“He aquí una fascinante novela sin ficción saturada de ficción. La ficción no la pone el autor: la pone Enric Marco”.

Así parte la presentación del libro El impostor, de Javier Cercas, escritor que se obsesionó hasta el insomnio con una de las historias más singulares surgidas en España en el siglo XXI. Tanto, que lo convirtió en uno de sus mejores textos, con un título que no resiste dudas ni segundas lecturas.

“Lo cierto es que durante el tiempo que duró el escándalo en los medios devoré todo lo que se escribió sobre Marco y que, cuando supe que algunas personas cercanas a mí conocían o habían conocido a Marco o habían prestado atención al personaje, los invité a mi casa para hablar de él”, corrobora Cercas en el texto, seducido frente un personaje fantasma al que era difícil resistirse.

(Photo by LLUIS GENE / AFP)

Enric Marco: el español que durante décadas se habia hecho pasar por sobreviviente de los campos de concentración nazi y que había armado toda una épica alrededor de una historia falsa, presidiendo organismos, encabezando charlas y emocionando a multitudes. Hasta que fue descubierto el 12 de mayo de 2005

Así lo resumió Cercas en una columna en El País en 2009: “Enric Marco era un farsante. Durante los 27 años anteriores había fingido ser el prisionero nº 6.448 del campo de concentración alemán de Flossenbürg; había vivido esa mentira y la había hecho vivir: en esas casi tres décadas Marco pronunció centenares de conferencias sobre su experiencia del nazismo, presidió la Amical Mauthausen, la asociación que reúne a los antiguos deportados españoles en los campos de concentración, recibió importantes honores y condecoraciones y el 27 de enero de 2005 conmovió en algún caso hasta las lágrimas a los parlamentarios españoles reunidos en el Congreso de los Diputados para rendir homenaje por vez primera a los casi 9.000 republicanos españoles deportados por el III Reich; por lo demás, sólo el descubrimiento in extremis de su impostura impidió que tres meses y medio después de esa interpretación estelar Marco se superara a sí mismo pronunciando un discurso en el campo de Mauthausen, ante el presidente Zapatero y otros altos dignatarios, durante la conmemoración de los 60 años del fin del delirio nazi. Muchos de ustedes recordarán el caso, que dio la vuelta al mundo y llenó los periódicos de artículos llenos de improperios contra Marco; la excepción fue el que le dedicó Vargas Llosa: su título era “Espantoso y genial”. El primer adjetivo es obviamente exacto; el segundo también: hay que ser un genio para engañar durante casi 30 años a todo el mundo, incluidos familia, amigos, compañeros del Amical Mauthausen y hasta algún recluso de Flossenbürg, que llegó a reconocerlo como camarada de desdicha”.

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Enric Marco Batlle nació en Barcelona en 1921 y fue criado por una madre con una serie de trastornos psiquiátricos -muchos de ellos como consecuencia de violencia intrafamiliar-, lo que hizo que pasara buena parte de su adultez internada en centros de salud mental. Fue, de paso, la realidad cotidiana a la que se debió habituar Marco cuando niño.

Se dedicó a varios oficios durante su juventud, básicamente vinculados al rubro de la mecánica. Ya con el paso de los años, empezó a ganar protagonismo público hacia fines de la década los 70, aunque bajo el nombre de Enrique Marcos. Ahí militó en la Confederación Nacional del Trabajo -organismo que agrupa a los sindicatos de ideología anarcosindicalista de España- y llegó a ser secretario general de su sede catalana. Luego dio otro salto y se convirtió en secretario general de la base central de la entidad.

Pero en 1979, no fue reelegido para el mismo rol, lo que -junto a otros compañeros- lo llevó a una larga campaña para impugnar los resultados. Como consecuencia de ello, fue expulsado de la confederación.

Marco no se quedó de manos cruzadas. En su libro, Cercas lo perfila como un tipo gregario, un estratega camaleónico que sabía en qué momento desaparecer y en qué momento ocultarse, además de lucir una oratoria precisa y una depurada capacidad de convencer al resto.

Por ejemplo, cuando fue parte de los sindicatos, según apunta Cercas, estaba rodeado de intelectuales e ideólogos, por tanto él nunca se presentó como tal. Sabía que ese no era su rol: él se mostró como un hombre de acción. Como una fiera de terreno, pragmático y distante de la labor de oficina. De ese modo, sólo levantaba la mano para pronunciarse cuando ya todos habían opinado, cuando los temas estaban resueltos o cuando ya el cansancio hacía que nadie estuviera muy pendiente de lo que se dialogaba.

