Solo hace pocos días, el pasado 21 de octubre, se anunciaron los candidatos para el Premio Astrid Lindgren Memorial, con que el gobierno sueco galardona a algún autor o autora de literatura infantil y juvenil. Entre los 282 nombres, provenientes de 71 países hay una chilena: María José Ferrada.
En ese sentido, que esté nuevamente nominada a un galardón no hace sino confirmar que ha sido un buen 2021 para la oriunda de Temuco. El pasado 21 de septiembre, sonó su teléfono, una llamada le confirmó que era la ganadora del XVII Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil.
“Me llamaron por teléfono y cada uno de los miembros del jurado me contó brevemente por qué consideraba que mi trabajo merecía el premio -señala Ferrada en diálogo con Culto, desde Alemania-. Uno me dijo que le parecía que había un interés real por comprender a los niños. Fue bonito para mí escuchar algo así porque ser escritor de libros infantiles, para mí, requiere un compromiso con esa comprensión”.
Esto se agrega a otros reconocimientos que ha recibido durante su trayectoria, como el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, el Premio Mejores Obras Literarias, otorgado por el ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y el Premio Municipal de Literatura de Santiago.
Para ella, el arte de haber publicado literatura infantil y juvenil, le ha dejado algo más que premios. “Es un oficio que me ha dado muchas cosas -dice la autora-. He visitado, gracias a él escuelas de Colchane, Puerto Williams y todo lo que cabe entre esos dos puntos del mapa. También de Fukushima, San Salvador, Berlín, hace unos pocos días”.
“Lo que te quiero decir es que me he podido hacer una idea de qué significa ser un niño o una niña en este tiempo. Las posibles alegrías y también los dolores que eso implica. Entrar a una escuela es como que te invitaran a la casa de una determinada sociedad. Comprendes muchas cosas observando, escuchando las preguntas que te hacen los niños y te preguntas otras tantas”, añade Ferrada.
Has recibido varios premios durante tu trayectoria de 15 años dedicada a la literatura infantil y juvenil, ¿qué te parece que ese trabajo de tantos años se te siga reconociendo?
Más allá de los premios me gusta pensar que hay niños y niñas que han leído mis cuentos o mis poemas cuando eran muy chicos y ahora pueden leer mis trabajos para adultos. No nos conocemos, pero después de tantos años acompañándonos creo que ya tenemos algo parecido a una amistad. Este año estuve trabajando durante varios meses con los terceros básicos de la red pública de Renca y me llegaron algunas cartas de ellos por el premio, una niña me decía que se alegraba porque creía que para mí era como un sueño y me animaba a seguir escribiendo. Otro me envió una imagen de plasticina.
¿Cómo fue que decidiste enfocarte en la literatura infantil y juvenil?
Empecé escribiendo cuentos y poemas para mi hermano menor –él tiene 15 años menos que yo– él creció, pero yo me quedé con el gusto por esa escritura en la que encontré un sentido. Tal vez tiene que ver con la libertad. Muchos de mis libros están dirigidos a esa edad en que la lámpara puede ser la casa de unas luciérnagas. Existe la posibilidad, la duda y los niños se apropian de ella. También con la simpleza. Los niños a esa edad son concretos, entonces mi tarea como escritora tiene que ver con encontrar algo de belleza en lo que tienen cerca, decirles mira, por ahí puede haber algo y ahora sigue solo, encuentra lo que a ti te parezca bello, que esa capacidad de conmoverte con los árboles, con el cielo, con los pequeños insectos, puede ayudarte a vivir mejor en este mundo.
Tu primer libro en ese ámbito fue en 2005, 12 historias minúsculas de la tierra, el cielo y el mar. Hoy, mirándolo desde la distancia, ¿qué recuerdas de esa experiencia?
