No solo escapó de Chile junto a su concuñada, Ximena Amunátegui, en 1928, con quien se casó posteriormente en Europa, amén del escándalo y el revuelo que causó el hecho en la encopetada alta sociedad de la época (él era casado, con 35 años, ella, 16). El deseo de siempre estar en movimiento y no afincarse es un rasgo que distinguió la vida y la obra del poeta chileno Vicente Huidobro.

Al menos, es lo que piensa otro Vicente, pero Undurraga, crítico literario y editor. “Era un poeta que siempre estuvo rehuyéndole, no se quedaba estacionado. Llegaba a una cosa y huía. Y en ese huir encontraba cosas nuevas, mejores, peores. Siempre hubo una búsqueda más o menos genuina y que dio muchos puntos altos”, explica a Culto.

La excusa para hablar de Huidobro, y su inquietud, es la edición de una nueva antología. Poesía reunida, bajo etiqueta Lumen, compila ocho de sus títulos de poesía fundamentales: El espejo de agua (1916), Ecuatorial (1918), Poemas árticos (1918), Altazor (1931), Temblor de cielo (1932), Ver y palpar (1941), El ciudadano del olvido (1941) y el póstumo Últimos poemas (1948).

De alguna forma, la gracia de una antología de poesía es poder ver cómo un autor se fue moviendo. “Lo que me parece destacable es la búsqueda permanente, el movimiento perpetuo, dicho en palabras de él mismo, que lo fue llevando desde el poema breve del Espejo de agua, los muy nimios y versos cortísimos de Poemas árticos, al canto largo de Ecuatorial, hasta poemas en prosa, como Temblor de cielo, el poema más libre de sus pretensiones creacionistas que se da en El ciudadano del olvido, hasta los finales que tienen un tono más sereno”, explica Undurraga.

No solo esa versatilidad fue la que caracterizó al autor de Altazor. Para el crítico literario Camilo Marks, su mayor mérito es: “La total maestría y dominio del español, tanto que llegó a calificársele como el inventor del castellano”.

Otro poeta, Yanko González, destaca: “Huidobro tiene una capacidad asombrosa de escribir no sobre el futuro, sino desde el futuro, por tanto vive siempre en la “ahoridad” y su obra nos conmina a imaginar cómo y de qué forma Huidobro seguirá escribiendo la poesía que viene. Siempre he admirado su rechazo a la manicura de la lengua, a su agitación lingüística y sobre todo, a su condición impenitente de detector de relaciones insólitas -aún retengo de su libro Ecuatorial ‘un tren puede rezarse como un rosario’”.

González, autor del volumen Metales Pesados, también pone el acento en el aspecto de Huidobro como creador de un universo poético propio. “Creo que la poesía de Huidobro, en su entropía, tiene pretensiones ordenadoras en cuanto es resultado de un demiurgo peculiar, la de un ser “des-realizador” y creador de universos, paralelos, contiguos, que tienen su propia organicidad y sus propias leyes”.

Vicente Huidobro en 1912. Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile.

Creacionismo y caminos

¿Y el creacionismo? considerado habitualmente su mayor legado, Yanko González le baja un poco el perfil: “Es un tic que tiende a oscurecer algunas constantes en algunos poetas. Veo a Huidobro como el más veloz de los futuristas, aquel que graba a fuego, como invariable vital, ese magnífico verso del prefacio a Altazor ‘La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer’”.

“No le daría tanta importancia, porque finalmente lo que más queda de Huidobro no es tanto el creacionismo, que sirve para estudiarlo, para hacer acercamientos -explica Undurraga-. Me parece que Huidobro donde es más grande, es donde el creacionismo entra en crisis, más allá de lo que programáticamente deseaba ser, porque era un poeta muy consciente, entonces, se aventuraba a otras cosas. Se traicionaba a sí mismo, era capaz de soltar las propias directrices que se había puesto”. En ese ámbito, quizás los libros puramente creacionistas, asegura Undurraga, son Ecuatorial y Poemas árticos.

Además, Undurraga agrega: “Es un gallo que abre espacios interesantes para la poesía chilena, que tienen que ver con la conciencia de sí misma que adquiere la poesía, con una cierta risa como una forma de estar en el mundo. Además, una cierta libertad que otros tomaron de otra manera, para llevar a otras partes, eso hicieron poetas como Enrique Lihn, Nicanor Parra y tantos más”. En ese ámbito de libertad creativa, Huidobro desarrolló otras vetas, como los famosos caligramas, la poesía pintada, y hasta se permitió ser corresponsal de guerra.

Al enfrentarse a una poesía reunida, y en general al corpus autoral de Huidobro, las personas curiosas que no lo conocen, ¿por dónde debieran entrar? “Yo creo que El ciudadano del olvido -dice Vicente Undurraga-. Ahí están contenidas varias de las cosas fundamentales de Huidobro, o para alguien que no lo ha leído, recomendaría que leyera Éramos los elegidos del sol, que es uno de los Últimos poemas, es un poema corto, de una página, creo que podría dejar a alguien interesado en seguir leyendo”.

Por su lado, Camilo Marks rescata el trabajo narrativo de Huidobro. “Creo que lo mejor para alguien que desea acercarse a su obra, son algunas de sus novelas, como Mío Cid Campeador, las tres narraciones breves que denominó, precisamente, Tres novelas infinitas o diversos textos de carácter argumental”.

Yanko González apuesta por un camino más que por un libro: “Diría que una lectura que comenzara con El espejo de agua, prosiguiera con libertad hacia Altazor y que no se saltara por ningún motivo Ver y palpar, pudiese ayudar. Pero en esta materia soy De Rokhiano: no doy consejos ni dejo que me los den”.

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