Cada cierto tiempo llegamos a la conclusión de que ya se ha dicho y escrito (casi) todo acerca de The Beatles. Pero desde ese extraño e impredecible limbo en que sobreviven las bandas que ya no viven, y apelando a la leyenda de genios cuya única dirección fue evolucionar, el cuarteto se encarga de torcer diagnósticos apresurados.
Los 90 fueron el primer momento en que se abrió la gran bóveda del conjunto para desenterrar tesoros desconocidos que podían iluminar nuevos pliegues de su historia. La serie de álbumes Anthology -tres discos dobles en CD, el formato de moda en esos días- presentó un abundante caudal de versiones inéditas del cancionero oficial, entre ensayos, demos y tomas previas, obsequiando la ilusión de por minutos estar cerca de John, Paul, George y Ringo en el estudio, escuchando diálogos, conociendo cómo fueron depurando sus composiciones, comprobando cómo temas que llegaron en estado esquelético después adquirirían un cuerpo mucho más complejo y macizo. Para los fans, fue una verdadera borrachera de arqueología Beatle.
Por lo mismo, las apuestas dictaban que difícilmente se podían seguir descubriendo reliquias cuando el baúl ya se había vaciado casi por completo. Pero desde 2017, los sobrevivientes de la agrupación han realizado una serie de lanzamientos -prácticamente uno por año- en donde para asombro de sus seguidores han incluido piezas nunca antes reveladas y tracks inéditos que han servido para nuevamente matizar algunos capítulos de su trayectoria que se daban por resueltos. Cincuenta años después de su final, los Beatles parecen igual de inquietos por reordenar su destino, aunque esta vez actuando en reversa.
Se trata de versiones aniversario de los discos Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (2017), The White Album (2018), Abbey Road (2019) y Let it be, aparecido hace una semana. Todos traen una nueva mezcla de sus canciones a cargo de Giles Martin, hijo del productor de la banda, George Martin, junto a una serie de versiones inéditas que capturan la etapa más audaz de los británicos.
Pero de todo ello, hay bocetos que realmente vale la pena conocer, mientras que otros no arrojan sorpresas deslumbrantes. Aquí, una guía para escuchar con espíritu aventurero cada una de las últimas entregas de un conjunto infinito.
*Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (2017)
El disco más representativo de The Beatles como creadores en plena expansión psicodélica, hechiceros del estudio que convirtieron en canciones la ensoñación lisérgica de los 60, debía tener un retorno a la altura.
Y lo tuvo: el single de presentación de esta nueva edición fue la misma pieza de apertura Sgt. Pepper’s lonely hearts club band, pero esta vez en su desconocida toma 9, más simple, sin la guitarra protagónica de Harrison, ni el cuarteto de corno francés, ni los efectos de sonido que decoran la composición final. Además, sobre el cierre se escucha a Paul improvisando un fraseo duro y seco, casi hiphopero, representando el alma de esos tiempos al decir “tengo que ser libre ahora, tengo que ser libre ahora”, para al segundo aclarar que no había quedado conforme con esas líneas, mientras John le responde que lo puede editar y George agrega “es lo que puedes hacer con las partes donde ya tu aliento no llega”: puro trabajo en equipo.
Aunque parte de ellas ya venía en la saga Anthology, en este álbum resulta fascinante atestiguar la metamorfosis que vivió Strawberry fields forever, quizás el tema de la carrera de los Fab Four que mayor cirugía tuvo.
Bajo la idea inicial de Lennon de una sencilla canción acústica, aquí hay cuatro tomas donde la primera incluso tiene otro inicio, con el verso de “living is easy with eyes closed” en vez del coro “let me take you down...”, como quedó al final. También sorprende en estas grabaciones iniciales la voz de Lennon mucho más vital y luminosa, distinta al tono más pesado con que se alteró la grabación definitiva: el cantante siempre se quejó que hubiera preferido transmitir una sensación más relajada en una de sus obras cumbre.
En Sgt. Pepper’s 2017 también hay que poner atención con la toma 2 de A day in the life (sin orquesta), el teclado juguetón que inicia la toma 1 de Lucy in the sky with diamonds y el trance indio que embriaga George en una versión de Within you without you llamada George coaching the musicians.
*The White Album (2018)
Esta nueva entrega del clásico título doble de 1968 es por lejos el lanzamiento que ha ofrecido el contenido más revelador del grupo en las últimas décadas. La razón es simple: aquí hay material que desafía consensos que eran aceptados como verdades. Básicamente pone en duda el relato del Álbum Blanco como un momento de quiebre en que cada integrante funcionó como una unidad independiente.
