Sename: el difícil nuevo protagonista del cine y la TV chilena
Los menores de edad bajo custodia del Estado, los profesionales que conforman los centros y el aparato que rodea a la institución son el foco de nuevas ficciones locales que llegan a la pantalla. En diálogo con Culto, sus realizadores explican sus puntos de vista y las reflexiones que buscan generar en medio de los años más críticos para el organismo.
A mitad de la noche, Tano y un grupo de amigos asaltan un servicentro. El escape es un desastre. Al menos lo es para el personaje principal de la historia, que por intentar ayudar a un compañero termina siendo el único autor del robo al que capturan. No es la primera vez que el adolescente vive un episodio delictual, por lo que se le oscurece el panorama.
A riesgo de terminar recluido, su padre lo saca de Santiago y se lo lleva a vivir junto a él a San José de Mariquina, Región de Los Ríos. “Ingresarlo a un centro de menores para él es matarlo”, le dice una asistente al hombre, advirtiendo que es una posibilidad real que su hijo entre al Sename si su conducta en el sur tampoco es óptima.
En festivales internacionales y ante el público chileno, Claudia Huaiquimilla despertó una reacción muy favorable con su película Mala junta, ópera prima sobre el encuentro del rebelde Tano con Cheo, un joven mapuche que es víctima de bullying. Durante su exitoso recorrido (hoy se ve en el streaming en Amazon Prime Video) también suscitó acercamientos que la interpelaron directamente y definieron su trayectoria.
“Al mostrar la película nos pasaba que había asistentes sociales y trabajadores de Sename que me decían: ‘creo que tú deberías hablar de esto’. Luego, una vez que la exhibimos en uno de estos centros, sentí una especie de llamado”, describe la directora. Motivada en parte por la investigación que realizó para crear al protagonista de Mala junta y en parte por la acogida que se ganó la cinta, Huaiquimilla comenzó un proceso de documentación y escritura de cara a su segundo largometraje, Mis hermanos sueñan despiertos.
La película, recién estrenada en salas de cine del país, se interna directamente en un centro de detención juvenil para contar la historia de dos hermanos, Ángel (Iván Cáceres Aguirre) y Franco (César Herrera Martínez). Tras un año en el lugar a la espera de que exista una resolución definitiva respecto a su destino, ambos lidian con las complejidades de la vida diaria y se apoyan en las amistades que han construido.
Así, a la par con su dupla en la escritura de la historia, Pablo Greene (productor del proyecto junto a Mariana Tejos), optaron por volver a situar el foco de la trama en los niños y darles un rol completamente secundario a los adultos, entre los que están una profesional del lugar (Paulina García) y los abuelos de los chicos protagonistas (Luz Jiménez, Robinson Aravena). “Quería conseguir un retrato no tan adultocentrista y así distinguirnos de otras películas que intentaban hablar de este tema”, apunta la cineasta.
Ambos detallan que durante el proceso fue útil revisitar películas como Valparaíso mi amor (1969), de Aldo Francia; Largo viaje (1967), de Patricio Kaulen, y Volantín cortao (2013), de Aníbal Jofré y Diego Ayala Riquelme, pero eso ocurrió sólo una vez que definieron su punto de vista.
“Cuando mostramos Mala junta en estos centros de detención, encontramos jóvenes luminosos, cariñosos, chistosos, con una lealtad envidiable. La película (Mis hermanos sueñan despiertos) intenta recalcar que puede haber amor y humor en los lugares más inesperados. Cómo, ante las peores adversidades, igual puede surgir una familia. Más allá de ciertos referentes, intentamos evadir a toda costa el morbo adyacente al género carcelario”, explica Greene.
Huaiquimilla agrega: “Al hablar del proyecto, nos recomendaban la película brasileña Pixote, creo que porque se imaginaban un retrato que tiende a caer en la pornomiseria latinoamericana. En el tratamiento nosotros buscamos darle una vuelta a eso e intentar lograr que, pese a lo terribles y fríos que puedan ser, en estos espacios la calidez venga dada por los personajes. Van generando hogar a pesar de las pocas instancias que tienen para apropiarse de ese espacio. Así que en realidad la película se inscribe más como un coming of age que en este otro género”.
Dura al tiempo que entrañable y poética, la cinta tiene una raíz en sucesos reales ocurridos en los centros dependientes del Servicio Nacional de Menores. El principal corresponde a cuando en octubre de 2007 fallecieron diez jóvenes en un módulo de un centro en Puerto Montt producto de un incendio. A esas víctimas está dedicada la película, “pero no es un peritaje de lo que ocurrió ese día”, precisa la directora. “Hay entre 15 y 20 hechos reales que sirvieron de inspiración para la historia. Al final, no es una denuncia, es un estudio de personajes en base a circunstancias extremas”, señala Greene.
Los sueños de los niños
“¿Por qué estamos haciendo esto? ¿A quiénes les estamos dando voz? ¿Hasta dónde mostrar escenas fuertes?”. Son algunas de las preguntas que Claudia Huaiquimilla, afirma, se realizó al terminar de filmar Mis hermanos sueños despiertos. También son las interrogantes que en algún punto pueden estar apareciendo entre los directores locales que recientemente se han acercado a las historias derivadas del Sename, un foco de interés que ha ido en alza tras los trágicos hechos dados a conocer en los últimos años, en particular tras el caso de Lissette Villa, la niña de 11 años fallecida en abril de 2016 en un centro ubicado en Estación Central.
