiempo de concentración que lo que demanda una novela de 500 páginas, que se lee a largo plazo; es una relación larga con la que no todos pueden comprometerse”, añade Infante.
Para Bernardita Bravo, autora del volumen de cuentos Estampida (Cuneta, 2019), el formato es ideal para los días agitados del siglo XXI: “Es un género que encuentra un lugar propio en esta era de la inmediatez y de soportes que diversifican el campo de la literatura. Sin embargo, considero que la escritura y lectura, en cualquiera de sus géneros o formatos, existe desde la reflexión y la pausa, es un tejido que requiere agudeza, atención a eso que se dice y que se cuenta”.
“Puede que la precisión que caracteriza al cuento para contar algo en pocas páginas se adapte bien a estos tiempos, pero creo en términos generales se valora como siempre: lo situamos ‘por debajo’ de la novela y se aprecia más en círculos específicos”, añade Bravo, quien obtuviera el Premio Municipal de Literatura 2019 por Estampida.
Por su lado, Diego Zúñiga, quien además de novelas publicó el libro de cuentos Niños Heroes (Random House, 2016), piensa: “Quisiera creer que hoy —a partir, sobre todo, del éxito de los libros de cuentos de Mariana Enriquez y Samanta Schweblin— los lectores se acercan con menos desconfianza hacia el género y que tienen una mejor disposición, también, hacia otras formas, formas breves, fragmentarias, que uno puede ver en libros actuales como El nervio óptico, de María Gaínza, por ejemplo, o en los proyectos de Jazmina Barrera y de Gonzalo Maier, o en los relatos geniales de Francisco Bitar”.
“Creo que hay un grupo de lectores cada vez más numeroso que ya no sólo buscan novelas –añade el iquiqueño–, sino que pueden entregarse al ejercicio de leer estas formas breves y descubrir el goce que hay en ellas, y que por supuesto que no son nuevas”.
Desde Argentina, la narradora Selva Almada aplaude que hay una revalorización del formato, de la mano además de buenas plumas. “A mí me alegra muchísimo esta puesta en valor del cuento: a los nombres que ya tienen mucha visibilidad agregaría el de Alejandra Zina, Liliana Colanzi, Francisco Bittar que proponen una cuentística que no se cierra sobre sí misma, no es el cuento en el sentido tradicional ‘donde todo está en función del final’, sino que siguen abriéndose en la mente de los lectores”.
Aunque Almada pone el acento en que el cuento tiene una especie de complejidad extra, que probablemente aleje al lector común. “Es cierto que el cuento exige lectores más atentos: en la lectura de una novela permanecemos un tiempo con los mismos personajes y en el mismo universo; en cambio el relato supone entrar y salir, pasar de un universo a otro, con mayor rapidez, y eso supone que el lector ‘trabaje’ más”.
Visibilidad y tradición
Pero otros creen que el cuento siempre ha tenido valoración, y en rigor, lo que se ve en estos tiempos es una mayor visibilidad. “En mi opinión, en tanto género, el cuento ha tenido siempre un lugar importante en la literatura latinoamericana; quizás con mayor o menor énfasis, pero sin duda presente –opina la académica de la USACH, Carolina Pizarro–. No tengo la seguridad de que estemos hoy en un periodo de especial valoración. Lo que observo es una mayor visibilidad, que eventualmente podría contribuir a que nuevas generaciones de lectores/as lo aprecien”.
En esa misma cuerda se pronuncia la autora y editora Claudia Apablaza. “En Latinoamérica, a diferencia de Europa, el cuento siempre ha tenido un lugar muy importante entre escritores y lectores. Lo que sí creo que ha sucedido es que han aparecido nuevas generaciones de cuentistas que han conseguido reposicionarlo y vitalizarlo usando nuevos tópicos en atención a la realidad contemporánea, pero siempre anclados a la gran tradición del cuento latinoamericano, con la riqueza en sus formas y sus variaciones estilísticas”.
