La última vez que supimos de Juan Villoro Ruiz (64), fue en su dimensión de cronista, un género que ha cultivado de manera excepcional. Cuando el mundo aún no volvía a pronunciar la palabra “pandemia”, el mexicano publicó El vértigo horizontal, en 2019. Un volumen donde abordó ese coloso antes llamado Tenochtitlán y que hoy se conoce como Ciudad de México.
Por esas sincronías extrañas que depara a veces el destino, el universo chilango volvería a verse tocado por la pluma inquieta de Villoro, esta vez desde el plano de la ficción. Sí, porque acaba de llegar a las libreras nacionales La tierra de la gran promesa, su última novela publicada vía Literatura Random House.
Escrita a lo largo de 9 años, en sus casi 450 páginas Villoro relata la historia de un documentalista, Diego González, quien habla mientras duerme. Está casado con una sonidista, quien atenta, nota que esos monólogos se van convirtiendo en una confesión. “Él tiene un pasado cargado de culpas, y poco a poco va transmitiendo una historia”, explica el autor en diálogo con Culto vía Zoom.
“Como es documentalista se dedica a captar la dramática realidad mexicana, y al hacerlo se involucra involuntariamente en una serie de circunstancias complejas -añade Villoro-. Va a entrevistar a un capo del narcotráfico, y sin saberlo está siendo vocero de otras personas que pertenecen a bandas opuestas que quieren perjudicar al narcotraficante y atraparlo gracias al documental, de modo que tiene consecuencias severas”.
El hecho que el protagonista esté relacionado con el cine imagino tiene que ver con su gusto por el séptimo arte ¿Cuál fue el disparador de la historia?
Un incendio que en México fue muy simbólico, se quemó la Cineteca Nacional en 1982, el gran acervo de películas del país desapareció, y mi generación sufrió en aquellos años el total abandono del apoyo que se daba al cine por parte del gobierno. Ese es el bautizo de fuego de mi protagonista, un país donde las películas se incendian. La gran paradoja es que se incendió mientras se exhibía una película que se llamó en México La tierra de la gran promesa, del cineasta polaco Andrzej Wajda. El título de mi novela está tomado de ahí.
De alguna manera, en sus capas más profundas, la novela toca el tema de las verdades a medias, el ocultamiento de ciertas cosas incómodas. ¿Es una especie de metáfora del México actual?
Yo creo que tiene que ver con la circunstancia general de buscar información en todo el mundo. Todos los gobiernos tratan de construir discursos oficiales, de resignificar la historia, lo vemos sobre todo en momentos como el actual, donde hay grandes polarizaciones y grandes disputas. En Cataluña se discute si los símbolos hispanistas deben ser respetados o no, en Madrid hay una reivindicación del pasado falangista por parte de un grupo como Vox, en Estados Unidos vemos que hay una disputa tremenda entre los republicanos y los demócratas y entre los medios afines a esos partidos. La disputa por la verdad se ha enfatizado en estos tiempos que tenemos redes sociales. No hay que olvidar que en 2016 el Diccionario Oxford decidió que la palabra del año fuera “posverdad”, que es el uso ideológico de la mentira. Mi novela se ubica en eso.
En esta novela, que tiene un entramado de traiciones y ocultamientos, aborda el tema de la corrupción. El llamar a alguien poderoso para enmendar algo que podría ser problemático, ¿Cómo se puede escribir sobre esto sin caer en clichés o cosas predictivas?
Yo quería escribir una novela en que los personajes fueran únicos, irrepetibles, y donde la gente sintiera que son convincentes. Una novela debe ser una ilusión de vida, debe tener toda la intensidad, los colores, las sensaciones que producen los hechos reales. Evidentemente, cuando tocas temas que están en la discusión pública, es un riesgo el caer en los clichés, el decir las cosas conforme a lo que la gente ya piensa, y creo que las cosas más interesantes en la narrativa es que el propio personaje ignora cosas de sí mismo, las va descubriendo poco a poco, y al descubrirlas no necesariamente se enorgullece.
¿Está tan arraigada la violencia en México que, como Diego quien se va a Barcelona, huir es la única salida?
