Elvis fue el ídolo de John Lennon desde el principio hasta el epílogo. Desde el Big Bang que significó escucharlo en discos de acetato en los años 50 en su natal Liverpool hasta el amor que le seguía prodigando en su adultez, en 1980, dos meses antes de su muerte, cuando le puso feliz un libro de fotografías del cantante estadounidense que el periodista Robert Hilburn le obsequió para su cumpleaños.
O un poco antes, para la promoción en 1973 de su álbum Mind games, cuando en las entrevistas, según detalla el propio Hilburn en su biografía, hablaba más de Elvis y de sus heróes del viejo rock and roll de los años 50, que de su propia música.
Pero a nivel público, el vínculo entre quizás las dos mayores fuerzas musicales del siglo XX fue cariño malo. Respeto y cierta reverencia para las cámaras, pero rechazo y frialdad cuando las luces se iban a negro. En particular en una sola dirección: desde Elvis hacia John.
El primer contacto -como el primer contacto telúrico que tuvo casi todo el planeta con los Fab Four- fue el 9 de febrero de 1964, para el debut en la TV norteamericana de los ingleses con su show en el programa de Ed Sullivan. Ese día, Elvis y su mánager, el inefable coronel Tom Parker, le enviaron un telegrama deseándoles toda la suerte del mundo en esta nueva conquista artística. Eso sí, el mensaje era estrategia pura: olfateando que los Beatles significaban el recambio, sobre todo ante un Elvis que en 1964 apenas había estrenado el musical Viva Las Vegas, el representante sólo quiso estar del lado correcto.
Y lo consiguió. Brian Epstein, mánager de los hombres de Love me do, comenzó a tejer desde ese momento la idea de juntarlos a ambos, en una cumbre de dos huracanes que habían arrasado con la cultura popular y que habían cambiado a la juventud para siempre. Pero también, en un encuentro que con las décadas ha acrecetando el mito más que el rigor de los hechos.
Antes, eso sí, habían seguido los encuentros con el amor y odio como telón de fondo. La cinta El trotamundos, de Presley, se estrenó en noviembre de 1964, tres meses antes que A hard day’s night, de The Beatles. Pero la cosecha fue totalmente opuesta. Mientras la primera recogió tibias críticas y recaudaciones, la segunda fue un verdadero mazazo, “El Ciudadano Kane de los musicales, según calificó Village voice.
Amores que matan, la biografía del intérprete de Blue suede shoes, obra de Peter Guarlnick, dice que Parker prefiró esconderle a su pupilo las noticias que hablaban del fenómeno del filme de los británicos. Incluso que pidió que en su mansión no se comentara el hecho: que se camuflara lo que para todo el mundo era una locura desbordada.
El mismo texto indica que, lo que se buscaba evitar, era que Elvis acentuara su envidia y su resentimiento con colegas que veía como irrefrenables. Lo que despertaba su sangre en el ojo no eran los millones de dólares ni las fans que ahora corrían detrás de otros; era sencillamente ver la libertad que tenían, sobre todo Lennon, para hacer lo que quisieran, desde reírse del público hasta lanzar un chiste inesperado en una conferencia. Los veía como seres que encarnaban una nueva modernidad. Lo mismo que él había representado casi una década antes -aplomo, chispa, juventud, salvajimos, vanguardia- ahora recaía en otros.
Pese a masticar esa desazón, Elvis igual quiso conocer a John, Paul, George y Ringo. El 27 de agosto de 1965, la agrupación llegó hasta su residencia en el 525 de la avenida Perugia way en Bel Air, Los Angeles. “Nunca estábamos ni en el lugar ni en el momento oportuno para conocerlos. Pero hubo muchos problemas sobre adónde íbamos y cuánta gente debía ir con nosotros”, contó John Lennon en declaraciones después reproducidas por el libro y documental Anthology, donde daba a entender la compleja previa que rodeó el cara a cara.
Por su parte, Presley lo había aceptado como un protocolo y una obligación más que como una junta llena de entusiasmo. “Diablos, no me interesa conocer a esos hijos de puta”, es lo primero que habría soltado, según Gillian Gaar en Cruzando caminos: cuando Elvis conoció a The Beatles. Su preocupación apuntaba a la desmedida atención mediática que podía explotar por parte de la prensa.
Por la otra vereda, los temores del cuarteto eran los mismos. “Cuando conversé sobre la idea de conocer a Elvis con John, Paul, George y Ringo inicialmente se sientieron desalentados por el temor de que la prensa pudiera estar involucrada. Recuerdo que George dijo: ‘Si esto va a ser otro sucio circo publicitario lo mejor que podemos hacer es olvidarlo’”, reveló Tony Barrow, jefe de prensa de los Beatles, a la BBC hace algunos años.
