“Yo soy uno más de una cadena muy larga de escultores de este país, que partió con los incas, luego la vertiente española, después francesa, y los grandes maestros que fundaron la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile”, es lo primero que explica al teléfono con Culto el flamante Premio Nacional de Artes Plásticas 2021, el escultor Francisco Gazitúa Costabal (76) cuando se le consulta sus impresiones por la noticia. “Es un premio a la escultura chilena”, añade.

Por este galardón, Gazitúa recibirá una suma cercana a 22 millones de pesos y una pensión vitalicia mensual equivalente a 20 unidades tributarias mensuales.

Artista, pero también pensador, no solo formalmente, porque estudió Filosofía en la Pontifica Universidad Católica de Chile antes de dedicarse a la escultura. Aunque parecen terrenos lejanos, Gazitúa encuentra un nexo entre ambos.

“Si uno lee a Platón, o a los filósofos contemporáneos como Heidegger, se da cuenta que ninguno de ellos es capaz de contestar las interrogantes fundamentales. Quienes mejor lo responden son los artistas”, dice el escultor. “Los filósofos, como buenos científicos, responden hasta donde pueden, pero nosotros entramos al inconsciente colectivo. No tenemos problemas de salirnos de la fenomenología para entrar a la cosmovisión. Ahí somos legítimos”, añade.

¿Qué le enseñó la Filosofía?

Que la filosofía tiene límites, pero el arte no tiene límites. Cuando uno escucha La pasión según San Mateo, de Bach, se da cuenta que está al otro lado de los bordes del tiempo, al otro lado de las limitaciones. Lo mismo con los versos de Gabriela Mistral.

Usted tuvo como maestros a Lily Garafulic, Marta Colvin, Samuel Román, Sergio Castillo en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile ¿De qué modo la huella de esos grandes maestros se puede ver en su arte?

De ellos heredé más que un estilo, porque lo que yo hago no tiene nada que ver con lo de ellos, pero sí aprendí una actitud muy importante: el considerar el arte como un terreno sagrado. La cultura es el alma del país. Este país tiene un tesoro maravilloso de tener dos Premios Nobel en poesía, y muchos escultores que han sido embajadores permanentes con su obra.

Usted ha señalado que, al menos en escala pequeña, el lenguaje escultórico solo funciona al contacto con la gente, en la calle ¿Cómo llegó a esa idea como norte de su trabajo?

Si uno analiza a los grandes artistas, de Miguel Angel a Bach, los artistas de Machu Picchu y el área americana, todos trabajaron para la gente. Cuando hay virtuosismo y el arte se aleja de la gente es el alma de la sociedad la que la abandona su sociedad. Fundamentalmente, la cultura es un servicio a la gente, en un lenguaje que todo el mundo pueda entender, como las grandes películas es un arte para todo espectador. El problema es que en el siglo pasado, con los vanguardismos y después los conceptualismos se alejó mucho de la gente, nadie entendía.

¿Los escultores no caen en eso?

Los escultores hemos mantenido el pie a tierra. Estamos en la plaza, y ahí siempre habrá un poeta, un músico, y al medio, un escultura, silenciosa, pero hablando desde su silencio material. Si la escultora se va de la calle, desaparece, se convertirá en un arte para entendidos, estará en los museos. Se aleja del diálogo porque la escultura es un lenguaje. ¿Por qué ganaron el Nobel Mistral y Neruda? porque es un lenguaje que todo el mundo puede entender. Los grandes poetas de este país le hablan a la gente común, para eso vivimos.

¿En qué se encuentra trabajando ahora?

En un puente para discapacitados, para la Fundación Tacal, donde vamos a unir dos edificios. El plano es de Gonzalo Mardones, es una escultura de 18 metros de largo por arriba de la calle. Es una obra pública.

¿Tiene nombre esta obra?

Puente Crepusculario, porque a dos casas de donde está el puente, Neruda escribió su libro Crepusculario (1923).