“Así, no sólo aprendía del debate y escondía el hecho de que no tuviera ninguna posición seria sobre nada o sobre casi nada, y de que su única posición seria consistía en su deseo de seguir en el cargo o de conseguir otro mejor; además, se ganaba la admiración de sus correligionarios, en especial la de los intelectuales e ideólogos, que interpretaban su reticencia a intervenir en los debates como una muestra de su humilde sobriedad como auténtico obrero”, relata el libro El Impostor.

Tras su paso por los movimientos sindicales, integró diversos grupos de distinto calibre, aunque otro de los más destacados -y donde pudo seguir enalteciendo su retórica oportunista y su capacidad de adaptación- fue la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Cataluña.

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Hasta que llegó el cambio de siglo. Aunque sus alusiones a los campos de concentración y a la Alemania nazi databan de mediados de los 70, sólo en los 2000 tal farsa adquirió un cuerpo público y definitivo. Cuando se dio cuenta que era un campo no sólo fértil para el lucimiento personal, sino que también lleno de detalles que a ojos de muchos españoles resultaban desconocidos. Era un territorio fácil de explotar y rentabilizar.

El propio Cercas lo ha asegurado: Marco se inventó su sufrimiento en la Alemania de Hitler tratando en parte de reparar la ignorancia que existía en España en torno al tema, aunque terminó siendo la mejor prueba de su existencia.

Un engaño que partió cuando se unió a organismos que reunían a víctimas de la deportación a dichos campos de guerra. Por lo demás, su narración estaba centrada en Flossenbürg, donde sólo hubo 14 españoles, quienes ya estaban fallecidos en el momento en que Marco empezó a echar a correr su falso testimonio.

Por la crudeza de su relato -anclado precisamente en el desconocimiento de ese capítulo del siglo XX en parte de España-, el catalán se convirtió en secretario y después en Presidente de la Asociación Amical de Mauthausen y otros campos, con sede en Barcelona, la que reunía a los españoles que habían sido prisioneros de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

En los discursos que daba, Marco trazaba una épica en donde había estado exiliado en los años 40 en Francia, donde había sido parte de la resistencia contra las fuerzas del Führer. Desde ahí lo enviaron a Flossenbürg, donde decía haber vivido los episodios más horrorosos de su existencia.

Además de dar a conocer su experiencia en universidades y organizaciones dedicadas a los derechos humanos, a principios de 2005 tomó la palabra en el Parlamento español en el curso de una conmemoración de las víctimas del Holocausto y de los crímenes contra la humanidad, con un discurso que la prensa catalogó como “dramático” y profundamente “emotivo”.

Pero ese mismo 2005 todo se empezó a desmoronar por obra del historiador Benito Bermejo Sánchez, quien comenzó a cotejar datos históricos, información, fechas y su propia investigación acerca del tema, para concluir que el pasado de Marco era pura fantasía.

O casi. Lo único cierto era que Marco había estado en Alemania durante la guerra, pero como trabajador voluntario al servicio de la industria bélica alemana, resultado de un acuerdo firmado en agosto de 1941 entre Franco y Hitler para suministrar mano de obra española a los alemanes. O sea, trabajó para los nazis, no contra ellos.

Estando allá, fue acusado en 1943 de repartir propaganda de orientación comunista a sus compatriotas, por lo cual la Gestapo lo arrestó, pero tras apenas tres semanas en una cárcel común fue juzgado, absuelto y devuelto a España, donde se quedó trabajando por el resto de la guerra.

Cuando el historiador corrió el velo del truco, el involucrado debió dar una conferencia de prensa reconociendo su mentira y renunciando a todos sus cargos en organismos de sobrevivientes del nazismo.

La noticia recorrió el mundo y golpeó a España. Comenzaron largos días de debates centrados en la fe pública, la confianza, el rigor histórico, los límites que debe tener una historia rebosante en emoción y memoria.

Cercas también estaba conflictuado. ¿Escribir o no escribir tamaña trama? Era un personaje literario, pero surgido de la más cruda realidad. Era una presa jabonosa y difícil de tratar. Pero tuvo un empujón definitivo: Mario Vargas Llosa, quien también había escrito del tema y se sentía fuertemente atraído por las contradicciones que explicaban a Marco, lo animó a que escribiera el libro. “¡Es un personaje tuyo!”, le excalmó al autor de Soldados de Salamina.

Cercas se reunió varias veces con Marco para su texto y a veces le daba la impresión de no saber con quién trataba. Pero en 425 páginas lo pudo bosquejar sin problemas: un impostor del capítulo más sensible del siglo XX.