Esta es una de las máximas que Alejandro Jodorowsky entrega en el documental Jodorowsky’s Dune (2013): “La película tiene que ser tal como yo la sueño (…) Es un sueño, no cambies mi sueño”.
En 1974 el artista chileno no conocía la historia de Dune ni había leído el exitoso libro de Frank Herbert. Sin embargo, fue el nombre que se le ocurrió cuando el productor francés Michel Seydoux le dio carta blanca para financiar su siguiente largometraje, seducido por su trabajo en El topo (1970) y La montaña sagrada (1973). Sería el inicio de una empresa monumental por llevar a la pantalla la novela de ciencia ficción, adaptada finalmente en 1984 por David Lynch y recientemente por el canadiense Denis Villeneuve.
Si el director de La llegada reclutó a las mayores estrellas juveniles de la actualidad (Timothée Chalamet, Zendaya), una galería de secundarios de peso (Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Charlotte Rampling, Jason Momoa, Javier Bardem, entre otros) y al compositor más demandado de las últimas décadas (Hans Zimmer), Jodorowsky tenía su propia tropa de colaboradores.
El cineasta buscaba guerreros: artistas con los que tuviera una conexión espiritual y se sumaran a un proyecto que probablemente estaba adelantado a su época. Reclutó al británico Chris Foss y al francés Jean Giraud (Moebius) para elaborar el arte del filme, mientras que el estadounidense Dan O’Bannon se encargaría de los efectos visuales. El suizo H. R. Giger –el creador de las criaturas de Alien– también se uniría más tarde para intentar llevar a la pantalla el mundo de Dune según Jodorowsky.
El chileno los reunió a todos en París, desde donde orquestaba a toda marcha la creación de la película. “Alejandro era el gurú. Te motivaba completamente”, expresó Foss al ser entrevistado en Jodorowsky’s Dune.
Como parte de su ambicioso diseño, el director imaginó que cada planeta de la historia contara con una banda sonora compuesta por un músico diferente. El mundo que habitan los Atreides –la casa a la que pertenece el protagonista, Paul, y es víctima de un mortal engaño– sería musicalizado por Pink Floyd.
En su viaje a Londres para conocerlos, la primera imagen con la que se encontraron Jodorowsky y el coproductor Jean Paul Gibon fue la de cuatro tipos comiendo hamburguesas, mientras afinaban detalles de The dark side of the Moon (1973) en Abbey Road. Según el relato del cineasta en el documental de 2013, solo logró capturar la atención de Roger Waters, David Gilmour y compañía cuando los insultó y enfatizó que les estaba ofreciendo hacer “la película más importante de la historia de la humanidad”.
En ese momento abrochó el interés de los hombres de Times, así como luego también conseguiría que se subiera al proyecto Magma. El conjunto francés se encargaría de las composiciones de los Harkonnen, los villanos de la historia.
El personaje principal de esa casa es el Barón, papel para el que Jodorowsky quería a Orson Welles, a quien convenció personalmente en un restaurant en París. Previamente, había seducido a Salvador Dalí (como el Emperador) y a Mick Jagger en el rol de Feyd-Rautha, uno de los sobrinos del Barón. David Carradine encarnaría al duque Leto, aunque se trataría de una versión diferente a la del libro: quien encabeza la casa Atreides sería un hombre castrado que se transforma en padre de Paul (su hijo Brontis) cuando Lady Jessica transforma una gota de sangre de él en semen. De ese modo, según la lectura del cineasta, el joven protagonista de la historia nace fruto de un amor espiritual en vez del placer sexual.
Esa vuelta de tuerca definía el carácter del filme que planeaba el director: una historia sobre un Mesías que termina revelándose como un ser plural, capaz de transformar a un universo completo. Originalmente, Jodorowsky la concibió como una cinta que semejara las alucinaciones que producía el LSD pero sin tomar ninguna droga.
“Necesitabas un toque de locura para hacerla (…) Tal vez Dune tenía demasiada locura”, reconoce Michel Seydoux en Jodorowsky’s Dune. Al menos lo era a ojos del Hollywood de la época, que no percibía en el artista chileno a la figura idónea para comandar una película que costaría US$ 15 millones, una barbaridad para la industria de ese momento.
El cineasta además rechazaba que se le sugiriera que su obra durara una hora y media. Quería hacer un filme que oscilara entre las 12 y 20 horas, un plan inviable en esa y en cualquier década para un largometraje de ciencia ficción que además adaptaba uno de los mayores hitos del género.
La historia se cerró con la cancelación de su proyecto y la posterior versión de David Lynch, una vez que los derechos quedaron en manos de Raffaella De Laurentiis, hija del mítico productor italiano. Jodorowsky encontró algo de consuelo al comprobar que la cinta del director de El hombre elefante estaba lejos de ser satisfactoria, y más tarde ocupó parte de su creación en Dune para realizar la elogiada novela gráfica El Incal junto a Moebius. Además, existe evidencia seria de que su trabajo en torno a la novela de Frank Herbert ejerció influencia en títulos como Star Wars y Alien, pese al desprecio de Hollywood hacia su mirada.
Frente al intento de Denis Villeneuve, ya en cines, ha marcado total distancia. “Como trabaja dentro el sistema industrial solo puede hacer una versión de Dune al modo comercial, como todas las películas de ciencia ficción”, señaló a Culto en 2020. Y cerró: “Lo que yo quería era otra cosa. Deseaba una película para cambiar el mundo. No lo logramos, pero lo intentamos. El intento es sagrado: no me quedé sin hacer nada”.