El rostro y el corazón de la Nouvelle Vague
Fallecido este lunes a los 88 años, el intérprete de Sin Aliento se aseguró un lugar en el panteón de los actores con su trabajo en los 60 y 70, cuando consolidó su estampa de tipo duro y seductor de la mano de éxitos comerciales y de películas pertenecientes al movimiento de Godard, Truffaut, Resnais y Chabrol.
Tras conocerse y trabajar por primera vez juntos en el cortometraje Charlotte et son Jules (1958), un veinteañero Jean-Paul Belmondo aceptó rápidamente volver a unirse a Jean-Luc Godard. De cara al largometraje que rodarían, apenas recibió unas palabras de parte del cineasta: “Él va de Marsella. Se roba un auto. Quiere volver a acostarse con la chica. Ella no. Al final, él o muere o se va, según lo que se decida”.
Esa escueta introducción, casi digna de un telegrama, daría pie a un filme gigantesco para la historia del cine, un hito tanto para el director como para la entonces estrella en ciernes, Sin aliento (1960). Con la muerte de Balmondo, este lunes a los 88 años, el mundo llora a una figura inolvidable de la actuación pero también la huella indeleble del Michael de esa película de hace 61 años. Aunque según él mismo aseguró alguna vez, “diría que he hecho todo lo que quería”.
Boxeador amateur antes que actor, primero intérprete de teatro que astro del cine, el francés (1933) tempranamente se encontró en pantalla con uno de sus grandes colegas y camaradas, Alain Delon. La comedia criminal Sois belle et tais-toi (1958), que marcó el inicio de una colaboración de tres películas, pavimentó la carrera de ambos ídolos del cine francés, seguidos tanto por su carisma como por su dispar atractivo físico. El primero encarnaba los atributos clásicos de belleza, el segundo, en tanto, representaba rasgos más duros. Ayer, al enterarse de la noticia, Delon se declaró “destrozado”. “No podemos hablar de uno sin hablar del otro”, señaló.
En entrevista con la edición británica de la revista GQ, a inicios de 2019, Delon quiso marcar otra distinción, llamando a su colega “un comediante extraordinario”. “El actor tiene una personalidad fuerte para que los directores la utilicen bien. El comediante actúa, pero el actor vive. Eso no tiene la intención de ser un insulto. Así es como es”, apuntó.
Por cierto que Balmondo construyó una carrera sólida en el género de las comedias –A monkey in winter (1962), Banana peel (1964)– y cada cierto tiempo logró un nuevo éxito en taquilla –That man from Rio (1964)–, pero con toda seguridad circunscribirlo bajo ese mote se queda corto. Tampoco fue sólo la versión francesa de Humphrey Bogart o de James Dean.
Su luz estuvo marcada por persistir en esos registros más comerciales y al mismo tiempo ser eje central de la Nouvelle Vague. Primero Godard y luego Claude Chabrol (Web of passion, 1959), François Truffaut (La sirena del Mississippi, 1969), Alain Resnais (Stavisky, 1974) y Agnès Varda (A hundred and one nights, 1995) lo ficharon para asumir roles en sus cintas, convirtiéndolo en rostro y corazón de un movimiento que cambió el curso del cine. Su partida enluta a Francia, al cine y a un grupo de autores que hoy cuenta con Godard y Philippe Garrel como algunos de los últimos representantes vivos de la Nueva Ola francesa.
Belmondo también estelarizó películas con Sophia Loren, Catherine Deneuve y Ursula Andress. La ironía, y parte del encanto del intérprete francés, es que tomaba algo de distancia en su vínculo con la pantalla grande. “No me gusta hablar de mi método de trabajo. No tengo ninguno. He hecho tres años de conservatorio, me he formado en la Comedia Francesa y he trabajado ocho años en teatro. No me sentía predestinado al cine”, dijo a TVE en los 80 según rescató ese medio hoy.
Luego de sufrir un accidente cerebrovascular en 2001, su estado de salud solo le permitió actuar en contadas ocasiones, la última en 2010, en la cinta A man and his dog. A partir de ahí recibiría todos los homenajes que suelen ir a manos de las leyendas de ese calibre, incluyendo la Palma de Oro del Festival de Cannes en 2011 y el León de Oro de Venecia en 2016. Alguna vez contó que se ausentó de asistir a la ceremonia en que ganó el único Premio César de su carrera (El imperio del león, 1989), porque consideraba que los reconocimientos de ese tipo eran para los jóvenes. Si así fuese, para toda una generación nunca dejó de ser ese joven que conquistó con una serie de películas francesas que cambiaron el mundo.
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