El hecho de que esta parte del mundo tenga una tradición cuentista hace que para algunos, en rigor, haya un cierto hilo que se mantiene hasta hoy. Así lo piensa el escritor Jaime Collyer, quien dirige un Taller de cuento. “Mi impresión es que el cuento ha gozado siempre de un sitial relevante en las dos Américas, y esto desde la época posterior a la independencia, cuando no había una industria de publicaciones en propiedad y las pocas que circulaban solo podían incluir historias breves. La preferencia por la novela es una opción reciente de la industria editorial ibérica”.
“Pienso que, del boom en adelante, ha germinado una tradición cultora del relato fantástico o la narrativa psicológica y que esa tradición se prolongó luego, y hasta hoy, en algunos cuentistas excepcionales del Río de la Plata”, añade Collyer.
“Yo creo que siempre se ha valorado, estoy pensando en lo que pasa con Bolaño o Clarice Lispector –dice María Paz Rodríguez–. Creo que el cuento permite muchas cosas. Un conjunto de cuentos permite que un narrador o narradora tenga distintas texturas y narratividades, incluso en un mismo libro uno puede jugar con distintas tramas, pero mantener un espíritu, un imaginario”.
La novelista y cuentista ecuatoriana Mónica Ojeda piensa similar. “Yo siento que nunca se ha dejado de valorar. Otra cosa es que sabemos ya que lo que más vende son las novelas, pero tenemos una fuerte tradición literaria de cuentos lo que hace que sea un género con prestigio”.
“Creo que el cuento latinoamericano históricamente ha ocupado un lugar de prestigio, aunque sigue estando lejos de lo comercial (lo cual no me parece ni bueno ni malo) –señala la colombiana Margarita García Robayo–. No me parece que sea algo novedoso, más bien, dentro de lo que se está produciendo, creo que los cuentos son los textos con estructuras y apuestas más tradicionales y también más serias, esto último lo digo en el mejor de los sentidos”.
“El cuento es mi género favorito”, parte diciendo la escritora y académica de Letras UC, María José Navia, quien también pone al pasado en el tapete. “Me parece que la tradición del género del cuento en Latinoamérica siempre ha sido muy potente. Pienso en autores como Borges, Cortázar, Rulfo, Bombal, Lispector, Peri Rossi, Silvina Ocampo, Felisberto Hernández. En ese sentido, siempre ha sido un género muy valioso”.
Sin embargo, la autora del celebrado volumen de cuentos Una música futura (Kindberg, 2020), añade un factor. “Sí creo que ahora ‘vemos’ más a los libros de cuentos porque hay cada vez más editoriales independientes que les están dando un lugar destacado en sus catálogos. O, incluso, editoriales como Páginas de Espuma que solo publican cuentos”.
La crítica literaria y directora del Instituto de Estética de la UC, Lorena Amaro, plantea como factor justamente ese “riesgo” que corren las editoriales independientes. “Hoy se publican más volúmenes de cuento, porque las editoriales autogestionadas se arriesgan con autorxs y propuestas nuevas, muchas veces en los lindes genéricos. También hay un rescate de la tradición cuentística, por parte de estas editoriales y otras de carácter universitario. En Chile, por ejemplo, es muy relevante que la Universidad Alberto Hurtado rescatara la obra completa de Baldomero Lillo, Manuel Rojas y Marta Brunet, tres de los grandes cuentistas nacionales”.
En todo caso, Amaro relativiza la idea de “tradición” del cuento en esta parte del mundo: “No sé si hablar de una tradición o más bien de ciertas conexiones, no necesariamente causales o bajo la rúbrica de las ‘influencias’ o la genealogía. Hay una gran riqueza en estas conexiones, en sus diversos formatos y líneas de trabajo. Te encuentras con una gran cantidad de poéticas (algunas muy conocidas, como las de Quiroga o Cortázar, o la parodia que hace Bolaño)”.
Yo publiqué cuentos
Quienes publican cuentos, inevitablemente se han enfrentado a la sombra de novela, incluso de las propias. “Crecí escuchando el mito dentro de la industria de que los libros de cuentos no vendían –dice Catalina Infante–. Era una forma, creo, de decirle al escritor: ‘mejor escribe la novela’. Cuando más joven me irritaba esa idea, porque venía implícito en ella que la novela era un estado superior, más avanzado y complejo que el cuento, con lo cual estoy en completo desacuerdo”.