Con los dientes apretados, y bajo una multitud de fotógrafos que los acosó en las afueras de la mansión, igual lograron juntarse. Fue poco antes de las diez de la noche.
“Nos trasladamos en un convoy de tres limusinas grandes y negras, dirigidos por el Coronel Parker, el manager de Elvis, y y su gente. La casa de dos plantas estaba en una colina. Era un edificio enorme y redondo, con un montón de ventanas y un amplio jardín delantero con un Rolls Royce y un par de Cadillacs estacionados. Los miembros de la famosa ‘Mafia de Memphis’ custodian las puertas, pero pronto nos saludaron. Una vez dentro, los pies parecía que se nos hundían varias pulgadas en una tupida alfombra blanca. Llegamos al centro del edificio, a una sala enorme, circular, con luz roja y azul, y ahí fue donde compartimos con ‘El Rey’”, es el relato de Barrow.
Hay distintas versiones sobre lo que sucedió a partir de ese minuto. Pero todas coinciden en que la manera de comunicarse y de hablar fue torpre y apenas fluida. También que hubo un par de diálogos acerca de la carrera cinematográfica del Rey y miraron con asombro los avances tecnológicos que lucía en su living, los que aún no existían en Inglaterra. Aunque muchísimas biografías, y hasta el propio Lennon, hablan de que esa noche tocaron juntos y se aventuraron en una jam session, en los tiempos más recientes se ha descartado tal escena. El propio McCartney ha dicho que nunca sucedió una tocata en conjunto.
De hecho, después de un rato se despedieron, llevándose como regalos discos del nortemaricano y objetos varios. Lennon lo siguió admirando. No así Elvis: al parecer esa noche, más que la culminación de algo, fue el inicio de una soterrada enemistad con afanes políticos.
El presentador musical de la BBC, Bob Harris, reveló hace algunos días al podcast Rockonteurs, de la revista NME, que el presidente Richard Nixon le pidió a su “amigo” Elvis que espiara a Lennon en su vida en Estados Unidos, ya que lo consideraba un activista, un agitador de izquierda y un hombre que corrompía a la juventud de su país.
El mandato de Nixon (1969-1974) justo coincidió con el arribo del Beatle a Nueva York -donde viviría hasta su asesinato-, por lo que lo quería tener lejos de ahí: su propósito final era expulsarlo y que no retornara más.
“Cuando Lennon decía que tenía su teléfono estaba intervenido, y que le seguían a todas partes era cierto”, aseguró Harris en la entrevista. “Nixon quería atraparlo y es por eso que John estaba atrapado en Nueva York, o atrapado en los Estados Unidos: sabía que si regresaba al Reino Unido, nunca volvería a Estados Unidos de nuevo. No mientras Nixon estuviera en la Casa Blanca”. Por eso, Lennon nunca volvió a su país natal, ni en los años de gobierno de Nixon, ni después.
Aunque no aportó ninguna prueba o fuente de información, Harris entregó aún más detalles: “Nixon era un gran amigo de Elvis y viceversa. Nixon había reclutado e instruido a Elvis para que recopilara tanta información sobre John Lennon como fuera posible”.
Además, aporta un matiz: aunque Lennon siguió durante toda su vida rendido a la influencia de Elvis, Harris dice que le empezó a incomodar verlo en los años 60 transformado en un artista cercano a Nixon, a los republicanos, defendiendo la patria y con una postura más propia de un conservador que de una figura que ayudó a liberar a la juventud. De vuelta, aseguró que a la voz de Don’t be cruel le molestaba cada vez más que opinara sobre asuntos internos de Estados Unidos, como guerra de Vietnam.
Hace ya unos años, el cantante galés Tom Jones entregó uno de los datos más sabrosos sobre el eterno round Elvis/John. Reunidos a fines de 1972 en el hotel Hilton de Las Vegas, Elvis le confesó que estaba profundamente arrepentido de haberle abierto las puertas de su mansión a los Fab Four en 1965, sobre todo por el tono político y agresivo que empezó a exhibir Lennon en los años siguientes. “Es un hijo de puta y un anti americano”, le dijo Elvis, según la anécdota contada por el propio Jones. Hasta le había comentado a John Edgar Hoover, director del FBI, que sacara al inglés del país. Hoover le habría dicho que sí, misión aceptada.
A cambio, Jones le dijo a Elvis que el cantante de Imagine era un “desagradable” y que un tiempo antes, para la grabación del programa Thank you, lucky stars, en Inglaterra, habían estado cerca de agarrarse a puñetazos.
“Yo también le hubiera pegado a ese cabrón”, respondió de inmediato Elvis. Está claro que nunca amó demasiado a Lennon.