Fue un libro que hicimos con una ilustradora con la que sigo trabajando hasta el día de hoy, Karina Letelier. Trabajamos durante más de un año en el libro. Recuerdo que le pedí a Floridor Pérez que lo leyera y que a él le gustó, pero cuando lo llevamos a las editoriales lo rechazaron en todas. El motivo era que el libro, que según nosotras era de poesía, no rimaba. Los editores estaban muy seguros de que a los niños solo les gustaba la poesía rimada. Me llegaron a hacer propuestas tan absurdas como que los escribiera de nuevo y los hiciera rimar. Finalmente tomamos la decisión de hacer una autoedición (diez años más tarde el libro salió con Zigzag) y eso fue bueno porque fue como apostar por nuestro trabajo. A nosotras el libro sí nos gustaba.
Ferrada no solo ha escrito libros para niños, también ha desarrollado talleres con ellos. Recuerda que en pandemia, tras haber conversado vía Zoom sobre el miedo a la muerte, los chicos como si nada le preguntaron si podía dejar de lado un rato la conversación para mostrarle sus mascotas. “Creo que los niños transitan con mucha fluidez entre lo profundo, la necesidad de sentido, a lo concreto: el aquí y al ahora”, cuenta la temuquense.
¿Qué es lo que más te marcó de esa experiencia de hacer talleres para niños?
Disfruto mucho los talleres que hago en las escuelas. Los niños, las niñas hacen preguntas profundas, interesantes, divertidas, una mezcla que no es muy común en nuestro mundo de adultos. A los siete u ocho años te preguntas por el sentido de la vida: porqué estás aquí, qué significa la muerte, hacia dónde irás cuando ya no estés y dónde estabas antes de ser tú. Son preguntas profundas, las mismas que se hacen los filósofos o los científicos, pero lo bueno es que después de hacerlas los niños se van a jugar un rato. Y se toman el juego tan en serio que se olvidan de todo. Creo que los niños y las niñas intuyen que los libros tienen alguna relación con esas preguntas y entonces cuando te ven se lo toman con toda la seriedad del mundo.
El hombre del cartel
Ferrada también ha incursionado con novelas que en un primer análisis corresponden a un público más adulto: Kramp, en 2017, y El hombre del cartel, publicada en este 2021 por Alquimia Ediciones en nuestro país. Aunque en ambas, el vínculo con la literatura infantil y juvenil se mantiene, puesto que quienes narran las historias son justamente niños.
Pero, como una onda tras un piedrazo en el agua, la novela que narra la historia de un hombre, Ramón, quien vive tras un cartel publicitario, ahora estará disponible en el viejo mundo, puesto que la española editorial Alianza acaba de ponerla en circulación en la madre patria. No es la primera vez que pasa, puesto que libros suyos han sido publicados en España, Italia, México. De hecho, Kramp también fue publicada por Alianza, pero da cuenta de que Ferrada se encuentra parada en los hombros de los gigantes.
“Me alegra porque es una editorial que yo he leído desde mi adolescencia -dice Ferrada-. Los escritores japoneses que tanto me gustan, hasta hace algunos años solo los publicaban ellos. Eran libros que yo siempre estaba intentando comprar o conseguir. Además la colección en la que estoy, Alianza Literaturas, es de una gran diversidad hay japoneses, palestinos, canadienses, autores y autoras actuales, muy jóvenes, junto a otros grandes como Paola Masino, Peter Handke, Margarite Duras. No hay barreras de género, de geografía ni de tiempo, entonces es un conjunto que por esa misma diversidad es interesante”.
La historia que relatas en El hombre del cartel tiene bastante de transversal, en el sentido de que en cualquier país, al menos de Sudamérica, podrían pasar las cosas que describes. Como la vida precarizada, los bajos sueldos, la gente sin casa. ¿Consideras que esa transversalidad ayudó a que una editorial española con llegada a varios mercados se interesara en publicarla?
La verdad es que no sabría decir qué es lo que influye en la decisión de un editor, imagino que hay varios factores pero me gusta pensar que lo que prima son los criterios literarios, pensar que un libro le dirá algo a ciertos lectores, más allá de un tiempo y una geografía específica.