Desde los escombros se pueden levantar las edificaciones más sólidas. Desde la falta de ánimo pueden empujarse proyectos que iluminan décadas. Así al menos lo puede contar Bob Dylan, un hombre que cuenta varias vidas en una sola y que en un momento pensó que podía hacerse eterno bautizando desafiante su gira como el “tour de nunca acabar”. The never ending tour.
Y lo ha cumplido. Desde 1988 hasta hoy, acumula un itinerario que promedia los 100 shows anuales y que volverá este año, con una fecha en el Riverside Theatre de Milwaukee, para luego seguir por varias ciudades de Estados Unidos, proyectando la ruta -según reza el afiche- hasta 2024.
Pero Dylan debió sacudirse de uno de los períodos más lúgubres de su existencia para empezar a hacerse perpetuo: los años 80. No es un decenio particularmente generoso con las leyendas, todos hundidos en discos irregulares, experimentos con poca sincronía con los tiempos, una adultez que marchitó parte del brillo creativo juvenil.
En su caso, algunos de sus peores álbumes están en esa era: aunque hay piezas interesantes (Infidels, 1983), hay otras totalmente olvidables, como Empire Burlesque (1985) y Knocked Out Loaded (1986).
Pese a ello, el viejo Bob, un animal de escenario, siguió presentándose en vivo. Giró con contemporáneos como Grateful Dead y Tom Petty and The Heartbreakers. Y siguió también editando discos, como Down in the groove (1988). Cuando vio que el desgano lo estaba desplomando y que necesitaba de otros para lucir, situación que nunca antes había acontecido, decidió tomar las riendas de su carrera y hacer una serie de cambios en sus conciertos.
Para empezar, no tuvo recelo en echar mano a lo mejor de su catálogo, en bucear hasta las gemas sesenteras que lo convirtieron en leyenda (y que décadas más tarde lo convertirían en Nobel). También introdujo el factor sorpresa: para motivar al público, pero sobre todo para motivarse él mismo, empezó a cambiar los listados de canciones noche tras noche, generando quiebres, alterando el libreto, arrojando la sensación de que cualquier cosa podía pasar.
En 1988, ya con el Never ending tour en marcha, tocó 92 temas en 71 recitales. Además, el lapso de tiempo entre gira y gira se acortó considerablemente y aumentó el número de espectáculos ofrecidos de forma anual: pasó de materializar 36 conciertos en 1987, a tocar 71 en 1988 y cien al año siguiente, cifra que mantiene hasta hoy.
Ahí, bajo esa vorágine que parece no tener freno de mano, se consolidó la idea del tour que nunca jamás concluye.
Por otro lado, también hizo cambios en sus músicos, rodeándose de figuras más anónimas, que pudiesen aguantar el ritmo en la carretera y que no tuvieran otros compromisos paralelos. Su nueva banda estaba encabezada por el guitarrista G.E. Smith, el bajista Kenny Aaronson y el batería Christopher Parker, y sin la presencia de coristas femeninas.
La prensa musical cayó a sus pies. Incluso vio renacer su propia trayectoria discográfica con Oh Mercy (1989), producido por Daniel Lanois y que le valió sus mejores reseñas en años. Un tranco que se mantendría en la década posterior, sobre todo a partir de Time out of mind (1997), a partir del que prácticamente no ha tenido pasos en falso.
Eso sí, en el mundo Dylan todo es relativo. Él mismo ha dicho que el concepto de Never ending tour no existe. O existe a medias. O ya terminó. O fue un invento de otro. O quién sabe.
La primera vez que surgió de forma más oficial fue en una entrevista de diciembre de 1989 en la revista Q. Ahí el periodista Adrian Deevoy le preguntó por qué enlazaba una gira con la otra. El músico atajó: “Oh, es todo la misma gira”. De vuelta el reportero le dijo “es la gira de nunca acabar”, lo que el estadounidense aprobó con inusual entusiasmo. El mote estaba timbrado.
Pero en los 90 comenzó la guerra con ese apelativo. En las notas del álbum World Gone Wrong, publicado en 1993, Dylan escribió: “No se confundan con la cháchara del Never Ending Tour. Hubo un Never Ending Tour pero terminó en 1991 con la salida del guitarrista G.E. Smith. Ha habido muchos otros desde entonces: The Money Never Runs Out Tour (otoño de 1991), Southern Sympathizer Tour (comienzos de 1992), Why Do You Look at Me So Strangely Tour (gira europea de 1992), The One Sad Cry of Pity Tour (gira australiana y por la costa oeste de 1992), Outburst Of Consciousness Tour (1992) Don’t Let Your Deal Go Down Tour (1993) y otras, demasiadas para mencionar cada una con su propio carácter y diseño”.
En una entrevista con Rolling Stone en 2009, Dylan cuestionó nuevamente la validez del término: “Los críticos deben saber que no hay tal cosa como el siempre. ¿Alguien llama a Henry Ford el interminable fabricante de coches? ¿Alguien dijo alguna vez que Duke Ellington estaba en una gira interminable? En estos días, las personas tienen la suerte de tener un trabajo. Cualquier trabajo. Así que los críticos deben sentirse incómodos con mi trabajo. Cualquiera con una actividad comercial puede trabajar tanto tiempo como quiera. Un carpintero, un electricista. No tienen necesariamente que retirarse”.
Como fuera, el tour que nunca acaba pero sí parece que se acaba pasó por Chile: el 15 de abril de 1988 en el en ese entonces Teatro Monumental; y el 11 de marzo de 2008 y el 2 de mayo de 2012, ambas en el Movistar Arena.
Hoy el tour tiene otra etiqueta: Rough and Rowdy Ways tour. Pondrá fin a su mayor paréntesis sobre los escenarios desde 1984. Y aunque no se titule Never ending, igual tiene ese acento y esa intención: la del hombre que aún no quiere colgar los botines.