Hay una frase de la novela que me parece preocupante, incluso al haberla escrito yo. Un personaje dice: “Si yo me voy y mi salida es percibida como una huida va a parecer que soy culpable”, y alguien le responde: “No, en este país huyen los inocentes”. Esto lo hemos visto muchas veces en la historia reciente de México. Huir por necesidad económica, pero muchas veces porque las personas están perseguidas por el crimen organizado, por cuestiones políticas. Es una sociedad muy descompuesta, muy violenta, que ha hecho que mucha gente busque refugio en el extranjero. Para muchos, esa tierra de la gran promesa queda lejos, y de preferencia en el extranjero.
¿Es un poco su historia también?
Sí, en un sentido nada más. Mi padre nació en Barcelona, y para él esa ciudad se convirtió en un edén perdido, no pudo regresar por la Guerra Civil Española, los años del franquismo, la atesoró con nostalgia. Ese paraíso perdido de mi padre se convirtió con los años en la posible isla de salvación de sus hijos, ante la violencia mexicana. Yo decidí irme a Barcelona con mi familia, habíamos sufrido un asalto en México y se convirtió en eso. Ahora bien, una vez que escapas, te das cuenta que en el equipaje te llevas a ti mismo.
Redes sociales y las letras en Latinoamérica
En un momento, el protagonista, Diego, es “linchado” a través de la red social Twitter producto de un reportaje. En general usted se ha manifestado crítico del mundo digital. ¿Qué le parece el rol de “Plaza Pública” que juegan las redes sociales en la actualidad?
Las redes sociales han traído beneficios que son evidentes, la posibilidad de comunicarnos de manera instantánea, de compartir informaciones, entrar en contacto con muchas zonas del conocimiento, o de los disparates muy divertidos como pueden ser los memes. Pero también, desde el principio las redes sociales nos han convertido en rehenes de las grandes corporaciones que se quedan con nuestros datos personales. Hoy en día, la principal mercancía del planeta es el tráfico de datos personales. Por supuesto, las redes sociales se han prestado para todo tipo de distorsiones y linchamientos absurdos porque viven en la inmediatez, entonces son espléndidas para señalar con urgencia una indignación, pero muy dificilmente te sumes en todos los antecedentes de esa indignación. Esto ha llevado a muchas injusticias, y le damos demasiada importancia a lo que ahí ocurre.
¿Cómo ve actualmente a la literatura latinoamericana?, ¿cree que ha tenido una revaloración en el mundo a propósito de la nominación de Mariana Enriquez al Booker Prize?
Mariana es una de las escritoras que más me interesan, me gusta muchísimo su biografía de Silvina Ocampo que se publicó por primera vez en Chile (La hermana menor) me gustan mucho sus cuentos. Me gusta mucho Samanta Schweblin; de México, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel; la chilena Lina Meruane, esto para hablar de literatura de mujeres que creo que ahora tiene un protagonismo significativo, pero también hay escritores que me interesan mucho, como Alberto Barrera, en Venezuela; Enrique Serna, en México; Héctor Abad Faciolince y Juan Cárdenas, en Colombia.
Tiene una relación particular con Chile, pues estuvo en nuestro país para el terremoto del 27/F de 2010
He tenido una relación muy sorprendente con Chile, yo estudié en un colegio de refugiados españoles, el Colegio Madrid, donde llegaron muchos exiliados chilenos. De hecho, la primera manifestación en la que participé en mi vida fue una protesta contra el golpe de Estado en Chile, es una literatura que he leído afanosamente. El mejor futbolista extranjero que he visto jugar en México fue Carlos Reinoso, grandísimo jugador, cuyo único pecado fue jugar para el odiado equipo América, fue extraordinario. En mi matrimonio anterior pasé el viaje de bodas en los glaciares chilenos. Siempre digo que nací en México pero volví a nacer en Santiago, porque después de terremoto 8,8 fue un milagro seguir con vida, y mi actual esposa es mitad chilena, porque su madre es chilena. Me he sentido muy halagado por recibir el Premio José Donoso (2012) o el Manuel Rojas (2018).