Mi Nombre: la otra serie surcoreana de Netflix que hay que ver
Centrada en una joven que busca vengar el crimen de su padre, la ficción continúa la senda de éxito de El Juego del Calamar, aunque todavía no logra desbancarla en el listado que proporciona la plataforma. Su cóctel se compone de estilizadas secuencias de acción, una radical transformación de su protagonista y una dosis de melodrama.
Si hace cuatro años el éxito de La casa de papel puso los ojos del mundo en la ficción española y aceleró los planes de Netflix en instalarse en la Península Ibérica, un fenómeno similar debiera generar el impresionante arrastre de El juego del calamar. La producción –vista por 111 millones de cuentas en el mundo en su primer mes, según detalló la compañía– ha impulsado un creciente interés en las historias provenientes de Corea del Sur, acentuando la senda de masividad que inauguró Bong Joon-ho con Parasite.
A partir de la enorme convocatoria del estreno de Netflix, seguramente vendrá una oleada de nuevas producciones desde Seúl avaladas por la plataforma. Sin embargo, la primera de ellas en llegar al streaming fue grabada cuando era imposible imaginar que la ficción más popular del servicio digital estaría hablada en coreano. De hecho, obtuvo fecha de debut (15 de octubre) antes de que arribara El juego del calamar y esta se transformara en la serie del momento.
Protagonizada por la actriz y modelo Han So-hee, Mi nombre se ha convertido en el siguiente título de Corea del Sur en conquistar a espectadores de todo el mundo. Aún no alcanza a desbancar a You ni a su compatriota de los primeros lugares del listado que Netflix actualiza diariamente, pero se las ha arreglado –con una envidiable promoción de la plataforma, por cierto– para entretener con sus ocho capítulos a quienes ya han completado la maratón de la ficción del sádico juego.
Lo ha conseguido pese a que quienes han apostado por ella no se han encontrado precisamente con una producción basada en una retorcida trama y con un acento en los ecos políticos y sociales. En cambio, Mi nombre ofrece una historia inscrita en un formato bastante más corriente y sencillo, presente incluso en otras series del streaming: el thriller de venganza impulsado por la transformación de su personaje principal.
Yoon Ji-woo es una hija de un mafioso. Lidia con los policías que lo buscan y con la difícil relación con sus compañeros de colegio, hasta que su vida da un giro definitivo cuando su progenitor muere en la puerta de su casa producto de un bestial ataque autoría de un desconocido. A partir de ese episodio traumático la guía la sed de encontrar y asesinar al culpable. Primero, ingresa a una organización criminal donde se instruye en distintas disciplinas y luego, en un papel de infiltrada sirviendo a los intereses de esta última, se una a la policía de la ciudad, donde se desempeñará en el equipo de antinarcóticos.
Si la serie fluye bien en sus dos primeros capítulos contando esa parte de la historia es en buena parte por lo directa y efectiva que es. No se anda con rodeos. Aprovecha sus estilizadas y a ratos brutales secuencias de acción para dotar de músculo a la propuesta, al tiempo que cimenta el radical viaje de su protagonista, de adolescente problema a mujer determinada a cumplir su objetivo pese a los obstáculos que aparezcan.
También da cabida a un componente melodramático que aletarga más que enriquece la ficción, aunque su actriz principal interpreta con convicción tanto las escenas más violentas como las de énfasis más sensiblero. No brinda una actuación portentosa, pero su ductilidad ayuda a justificar seguir la serie a través de giros, excesos y revelaciones de última hora.
El debut de Mi nombre puede parecer menor frente a las virtudes –y debilidades– de El juego del calamar. De alguna forma su estreno es una confirmación de que no todas las producciones originales de Netflix que vengan desde Corea del Sur contarán con su cualidad distintiva (sí se acerca más a eso Alice in Borderland, también en la plataforma). Pero, dentro del irregular panorama del streaming, el país asiático se va instalando como un faro al que siempre prestar atención.
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