Por ejemplo, está la versión alternativa de Good night (toma 10), con los cuatro Beatles armonizando voces en conjunto al estilo de los grupos vocales de los años 50, reunidos frente al micrófono sin mayor compañía que ellos mismos, despojados de los violines, violonchelos, arpas, flautas y toda la pomposa orquestación Disney que luce la versión que todos conocemos hace 50 años.
Otra muestra de camaradería está en Revolution 1 take 18, donde esa áspera canción de acento activista mantiene el rasgueo de guitarra de su versión oficial, aunque sobre el tramo final se transfigura en una suite llena de gemidos, alaridos y gárgaras por parte de Lennon, registros que después ocuparía en Revolution 9. Quizás para compensar, McCartney empieza a cantar a lo lejos a todo pulmón Love me do, el primer hit de los ingleses en 1962. Revolution 9 y Love me do separadas por apenas unos minutos: los grandes extremos del universo Beatle se dan la mano por primera vez en esta joya.
Cry baby cry (unumbered rehearsal) borra su inicio acústico para despegar con un teclado que recuerda a Get ready, del grupo estadounidense Rare Earth, mientras Hey jude (take 1) muestra a Macca probando su capacidad interpretativa imponente, lo mismo para una sorprendente versión temprana de Let it be o la toma 17 de Helter skelter, mucho más salvaje que la original.
En la vereda opuesta, hay una entrega instrumental que exhibe la cara más reposada de Everybody’s got something to hide except me and my monkey (unumbered rehearsal), casi como si se tratara de una canción pop antes que el tobogán afilado y vertiginoso que agita el track que terminó quedando en el disco.
Finalmente, también están los Esher Demos, las versiones embrionarias grabadas en la casa de George, aunque si se quiere elegir sólo un par lo más llamativo está en Dear Prudence, Glass onion y Yer blues.
*Abbey Road (2019)
De todos los últimos lanzamientos, puede que este sea el menos sorprendente en términos de contenido inédito. El motivo de seguro está en que fue el disco que la banda menos demoró en grabar desde 1965 y sus miembros en contadas ocasiones se toparon en el estudio, por lo que el trabajo fue mucho más conciso. Pese a ello, al ser 1969 efectivamente un año en que ya estaban distanciados, aquí se muestran concentrados en su faena y con la idea intacta de que cada canción era un lienzo siempre abierto a múltiples colores.
Sucede con I want you (she’s so heavy), en un demo sin el ruido blanco que difumina la versión final, con el órgano caótico y desquiciado de Billy Preston. En contraparte, Macca ensaya varias veces la breve Her majesty, mientras que también regala la belleza acústica de Goodbye, tema que luego le daría a la cantante Mary Hopkins.
Su voz sigue rugiendo elástica en la toma 4 de Oh! darling, aunque parecieran que esta reedición también funciona como tributo al resto: Ringo suena atronador en las tomas descartadas de The end y Polythene pam, mientras que el trabajo de George Martin reluce en el arreglo orquestal de Something, tramo instrumental que aquí se muestra en solitario, como una pieza majestuosa con vida propia.
*Let it be (2021)
Grabado antes que Abbey Road (aunque lanzado después), esta versión siglo XXI llegó hace solo una semana, bajo la ansiedad beatlemaniaca de que se trataría de un festín de archivo y joyas menos difundidas, por lo extensa que fueron las sesiones de Let it be. Pero no. Y es para mejor: aquí se sacude lo accesorio y se condensa lo mejor de ese período fangoso.
Aún más: pese a lo abreviado del material, la reedición configura a músicos en tal estado de ebullición creativa que incluso tenían capacidad para multiplicarse x 3 al elaborar composiciones que irían a parar a Let it be, a Abbey Road y a sus inminentes discos solistas. Incluso en su agonía, el talento de los Fab Four era abrumador.
También equilibra esa visión de Let it be como el álbum de la enemistad definitiva y de la renuncia a todo ello que los hizo grandes, exhibiéndolos como artistas que se aferraban a los viejos tiempos para recuperar la química: ahí está McCartney cantando en piano Please please me al grabar Let it be, o Harrison arremetiendo con el viejo hit Wake up little Susie (The Everly Brothers) antes de una rocanrolera versión de I me mine.
Como un contrapunto brutal, todos se saludan y se desean feliz año antes que Harrison ensaye una conmovedora All things must pass, parte esencial de su discografía a solas tras ser rechazada por el resto de los Beatles. También está una versión más afable y menos rabiosa de la lennoniana Gimme some truth y un singular cambio de letra en las últimas estrofas de Let it be (take 28), mientras al final una serie de jams e improvisaciones los muestra en estado puro. Felices y ensamblados.
Esa combinación que incluso en el epílogo los hizo únicos.