¿Cómo ha sido sobrevellar esta relación cuento/novela? Claudia Apablaza, al frente de Los libros de la mujer rota, señala: “En general, creo que siempre se ha preferido leer novelas a cuentos, porque la novela te sumerge en un viaje más largo, más complejo, más absoluto; pero así y todo, el cuento se lee intercalado de la lectura de novelas, es como un respiro para esa otra intensidad que implica el sumergirte en un texto mayor”.
Apablaza apunta a una instancia que ha servido mucho para revitalizar el formato: “Los cuentos se leen mucho en los talleres de escritura o en los talleres de lectura, que han proliferado muchísimo en la pandemia. lo que me parece muy bien, estar conectado con la lectura en tiempos tan adversos como los que corren”.
Desde el grupo Planeta, el editor Juan Manuel Silva destaca: “La recepción de los cuentos ha sido muy positiva, tanto en ventas como en lecturas. Por ejemplo, los libros Qué vergüenza, de Paulina Flores; La sangre y los cuchillos, de Simón Soto, o Incontables, de Pedro Lemebel. Aunque no creo que sea un fenómeno de los últimos años. Hay libros de cuentos que han sido muy importantes en los ochenta y noventa, por ejemplo. Otros, como José Leandro Urbina con Las malas juntas, definieron la sensibilidad de una época (la situación posgolpe). Hay grandes cuentistas como Brunet o Bombal o Emar antes de eso, y de seguro seguirán apareciendo libros y nombres destacables, porque lo que estamos viviendo es una complejización y ampliación de los conceptos que manejábamos de lo real y esto, desde luego, afecta la literatura, tanto en el interés que genera la experimentación como la vuelta a géneros tan populares como el cuento”.
Por su parte, Melanie Josch, al mando de Penguin Random House en Chile señala: “Nosotros hemos sostenido el género en primera línea a través de la colección de cuentos de Alfaguara, con la publicación de libros de Roberto Bolaño, Manuel Rojas, Francisco Coloane y Marta Brunet, con ediciones revisadas y prologadas. Estamos preparando una edición de cuentos completos de José Donoso para 2022. Lo cierto es que la recepción de los lectores ha sido muy buena”.
“Además –dice Josch– publicamos Las biuty Queens, de Iván Monalisa, traducido a varios idiomas y del que NBC hará una serie; Pelusa baby, de Constanza Gutiérrez, que a dos meses de su publicación ha tenido una excelente acogida y numerosos lectores; Es lo que hay, de Begoña Ugalde, un libro de cuentos que aborda un tema tan relevante hoy en la literatura como los contra-relatos de la maternidad; y Hotel Montana y otros cuentos, de Rafael Gumucio, a mi juicio literariamente impecable. Como bien indica el autor, se trata de un género en el que “en la literatura latinoamericana, como en la rusa y la norteamericana, se prueban los valientes”.
Diego Zúñiga, como editor en Montacerdos, se lo toma con más mesura: “Hay mayor curiosidad, sin duda, pero tampoco el escenario ha cambiado de forma tan radical. Creo que es el público más joven el que se siente más cómodo leyendo cuentos, por lo que son ellos los que más buscan —en el catálogo de Montacerdos— a cuentistas latinoamericanos como Mariana Enriquez, Federico Falco, Liliana Colanzi, Margarita García Robayo, Fernanda Trías y chilenos jóvenes como Romina Reyes y Esteban Catalán”.
Desde las autoras, Mónica Ojeda publicó el volumen de cuentos Las voladoras, en 2020, con tres novelas previas y cree que, para muchos, el libro fue una entrada a su obra. “Siento que hasta ahora Las voladoras ha tenido una buena recepción, igual que mis novelas. Claro, las lecturas son distintas y los lectores diversos. Hay quienes venían de leer mis novelas y se atrevieron a leer mis relatos porque tenían curiosidad, pese a no ser lectores habituales de cuentos. También hay quienes me han empezado a leer a partir de Las voladoras, gente que no se había acercado a mis novelas”.
Caso similar experimentó María Paz Rodríguez, con su libro de relatos Niñas ricas (Alfaguara, 2018). “Creo que mi libro de cuentos tuvo una mejor recepción en términos de lectoría y de apoyo, pero no sabría decir si era porque fue un libro de cuentos o porque era mi tercer libro publicado. No lo sé”.
