Clint Eastwood da un buen puñetazo, monta un caballo indomable y maldice cuando lo tienen contra las cuerdas. A través de sus casi siete décadas en pantalla, todos han apreciado a la estrella estadounidense en alguna de esas acciones, ya sea como Harry el Sucio o Will Munny en Los imperdonables (1992). Menos frecuente es también verlo en medio de un baile romántico o sosteniendo con cuidado a un gallo-mascota, mientras interpreta a un septuagenario exjinete que pone en cuestión la masculinidad que el mismo director ha contribuido a reafirmar a lo largo de su trayectoria.
Eastwood, que a estas alturas ha pulverizado todas las nociones de incombustible o prolífico, a sus 91 años todavía en plena actividad, encuentra en su Mike Milo de Cry Macho a uno de los personajes más amables y sensibles de toda su carrera. Por deber con el otro y consigo mismo, al comienzo de la historia el hombre sale del retiro para viajar a México y traer a la fuerza al hijo de su antiguo empleador, supuestamente una presa fácil que vive con su madre (Fernanda Urrejola, quien le ofrece un trago y algo más al protagonista).
La relación con el chico –encarnado por el debutante Eduardo Minett– es el motor del filme, una adaptación de la novela de 1975 del autor N. Richard Nash. Pese a que lo alertan respecto a su rebeldía, Mike se las arregla para encontrarlo y ganarse su confianza, para luego juntos sortear los peligros que enfrentan de vuelta a la frontera con Texas. Por supuesto, también los desvíos, como cuando conocen a Marta (Natalia Traven), la dueña de una taberna que muestra especial interés por el veterano.
Las similitudes con Gran Torino (2008) están a la vista (anciano y joven aprendiendo uno del otro), aunque al mismo tiempo se conecta con el horticultor reconvertido en transportista de drogas que interpretó en La mula (2018). Junto a Cry Macho, indudablemente conforman una especie de trilogía en que Eastwood se dirige a sí mismo y examina las distintas teclas de su propio legado. De todas, su última película es la más cercana al western y quizás la más desafiante con la historia cinematográfica del propio director con el género de turno: Milo posee algún elemento que remite al forajido, pero en verdad no tiene sed de venganza ni ambición de dinero. Aunque la termine encontrando, tampoco busca redención. Es un hombre mayor –con alguna herida– que no se resiste demasiado a aprender y revitalizarse a su edad, así como a subrayar por qué cree que intentar ser macho en verdad no vale la pena.
Luego de que su serie de cintas sobre héroes americanos de la vida real (El francotirador, Sully, 15:17 Tren a París, El caso de Richard Jewell) dejaran un saldo más bien irregular, Cry Macho –ya disponible en salas chilenas– tiene la astucia de instalar esa serena reflexión mientras monta un drama correcto y nada de ingenuo que podría funcionar como despedida de una extraordinaria carrera que arrancó en 1955 y se resiste a apagarse.
“Nunca pienso en eso”, le respondió a Los Angeles Times sobre cómo asimila el paso del tiempo, en una de sus pocas entrevistas por el estreno de Cry Macho. Todas las respuestas probablemente sigan estando en la pantalla y en el fuego de su obra.