Dos años antes de ese acontecimiento que conmocionó al país, el director René Ballesteros ingresó a un centro emplazado en Chol Chol para filmar un largometraje documental. Desde la no ficción, el cineasta aspiraba a capturar un aspecto mucho menos concreto de los jóvenes que viven bajo la custodia del Estado: los sueños que los acechan cada noche y donde se les aparecen familiares, personas que agredieron y otras figuras inquietantes.
“El cautiverio se extiende en el sueño, no es necesariamente algo que los libera. Esta manera de vivir de los jóvenes que están en estos centros se les mete en los huesos. Eso se ve en los sueños también”, señala Ballesteros sobre su filme Los sueños del castillo, que además captura cómo esa realidad se acentúa porque el lugar está construido sobre un cementerio mapuche.
Antes de dedicarse al cine, el realizador fue psicólogo y trabajó con menores y adultos privados de libertad en Temuco y sus alrededores. Esa experiencia, apunta, también marca por qué le otorgó ese enfoque al documental. “Siempre he sido muy pegado con los sueños y además me gusta mucho el cine de terror. Me pareció que una manera más neutra para evitar que los jóvenes sean vistos como niños del Sename -porque no lo son, simplemente son jóvenes chilenos- era poner al espectador en una posición horizontal, a la misma altura de los jóvenes. Así, los enfrentan como soñadores y no como delincuentes. El objetivo era abordar y tratar de comprender la subjetividad de los jóvenes encerrados”, explica.
Premiado en el Festival de Valdivia 2018 y estrenado a inicios de este año en formato digital (hoy en la plataforma Centro Arte Alameda TV), el filme elude por completo una aproximación más propia del formato noticiario. “Quería salir de esa catalogación tan fácil que se hace de los jóvenes”, señala. “Mirarlo desde la crónica roja no aporta nada nuevo. Me apesta esto del escándalo. La gente se preocupa de los jóvenes y del Sename cuando hay escándalos, pero el problema es mucho más grande que el Sename. El Sename es un mal parche a un problema: la pobreza, la distribución del ingreso y un país que no sabe qué hacer con los niños que crecen en situaciones de extrema pobreza”.
Aunque sólo aparecen de manera periférica en el documental, Ballesteros también compartió con los profesionales que se desempañan al interior del centro, un mundo que conocía de cerca dada su experiencia como psicólogo. Ahora recurriendo a la ficción, el director prepara una nueva película sobre los adultos que trabajan en el Sename, bajo el título tentativo Llamar al Diablo por su nombre.
“Se acercaban a hablarme pero no querían que los grabáramos, por supuesto. Me llamó la atención que muchos psicólogos estaban con licencia por depresión, que muchos educadores toman pastillas y a veces toman pastillas que se parecen mucho a las que toman los jóvenes, que tienen muchas pesadillas”, comenta el director sobre un proyecto que le permitirá “abordar lo que no se puede abordar de manera documental”. Su nueva película, detalla, girará en torno a una profesional de un centro dependiente del Servicio Nacional de Menores. “Son figuras muy frágiles que tienen que mostrarse fuertes al interior pero sobre las cuales hay un juicio social muy negativo”.
Una abogada al frente
Con fecha de estreno para este año en Mega y HBO Max, No nos quieren ver emerge como la primera serie nacional sobre el Sename. Su protagonista es una abogada (Tamara Acosta) que se encuentra con la explosiva trama de vulneración de derechos y responsabilidades políticas tras la muerte de una menor en un centro de detención juvenil. Guillermo Helo, director del proyecto, escogió esa perspectiva, sostenido en que “es más fácil contar la ficción entrando con un ente externo que conozca el sistema que desde dentro hacia afuera”.
El triángulo de la producción lo completan una nueva directora de un centro (Francisca Lewin) y la magistrado del caso (Paulina Urrutia), desde donde la historia se aproxima a los adolescentes bajo la custodia del Estado. “No nos basamos en ningún caso en particular, porque se van abriendo las historias y vamos indagando en muchas perspectivas humanas y sociales. A través de una ficción, un policial, intentamos explicar qué es lo que no funciona dentro del sistema. Eso es más grande que una sola institución. Son un montón de instituciones juntas”.
Helo se acercó a la historia primero por la investigación que realizó para Niñas araña (2017), su película inspirada en las tres menores autoras de robos en el barrio alto de Santiago. Al igual que en ese largometraje, la trama de la serie se construyó pensando en una audiencia masiva, “sabiendo que este tipo de historias generan un poco de reticencia”. “Tu objetivo final es exponer el tema y la discusión en la sociedad. A partir de ahí, se creó una serie que es entretenida de ver y es universal, porque hay una investigación y los personajes te importan. Atendimos a representar la sensación del poder, de las residencias”.
Tempranamente, el cineasta descartó filmar al interior de un centro del Sename. “Cuando simplemente quisimos visitarlos para conversar, nos dijeron que no”, señala Helo. A la luz de los hechos que involucran a la entidad, es algo difícil de lograr: el equipo de Mis hermanos sueñan despiertos consiguió ingresar con cámara sólo durante una jornada a un centro ubicado en Graneros, obligando a concentrar la mayor parte de su rodaje en dos colegios de Santiago. “Cuando pides permisos, tienes que entender que la película es lo menos importante que está pasando ahí”, dice Pablo Greene.
Ese vínculo entre realizadores locales y el Sename promete seguir ampliándose, con nuevos proyectos que saldrán a la luz en los próximos años. René Ballesteros percibe con optimismo ese escenario. “La gente le tiene mucho miedo a los jóvenes. Existe caridad cuando son niños y eso se transforma en miedo cuando crecen. Todas las miradas que aporten a añadir profundidad son positivas”, cierra.
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