En el caso de Selva Almada, ella notó una diferencia en la recepción entre cuentos y sus novelas. “Los primeros libros que publiqué fueron de relatos y pasaron desapercibidos en ese momento, es cierto. En cambio, mi primera novela tuvo muchísima repercusión... probablemente porque era una novela”. En todo caso, la autora de El viento que arrasa tuvo su revancha.
“Unos años después publicamos una antología que reúne mis cuentos de una década y es un libro que sigue reeditándose y circulando muchísimo, aunque ya pasaron varios años desde la primera edición –dice Almada–. Quiero decir que creo que hay lectores para el género pero si la publicidad, las vidrieras de las librerías, los suplementos los premios importantes, sólo le dan espacio a la novela, pues terminamos leyendo novelas”.
Margarita García Robayo también ha publicado cuentos y novelas. “Las novelas han tenido mayor llegada al público, al menos hasta donde yo sé. Pero las veces que he tenido contacto con lectores de mis cuentos noto que valoran otro tipo de cosas, quizá ponen el foco más en lo técnico, en lo formal. No diría que son necesariamente más sofisticados, pero sí más específicos en cuanto a sus búsquedas y consumos literarios”.
Por su lado, Bernardita Bravo recuerda la publicación de Estampida de manera especial. “Para mí fue una alegría ganar el Premio Municipal de Santiago, tener buena crítica y lectores que han apreciado el libro, aunque no sea un tipo de literatura masiva. Siguen apareciendo instancias enriquecedoras gracias a él. El próximo año publico una novela, así que Estampida me abrió una ventana creativa que espero siga abierta”.
María José Navia también da cuenta de esa relación. De hecho, su única novela Kintsugi (Kindberg, 2018) en rigor, es una novela-en-cuentos. “Cuando alguien me pide que le recomiende un libro para regalar, siempre lo que esperan es la recomendación de una novela (y se sorprenden cuando, muchas veces, les recomiendo cuentos). Por esa razón también creo que le ha ido mejor a Kintsugi (que es una novela-en-cuentos) que a mis libros de cuentos más ‘tradicionales’. Ya va en la cuarta edición. Pero, en términos de crítica y comentarios de lectores, creo que igual han sido muy bien recibidos los cuentos (y, en ventas, también van cerca: Lugar está en su tercera edición y Una música futura está a punto de agotar su segunda edición)”.
Quiero leer cuentos, ¿me recomiendas?
Por supuesto, todas las personas consultadas para este artículo se animaron a entregar algunos nombres que consideran ineludibles en el formato del relato breve. Más de alguno se repite.
Comienza Patricia Espinosa: “En el ámbito latinoamericano destacaría: Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Daniela Catrileo, Mónica Droully, Ignacio Borel, Eduardo Plaza, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Patricio Pron”.
Catalina Infante dice: “De escritores actuales rescato a Samanta Schweblin, es una maestra del género, sus cuentos tienen un engranaje muy prolijo, te mantienen inquieto, incómodo, atrapado, tiene una capacidad de cerrar los cuentos sin distender nada, dejando la tensión palpitando en el lector”.
“Son muchxs los que están destacando –plantea Lorena Amaro–. En Chile, me quedo con Alejandra Costamagna, Marcelo Mellado, Alejandro Zambra y Cristián Geisse, quienes realmente trabajan con esa forma y tienen, todos, textos muy descollantes. Latinoamericanxs: Claudia Hernández, Margarita García Robayo, Liliana Colanzi, Fernanda Trías y en Argentina, muchisimxs: ya mencioné a Schweblin, Enriquez, Giaconi, sumo también a Federico Falco, que trabaja otro tipo de contrato con lo real y se interna en la nueva provincia argentina con una gran originalidad. Hace poco murieron Hebe Uhart y Juan Forn, grandes cuentistas. En fin, son tantos los que quisiera rescatar que las listas, como siempre, se me hacen demasiado mezquinas e incluso un poco absurdas”.
