“Los matrimonios no duran, las amistades no duran”, reflexiona Gene Simmons.
“Pero de alguna manera, se supone que las bandas duran para siempre”.
Con el pelo imposible como una estopa embetunada de negro y la voz grave, el bajista de Kiss -el personaje demonio/murciélago inspirado en una cinta de terror de culto del cine mudo (London after midnight, de 1927)-, deja flotando estas palabras hacia el final del primero de los dos capítulos de Kisstory, el documental oficial de la banda (disponible en el VOD de VTR), en el contexto de la gira de despedida End of the road, que llegará a Santiago en abril próximo. El show con punto final tiene fecha y lugar: 21 de julio de 2022 en el Ziggo Dome de Amsterdam.
Aunque en el mundo de los espectáculos todo es posible, esa noche debiera bajar la cortina para siempre una de las instituciones más representativas del rock estadounidense fundada hace 48 años en Nueva York, con decibeles, clásicos y circo en partes iguales.
Levanten la mano los que se maquillaron como ellos siendo niños.
Somos millones.
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En el capítulo inicial, la historia queda en el remate de los 70, cuando Kiss se había convertido en una mezcla de show de Las Vegas con un espectáculo Disney, como bien resume el guitarrista y cantante Paul Stanley. Los más chicos se sentían identificados con esa mezcla de superhéroes empuñando guitarras, lanzando llamaradas y fuegos de artificio, reducidos a figuras de acción entre miles de productos con cada personaje, pasión infantil acrecentada gracias a un clásico del cine clase b, Kiss meets the phantom of the park (1978).
En cambio, los primeros seguidores, una masa de adolescentes cautivada por su rock duro y fiestero -un power pop en estado de intemperancia gracias a la guitarra aguardentosa de Ace Frehley-, se sentían defraudados.
Una cosa eran las botas estratosféricas, los trajes extravagantes y el maquillaje, el empaque original del cuarteto, y otra muy distinta que Kiss invitara a bailar la odiada música disco con I was made for lovin’ you, un temazo que dejaba en evidencia que al grupo neoyorquino le servían todos los recorridos para ganar más público.
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Ace Frehley y Peter Criss no participan del documental y tampoco apoyan su mirada, según deja en claro la cinta. Querían acceder a la edición final como iguales a pesar de su militancia salpicada en el tiempo -por cierto, las mejores etapas de Kiss-, mientras Gene Simmons y Paul Stanley se negaron en redondo.
“Sin ellos no estaríamos aquí”, ha dicho el bajista en ruedas promocionales, “pero si estuvieran aquí, hoy no habría Kiss”.
La solución son abundantes entrevistas de archivo con el guitarrista y el baterista dando su versión, acomodada a un guión que tempranamente insiste en el rol fundamental de ambos en la etapa de auge y éxito superlativo, subrayando a la vez una notoria incapacidad para manejar el éxito, flancos decodificados por Gene y Paul como una forma de traición hacia los fans.
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Hablan el ex guitarrista Bruce Kullick, el legendario ingeniero Eddie Kramer (Jimi Hendrix, Led Zeppelin), fundamental en los primeros álbumes; otra leyenda de la consola como el productor Bob Ezrin (Pink Floyd), encargado de clásicos de la discografía Kiss como Destroyer (1976); los actuales integrantes Eric Singer y Tommy Thayer, cuya historia con la banda es de las más emotivas -el fan que hizo una larga carrera como roadie y asistente, hasta convertirse en miembro oficial-, y un par de ilustres seguidores: Dave Grohl, un maestro de las frases hechas en cada declaración, y Tom Morello de Rage against the machine, mucho más jugado y asertivo en lecturas de un grupo que jamás ocultó una descarada ambición monetaria, y la misma pasión por el estribillo y el espectáculo total.
El relato no contiene grandes revelaciones para los fans. Ya saben, por ejemplo, que el álbum que desató la manía -Alive! (1975)- está completamente retocado en el estudio. También están al tanto que los problemas al interior del grupo comenzaron apenas se convirtieron en superventas. “Éramos un fenómeno universal”, comenta Stanley. “Nos convertimos en multimillonarios y fue demasiado, y demasiado pronto”, rememora Ace.
Varias declaraciones de los históricos exiliados subrayan su comprensión del rock como sinónimo de parranda, convirtiendo en una manual de vida la letra del hit Rock and roll all nite (1975). Para Simmons y Stanley, el éxito se construía con trabajo y planificación propia de empresarios.
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Paul Stanley revela una malformación que lo acomplejó por años y cuánto le frustraba ser una estrella de rostro oculto tras un grueso maquillaje. En un flojo intento de autocrítica, Gene Simmons reconoce otro aspecto de escasa novedad para el fan: tiene un ego enorme y, aparentemente, su personalidad se volvió problemática, si bien no queda claro cómo le afectó.
La trama se empecina en establecer el quiebre de la alineación original por la falta de profesionalismo de Ace y Peter. Sin embargo, entre las declaraciones de archivo, en particular del guitarrista, se alude a la sobrecarga laboral producto de una seguidilla de discos y giras durante siete años, la mayor parte del tiempo como figuras planetarias en constante actividad. El desgaste físico y psíquico no era tema, mientras la caja registradora acumulaba millones de dólares.
El recelo de Peter Criss era distinto. El veterano baterista se sentía subestimado por Gene y Paul. Quería ser considerado como un par, aunque en vivo sus performances eran erráticas y en privado se volvió intratable.
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La segunda parte retrata la montaña rusa en la que se convirtió Kiss en los 80. Nuevos integrantes, discos fallidos, shows con butacas vacías, superar las caras pintadas, enfermedades y muertes.
El regreso triunfal llega a mediados de los 90 cuando anuncian el retorno de la alineación original con toda la parafernalia, en una de las reuniones más espectaculares y rentables en la historia de la música popular. Pero los viejos hábitos y resquemores persistían, en una especie de destino circular entre los cuatro músicos.
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En Kisstory se extraña más cariño y atención por un cancionero subestimado con tres lustros de grandes singles hasta fines de los 80, reflejo de la versatilidad del grupo desde el rock melódico de brillante confección en Shandi, el metal de estadios de I love it loud, hasta una power ballad de arquitectura perfecta como Forever, entre decenas de éxitos.
Habría sido fantástico, por cierto, contar con los testimonios directos de Ace Frehley y Peter Criss.
A la vez, Kisstory refleja a la perfección que las grandes bandas de rock tienen mucho de circo itinerante, lejos del glamour y una existencia soñada. Así, personalidades incompatibles se ven obligadas a convivir por largos periodos como marineros de un submarino.
Kiss deja una moraleja. La fantasía de rockear y parrandear día y noche sirve para componer una canción. En la vida real, es una quimera que encandila y consume a sus aspirantes.
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