En todo 2020 Manuela Infante no contabilizó ningún estreno. Una especie de contradicción vital para una de las creadoras más inquietas de las tablas locales, desde que irrumpió como líder del desaparecido Teatro de Chile y luego ganó reconocimiento con títulos como Zoo y Xuarez.
Sin embargo, a mitad de este año, debido a los extraños causes que abre la pandemia, en apenas cuatro semanas vieron la luz tres obras de su cuño en escenarios de Europa. Todas producciones que, reconoce, debieron haber llegado durante el año en que el Covid sacudió al mundo.
En una de ellas, Cómo convertirse en piedra, Infante se interroga acerca de una obra mineral, como parte de su exploración de un teatro no antropocéntrico que cristalizó con Estado vegetal. Su nuevo proyecto nació a fines de 2018, pero su gestación se vio marcada –en primer lugar– por el estallido social y luego por las características irrepetibles que generó la pandemia.
“Yo siempre decía que, si estábamos aprendiendo algo con mirar el mundo geológico, eso eran otras velocidades, y realmente esta obra tuvo que trabajarse muy lentamente. En ese sentido, tuvo un proceso muy mineral. Cada vez que nos volvíamos a juntar a ensayar, la obra estaba diferente, pero no habíamos hecho nada en todo ese tiempo. Era casi como si hubiera sido erosionada por el puro tiempo –usando imágenes del mundo geológico–. El tiempo, de alguna manera, había actuado como artista sobre la obra y, al enfrentarnos a ella, tenía otra forma”, señala a Culto la dramaturga y directora teatral.
Protagonizado por Aliocha de la Sotta, Marcela Salinas y Rodrigo Pérez, ese montaje inicia su temporada en Matucana 100 este jueves, luego de una primera recepción en el festival alemán de Theaterformen. “La obra se pregunta por cómo los humanos y la tierra son explotados de la misma manera. Entonces creo que mirar desde el sur complejiza inmensamente preguntas que en Europa pueden ser vistas sin la complejidad de la mirada post colonial o neo colonial”, plantea sobre una obra coproducida por Centro Cultural Matucana 100, Fundación Teatro a Mil, NAVE y Parque Cultural de Valparaíso.
“Similar pero muy distinto”, dice, es lo que ocurre con Metamorfosis, su reinterpretación de Las metamorfosis, de Ovidio. “Es un ejercicio muy evidente de apropiación inversa. Mirar la mitología fundacional y el arte europeo desde una perspectiva feminista y sudamericana es algo que yo creo ellos necesitan mucho ver”.
Si ese montaje fue realizado para el teatro belga KVS y se acaba de estrenar en el Festival de Santarcangelo (Italia), el tercer eslabón de la obra reciente de Infante, el unipersonal Noise, guarda un origen parecido: es una creación para el teatro Schauspielhaus Bochum hablada en alemán, que trata el sonido de la protesta a modo de un estudio sobre “la frontera entre el ruido y el significado, o sea, qué es aquello que consideramos que no califica como mensaje”. En estas dos últimas, de acento muy musical, vuelve a colaborar con Diego Noguera, con quien dio forma a Idomeneo en 2018.
-En 2017 aseguró a este medio que “ese deseo de querer ser reconocidos en Europa me parece una pelotudez”. ¿Aún tiene vigencia esa frase?
Sí, tiene vigencia. Tiene vigencia siempre. Sigo creyendo que tenemos que descolonizar nuestra cabeza respecto a mirar y encontrar allá nuestro norte de reconocimiento. Creí y creo que necesitamos el reconocimiento y el trabajo local. Dicho eso, trabajar acá se volvió casi imposible con la pandemia y la falta de apoyo. En la precariedad en la que el teatro chileno se encuentra en este momento, está por verse qué instituciones, salas y artistas tenemos la suerte de poder sobrevivir. En ese contexto, para mí trabajar en Europa hoy es simplemente un gesto de salvación. Es una suerte y un privilegio enorme y es algo que no se puede dejar pasar porque en Chile simplemente no hay pega.
Mientras Cómo convertirse en piedra y Metamorfosis se mostrarán durante el verano en Santiago a Mil, la dramaturga estima que tiene por delante entre dos y tres años en que realizará producciones casi únicamente en Europa. Sin embargo, pretende seguir viviendo en Chile, conservando una lógica de viajes permanentes entre un lugar y otro. “Me importa mucho seguir siendo una artista basada en Sudamérica y que mi mirada siga siendo desde acá. Yo no quiero ser una artista europea”. Y agrega: “Allá nos siguen pagando mejor y ofreciendo mejores condiciones de trabajo, pero me parece que lo que está pasando acá es inmensamente más importante, valioso e interesante. Aunque es muy difícil planificar trabajo acá”.
Uno de sus siguientes estrenos en Europa será Fuego fuego, que tendrá funciones en el Teatro Nacional de Cataluña a partir del 13 de enero. Si en Estado vegetal reflexionó en torno a las plantas y en Cómo convertirse en piedra se detuvo en la no vida de los minerales, en esta obra fija su perspectiva en incendios forestales, barricadas y, en general, en un mundo ardiendo.
-Sus obras suelen desbordarse hacia múltiples reflexiones, pero ¿diría que parte de su trabajo reciente encuentra una inspiración en el cambio climático?
Yo no diría que se refieren al cambio climático. Ninguno de estos trabajos para mí tiene una perspectiva ecologista. Yo no estoy en la discusión de salvar el planeta ni ninguna de esas cosas. A mí lo que me moviliza tiene que ver con explorar y vulnerar la frontera entre humanidad y no humanidad. Entender cómo es que fuimos inventando esta idea de la naturaleza como algo exterior y, por lo tanto, explotable. Es muy conveniente imaginar que la naturaleza es algo separado de nosotros. Me interesa observar el concepto de humanidad, los comportamientos de las fuerzas no humanas, y cómo eso está atravesado por el capitalismo y el colonialismo. La obra catalana es muy hermana de Estado vegetal y Cómo convertirse en piedra. Es una colección de historias y temas que tienen que ver con el fuego y se entretejen de maneras bien raras.