Spencer Elden (25) posee la más singular de las famas: aquella que se obtiene cuando es imposible acordarse de ella. Muchísimo antes de hablar o caminar.

“Siempre crecí sabiendo que había participado de algo especial. Pero durante años ha sido muy difícil tratar una situación de la que no tengo ningún recuerdo y que ni siquiera fue idea mía. Recién a los nueve años me di cuenta de qué se trataba”, cuenta el hoy diseñador gráfico a La Tercera, 25 años después que la imagen de su pequeña humanidad desnuda bajo una piscina se multiplicara por todo el planeta con el estreno de Nevermind, el 24 de septiembre de 1991.

Tenía apenas cuatro meses, su familia sólo cobró US$ 200 ($132 mil) -para un título que luego facturó 26 millones de copias- y bajo una idea de su propio padre, el mejor amigo del fotógrafo al que el sello Geffen Records le encargó el trabajo.

¿Cómo ha sido vivir 25 años como ícono?

Irreal. Todavía me cuesta comprender esta locura en torno a un disco. Pero no he sacado un solo provecho. ¿Quién hoy puede saber que soy yo ese niño? He tenido amigos por años que usan las camisetas de Nevermind o tienen imágenes de ese álbum y mucho tiempo después les cuento que yo soy el que aparece ahí.

¿Qué hace cuando ve en la calle gente con la polera de Nevermind?

Nada. Qué puedo hacer. Sólo una vez alguien me reconoció: en una Bienal de Venecia un italiano me dijo `tú eres el Nirvana baby, ¿no?’. Fue muy loco, no sé cómo lo supo.

¿Más historias? “Tengo algunas buenísimas, pero las prefiero mantener en reserva. Por ejemplo, nunca he usado esto para conquistar mujeres, porque además he tenido suerte. Más de alguna vez me dijeron una broma tipo ‘¡yo ya te he visto desnudo!’, pero es sólo eso. Otros me piden casi que me desnude y compruebe si realmente he crecido. Y claro que me enorgullece ser el cuerpo y el órgano sexual más famoso de la música”.

Como buen veinteañero, Elden pasa de la ironía al desgano (“nunca pude conocer a ningún Nirvana, que son los que hoy se hacen ricos con todo esto”); de renegar de su celebridad a abrazarla con feliz resignación (“al menos no fue un disco de Backstreet Boys”). Eso sí, hay una sola pregunta que define su vínculo casi umbilical con Nevermind.

Si pudiera elegir aparecer en la portada de cualquier otro disco, ¿cuál sería?

No lo sé hombre, quizás ninguna, porque ensuciaría y borraría toda esta historia.