No hay registros en su estilo de florituras y complicaciones como eran adictos sus amigos y camaradas de armas Keith Moon y Ginger Baker. Este último solía burlarse de su banda, The Rolling Stones, una de las mejores de todos los tiempos, por haber puesto en jaque a un inexperto Mick Jagger en una tocata con un simple cambio de ritmo. Probablemente Charlie Watts escuchaba la anécdota con una mueca de desdén.
El fallecido ícono de la batería no necesitó complejizar tresillos, agregar un segundo bombo, ni convertir el ritmo en una ecuación sólo para avezados, para pasar a la historia de la música popular con una genuina impronta. Paul McCartney declaró por su muerte en Instagram “un baterista fantástico, firme como una roca”. Totalmente cierto, pero se quedó corto.
Charlie fue pionero en la actitud cool del rockero apestado, la expresión hastiada y somnolienta de lo que significaba ser una estrella, y a la vez personificando el glamour de pertenecer a esa élite naciente en los 60, que hasta hoy tiene herederos en la industria de los espectáculos. Desde las primeras fotos de los Stones con la alineación clásica capitaneada por Brain Jones, Charlie Watts no es el de las risas, sino que parecía distante, mirando para otro lado -guiño clásico de la estética rock-, como desatento, y a la vez calzando perfecto en el cuadro de rebeldía de esa pandilla londinense, que se enfrentaba al uniforme y el candor adolescente de The Beatles. Si los de Liverpool querían tomar tu mano, los Stones invitaban a pasar la noche.
Charlie nunca compuso, jamás cantó como sí lo hacía Ringo, no se aventuró en solos ni exploraciones sónicas, excepto en algunos golpes de batería electrónica en la enérgica y ochenterísima Undercover of the night. A cambio, enmarcaba la música de Mick Jagger y Keith Richards con un pulso sólido de ligero swing con técnica jazz tradicional, preciso para acentuar los contornos eróticos y narcóticos de los Stones, el swagger de piezas como Stray cat blues de Beggars banquet (1968) y Tumble dice de Exile on main st. (1972). Sus decorados eran sobrios y efectivos, como los redobles aplicados en las barrocas Dandelion y Ruby tuesday. Supo adaptarse sin problemas a las novedades, los arrebatos disco de hits como Miss you de Some girls (1978) y Emotional rescue (1980) del álbum homónimo, y la furia rockera propia de los 90 impresa en Voodoo lounge (1994), donde su batería es puro estilo de punzante textura.
Charlie sumó otro plus marca registrada de los Stones. Los escenarios monumentales de las eternas giras planetarias, un área donde los británicos escribieron el manual del rock de estadio, son parte de su creatividad en una labor compartida con Mick Jagger.
Hizo de la clase y el estilo una costumbre al interior de una banda caótica como The Rolling Stones en los 60 y 70, como supo mediar en los conflictos entre los líderes. También tenía sus límites. Vestido impecable, propinó un célebre puñetazo a Mick Jagger por llamarlo “mi baterista”, en una noche de juerga en Amsterdam.
En vivo, su frágil aspecto resultaba engañoso, desplegando un golpe duro y enérgico en un eterno y sencillo set marca Gretsch con aporreados platillos, a excepción de un modelo china que usaba curiosamente invertido, incorporado en los 80.
A pesar de sus limitantes técnicas, desarrolló una rúbrica en el ritmo que ha sido analizada en canales de batería disponibles en Youtube, como es dejar pasar un golpe en el hi hat. Mientras el 99% de los bateristas de la Tierra ataca y juega en esa pieza fundamental del instrumento, que dota de brillo y pulso a la música, Charlie suprimía un pase, logrando un estilo único.
Su carácter quieto y alejado de las estridencias -siempre estuvo casado con la misma mujer, una sola hija-, tuvo un periodo de quiebre a mediados de los 80 al hacerse adicto a la heroína, cuando el periodo de drogas duras al interior de la banda había pasado. Imposibilitado de tocar, Keith Richards, que algo sabe de rehabilitaciones, lo mandó a una clínica. Fue reemplazado por Steve Jordan en la grabación de Dirty work (1986), el mismo músico nominado en su lugar para la próxima gira, cuando se supo de su salud resentida.
Amante del jazz que nunca dejó de interpretar -el género de sus inicios-, desarrolló gustos propios de un dandy incluyendo caballos árabes, colecciones de autos que prefería no manejar sino disfrutar de sus cómodos asientos, y el calzado de lujo a la medida.
Los detalles hicieron de Charlie Watts un músico inimitable y un eslabón difícil de reemplazar en The Rolling Stones. También es cierto que esa banda tiene la costumbre de seguir rodando, a pesar de las muertes y las deserciones.