“Odio el blues y el rock and roll”: cuando Charlie Watts le dijo sí a los Rolling Stones

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El fallecido instrumentista no fue el baterista original del grupo y tampoco estaba muy convencido de sumarse a ellos. Pero algo le hizo clic: la actitud con que enfrentaban la música.


Igual que Ringo Starr: esta es la historia de un músico que casi sin querer se sube a última hora al tren que lo llevaría a una de las aventuras artísticas más fascinantes del siglo XX.

El protagonista es Charlie Watts y la escena se sitúa en 1962, frente a un grupo recién formado, bautizados como The Rolling Stones y en quienes no confiaba mucho. Una señal futura: pese a sus modos elegantes y su naturaleza discreta, el fallecido baterista siempre fue mordaz e irónico con sus compañeros, nunca un mero instrumentista sometido a las órdenes de los jefes.

En esa temporada de principios de los 60, Mick Jagger y Keith Richards ya se conocían -luego de ser compañeros en una escuela primaria de Dartford- y fueron a conocer la banda de otro músico reputado en el circuito de bares y clubes londinenses de esos años, el guitarrista Brian Jones.

La cita fue en el Ealing Jazz Club: quedaron asombrados. Brian Jones lo tenía todo, desde la técnica y el virtuosismo, hasta el estilo y la desfachatez propias de un joven pendenciero de esos días.

Fue el propio Richards quien animó a sus dos amigos (Jagger y Dick Taylor) a juntarse con Jones y ver la opción de sumarse a su conjunto, el que estaba integrado por Geoff Bradford e Ian Stewart.

El trato se cerró, todos formarían parte de la misma banda y empezarían un recorrido más bien tímido e iniciático por sitios abiertos al incipiente blues y R&B que se explotaba en la isla. Eso sí, ya había un cambio Bardford se retiraba de la batería y su puesto lo tomaría Tony Chapman, quien venía de la agrupación The Cliftons. ¿Otra señal futura? Sí: desde un comienzo los Stones resistirían cambios, partidas y hasta fallecimientos, siguiendo adelante de forma inclaudicable, casi como guerreros inmunes a cualquier tipo de ataque.

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En esa primera gira, siguieron las modificaciones en el elenco: se sumó, por ejempo, el bajista Bill Wyman, pieza clave de los Stones hasta los 90; y el puesto de baterista tuvo tantos integrantes en tan poco tiempo que uno de ellos, Carlo Little, sugirió a un amigo que en ese momento estaba en el conjunto del pionero del blues británico Alexis Korner. ¿Su nombre? El apacible y sereno Charlie Watts, de origen en el jazz y gusto por las melodías más refinadas, sin demasiada sintonía con la estridencia escénica que empezaba a marcar a los conjuntos de todo el planeta.

“Odio el blues y el rock and roll”, fue lo primero que les dijo para poder rechazar el puesto. Algo más: tampoco hacía solos de batería, para que lo descartaran como percusionista acrobático y gimnástico.

“Pensé que estaban realmente locos. Trabajaban sin cobrar y tampoco les interesaba, pero me gustaba su espíritu y el R&B, así que acepté”, recordaría Watts en una entrevista años después.

En rigor, lo que lo convenció fue lo otro: la actitud y el aplomo con que Jagger, Richards y Jones encaraban la música. Daba lo mismo si no era el jazz que él tanto amaba.

De hecho, dio lo mismo: estuvo casi 60 años en ese puesto donde no lo movió nadie. Y sin la necesidad de hacer solos de batería.

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