Antes de tomar un vuelo a Santiago, y luego otro a Temuco, a Samanta Schweblin la recorría una sensación que presenta como “fantasmal”. Mientras estaba en su casa en Berlín, la escritora argentina recuerda que experimentó un estado que compara con La invención de Morel, el clásico de 1940 de su compatriota Adolfo Bioy Casares. “En alguna parte de la isla, algo que ya sucedió vuelve a suceder, parecido pero no exacto”, dice a un trío de medios latinos, incluido Culto.
Sentada a la sombra en un soleado lunes de marzo de 2019, a un cuarto de hora del centro de Pucón, la narradora completa su primer día como testigo del rodaje de Distancia de rescate, la adaptación de su elogiada novela publicada en 2014. En un caso no siempre usual, la misma escritora es autora del guión junto a la cineasta peruana Claudia Llosa, quien se le acercó hace unos años con el interés de llevar a la pantalla la historia de dos madres que se conocen en un pueblo argentino y comparten una experiencia que las cambiará para siempre junto a sus hijos. Una reflexión sobre las sombras de la maternidad y la agonía del campo que acaba de llegar a Netflix, tras su estreno en el Festival de San Sebastián.
“La mirada de un director siempre es una relectura del libro, no tiene por qué ir tan pegado”, apunta Schweblin, aunque reconoce matices en este proyecto en particular. “El nivel emocional al que se lleva al lector y el nivel emocional al que se lleva al espectador, yo creo que están pegados paso a paso”.
Al momento de esta visita a las filmaciones –desarrolladas totalmente en el sur de Chile, entre Puerto Varas, Pucón y localidades aledañas–, Llosa suma más de un mes dirigiendo a la actriz española María Valverde y a la argentina Dolores Fonzi, Amanda y Carola (Carla en la novela) en la película. Algo inquieta antes de llegar a las grabaciones, la escritora argentina se balancea entre sensaciones.
“Con Claudia lo pensábamos todo, hasta el vaso que se veía en el fondo de la cocina de Amanda. Todo estaba tan pensado, que llegar al set y ver la casa de Amanda es brutal. Es muy fuerte. Está aquí. Es real y ya no es mío. Es algo que ahora les pertenece a todos. Entonces alguien grita, ‘acá están las ojotas de Carola’. Como si fuera algo muy normal y todos supieran quién es Carola, cuando es algo en realidad empezó en mi cabeza”.
Pese a que había rechazado varios ofrecimientos para transformar su libro en un largometraje, Claudia Llosa convenció a Schweblin en su primer encuentro en Madrid. Allí le entrego su mirada sobre la novela y luego la invitó a trabajar juntas en el guión. La directora –gracias a La teta asustada, ganadora del Festival de Berlín y nominada a los Oscar– asegura que aún no terminaba el libro de 124 páginas, cuando decidió contactar a la autora. Escogió con pinzas sus palabras para redactar un correo a “una escritora espectacular”. “Nunca había tenido la necesidad de adaptar una novela. Siempre gestaba desde mis propios guiones. Fue un impulso muy animal”, indica.
Sin especificar, Schweblin revela que la cineasta sugirió un solo ajuste en la historia. “A mí me pareció que no era un cambio, era ver mejor lo que ya se veía. Fue tan fuerte la idea con la que ella vino que dije, ‘ahora ya no puedo pensar en Distancia sin esto otro’”. Y ahonda en una etapa completada entre llamadas de Skype y algunos encuentros físicos en Europa: “En el proceso de escribir a cuatro manos hubo un momento en el que ya no había consciencia de quién estaba escribiendo qué. Era solo algo que iba creciendo como un monstruo, con una lógica que respondía solo a lo que estaba pidiendo la historia”.
Esculpir a ese monstruo –un relato que se cuenta desde el interrogatorio de David, el hijo de Carola, a Amanda, y que cruza en el camino varias temporalidades– a veces implicó extraviarse, admite la autora de las colecciones de cuentos Pájaros en la boca y Siete casas vacías.
“Cuando escribía la novela, a mí me pasó un par de veces de perderme, y lo primero que hacía era que me concentraba y escuchaba la voz de David. David decía: ‘hay que volver al jardín’. Yo volvía y sabía cómo seguir. Y con la escritura del guión pasaba algo parecido, pero con el libro. A veces nos perdíamos y decíamos: ‘hay que volver al libro’. Hay un llamado que no es mío, no es de Claudia; viene de otro lugar”.
La meticulosidad de la historia
Carola (Dolores Fonzi) luce un bikini dorado y una melena rizada y abundante. Se acerca con determinación a la pequeña Nina (Guillermina Sorribes), dormida en una banca de la terraza de la casa que arrendó su madre, Amanda. Le alcanza a susurrar a la niña algunas palabras antes de que aparezca la otra mujer.
Desde la oscuridad de una habitación, Claudia Llosa pide repetir varias veces la misma escena, una de las pocas secuencias del filme que no existe tal cual en el libro de Schweblin. Por confesión, “muy apasionada”, la cineasta se empeña en capturar cierta ráfaga de ensoñación de la novela original. El equipo –compuesto en su mayoría por chilenos, habituales de la productora Fábula, y algunos españoles– se reordena, mientras las intérpretes toman un respiro antes de cada nuevo intento.
“Carola es un personaje que cualquier actriz del mundo querría hacer. Fue un regalo”, dice Fonzi, quien se detiene en la meticulosidad que exige la realización de la película. “El proceso de trabajo fue muy intenso. Claudia es muy intensa y sabe muy bien lo que quiere. Antes de empezar a filmar, hicimos una semana en Buenos Aires para tratar de entender y acercarnos poco a poco a qué era lo que Claudia quería. Fue un trabajo muy sensible y delicado. Nada estaba librado al azar”.
Conocida por cintas como Tres metros sobre el cielo y Araña, de Andrés de Wood, María Valverde se incorporó al proyecto una vez ya estaba configurado. Al revés de Fonzi, leyó el guión y luego el libro. “Se convirtió en una necesidad vital interpretar una película que habla de la conexión de una madre con el hijo. Yo no soy madre, es algo que desconozco. Era meterme en un mundo totalmente nuevo para mí. Y de alguna manera los temas que toca son los que a mí personalmente me aterran”. Y menciona el punto que parece haberlas iluminado: “Todos tenemos la voz de David en la cabeza. ‘Hay que volver al jardín’”.
Acompañada de sus protagonistas y la autora argentina, Claudia Llosa le otorga nuevos significados a la distancia de rescate, “el hilo que me ata con mi hija”, dice Amanda en la película. “La distancia de rescate está en todas partes, está en el lazo que une a una madre con su hijo, pero también está en el lazo que une a una mujer con su pareja, en ese lazo que une a un individuo consigo mismo. Es un prisma, no se reduce a lo maternal”, asegura.
El filme retrata los mayores temores de dos madres, así como también un entorno en transformación. “El campo siempre fue un espacio fantasmal. Pero últimamente me parece que fue desapareciendo el campo bucólico, donde te puedes relajar, y se empezó a volver un espacio con algo tóxico”, señala Schweblin. “Como si ese espacio que era puramente animal y natural hubiera absorbido algo de las toxinas humanas, de lo peor de la humanidad y lo hubiera devuelto”.