Carolina Pizarro se fija en las plumas femeninas más recientes: “Más que rescatar cuentistas específicos/as, quisiera poner la atención en fenómenos actuales, como la significativa presencia de autoras jóvenes. En el contexto chileno están Catalina Infante, Elisa Alcalde y Bernardita Bravo, solo por mencionar a algunas”.
Magda Sepúlveda Eriz, académica de la UC: “En Chile, las mujeres se han tomado el cuento. Creo que es fundamental leer hoy a Bernardita Bravo que, en el volumen Estampida, problematiza el rol de madre, por ejemplo, en el cuento homónimo, las madres se van del pueblo y no pasa nada, los niños siguen jugando felices. En esa línea de las madres fuera del papel ejemplar está también Mónica Drouilly, con Retrovisor. Recomiendo a Andrea Jeftanovic, con No aceptes caramelos de extraños, para quienes deseen incursionar en las variantes del amor en la cultura digital y a María José Navia, con Una música futura, para comprender los sujetos solos, pero conectados”.
Jaime Collyer agrega otros nombres: “Juan Forn, Inés Fernández Moreno, Mariana Enríquez o Samantha Schweblin. Españoles como Javier Marías o Ignacio Martínez de Pisón. Y de lo aparecido en Chile en los últimos años, me parecieron bastante excepcionales los cuentos de Andrea Jeftanovic en No aceptes caramelos de extraños o los de Nicolás Sepúlveda en Visión del tigre”.
También María José Navia se atreve con algunos nombres: “Un gran referente actual del cuento está en la literatura argentina, por supuesto, con nombres como el de Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, a los que agregaría a Magalí Etchebarne, Adriana Riva, Olivia Gallo, Denis Fernández, Federico Falco, Luciano Lamberti y Tomás Downey. De otros países recomiendo mucho a Katya Adaui y Claudia Ulloa Donoso (de Perú), Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero (de Ecuador), Andrea Chapela (de México), Rodrigo Hasbún, Giovanna Rivero, Liliana Colanzi y Magela Baudoin (de Bolivia), María Ospina (de Colombia) y Fernanda Trías y Vera Giaconi (de Uruguay, aunque Giaconi ha vivido casi toda su vida en Argentina)”.
Selva Almada menciona: “Silvina Ocampo, Alberto Laiseca, Hebe Uhart y entre las contemporáneas Mariana Enríquez y Samanta Schewblin que además lograron derribar otro prejuicio que es que el cuento no interesa en otras lenguas, pues ambas están traducidas a un motón de idiomas”.
Desde su vereda, Bernardita Bravo recomienda: “Me gusta mucho la uruguaya Vera Giaconi, con Carne viva y Seres queridos. Los cuentos de la argentina Valeria Tentoni en Furia diamante. También destaco Pájaros en la boca de Samantha Shweblin y Niñas y detectives de la boliviana Giovanna Rivero. Ahora estoy leyendo Algunas familias normales, de Mariana Sández”.
Y el iquiqueño Diego Zúñiga señala: “Los primeros textos de Rodrigo Rey Rosa, por ejemplo —que es un cuentista extraordinario—, remiten a Borges y a su vez pueden dialogar sin problemas con ciertos cuentos de Samanta Schweblin. Hay una línea ahí muy interesante de seguir. O leer En la estepa, de Schweblin junto a un cuento clásico de la literatura mexicana como es El huésped, de Amparo Dávila, y descubrir ciertas estrategias que los emparentan, aunque hayan sido escritos con décadas de diferencia. La sombra de Felisberto Hernández, por ejemplo, y de Hebe Uhart, sobrevolando por los relatos de Claudia Ulloa Donoso o Alejandra Costamagna, y Liliana Colanzi escribiendo con un oído privilegiado, donde resuena Sara Gallardo y Silvina Ocampo. Y a estos diálogos e influencias habría que sumar, además, una lectura muy inteligente de cierta tradición de cuentistas norteamericanas que están lejos de los lugares comunes de cierto realismo sucio que en los 90 tuvo demasiada difusión por estos lados y que nada tienen que ver con los proyectos de Shirley Jackson, Joy Williams, Lydia Davis, Lorrie Moore y Grace Paley, cuyas obras resuenan en muchos de los cuentistas actuales”.