Con su hablar lento y cansino, calculando con cuidado cada palabra al responder, Simón Soto, escritor y guionista, se toma el tiempo para voltear la cabeza y viajar al 2011. En ese año, publicó su primer libro, Cielo negro, un volumen de cuentos a través del sello Calabaza del diablo.
Por estos días, Cielo negro ha vuelto a las librerías nacionales en una nueva edición vía Montacerdos. Esta incluye tres cuentos inéditos, además de los 6 originales. También un epílogo del filósofo y escritor Iván de los Ríos.
Soto ve el libro como el resultado de una fase primaria de aprendizaje en el mundo literario. “Yo había escrito una novela, otras cosas y pensaba que tenían corpus de publicación. Pero gracias a la opinión de amigos y a ciertas miradas de personas en las que yo confiaba, me di cuenta que esos textos previos eran insuficientes en términos de calidad”, recuerda Soto en charla con Culto.
De todos modos, ya daba unos pasos adelante. En 2005, a través de un amigo, Soto conoció a la gente detrás de Calabaza del diablo, y con ellos sacaron una revista, Bilis, de un solo número. Ese fue el nexo inicial.
En ese 2011, Soto había dejado atrás un trabajo en la publicidad con la idea de poder dedicarse solo a escribir. “Recién había empezado a trabajar en los guiones, luego de un casting pude entrar como guionista de planta a Canal 13, eso me permitió tener un mejor pasar económico. Venía de un período crítico. El rubro de la publicidad es mal pagado y muy deficiente, no tiene ninguna exigencia verdadera, eso me tenía con el ánimo muy bajo y en un momento renuncié y decidí apostar a escribir narrativa y encontrar pega como guionista”.
En uno de los cuentos, Luz divina, hablas del consumo de drogas duras. ¿Era tu realidad por esos años?
Sí po. En general, los cuentos de Cielo negro y el resto de mi trabajo siempre están atravesados por el consumo de alcohol y de drogas duras. No solo por esos años, sino que muchos después igual. Esa dimensión autodestructiva de uno aparece en diversas formas, y en mi caso, primero con el trago y luego ampliado a la cocaína. No otras, porque me provocaban algo desagradable, pero la coca me gustaba mucho porque me daba “lucidez”, que no lo es, sino el efecto de la droga no más. Era un combo piscola y cocaína, siempre. Hace ya cuatro años que dejé el consumo de cosas.
Luego, Soto hace una pausa y agrega: “Es muy difícil para las personas sobrellevar esa hueá sin irse a la mierda, o sin afectar tu vida. Un amigo mío, José Leandro Urbina, escritor, me dio un consejo que me ha servido mucho, que el carrete y las drogas están hechos para la clase alta, para las personas que no necesitan trabajar. Eso me hizo sentido, porque las consecuencias son nefastas. Un cuico puede permitirse eso, los que tenemos que mantener una familia y mantener la lucidez para escribir, no podemos”.
¿Recuerdas qué leías por esos años?
Aunque no se note en los textos, yo como lector/narrador seguía con el fanatismo bolañiano. Era una cumbre y algo que yo quería que se sintiese mucho en lo que escribía. Lo sigo encontrando un norte, pero uno está más viejo, ahora mi percepción es más adulta, y hay muchas otras lecturas más, sobre historia, filosofía, religiones, mucha más poesía de lo que leía en ese tiempo. También leía mucho a los beatniks, a Ginsberg, a Kerouac, sus novelas me tocaron mucho, En el camino, Los vagabundos del Dharma; también William Burroughs con El almuerzo desnudo, Queer, Yonqui me gustó mucho. Además de Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti. También Pedro Juan Gutiérrez, me encantaba Trilogía sucia de La Habana, influenció mucho mi mirada de las cosas, que la literatura tenía que vivirse y ojalá de la manera más desproporcionada y brutal.
De los 9 cuentos, ¿alguno que te haya costado escribir?
Todos, y cada vez es más complejo, porque uno va teniendo conciencia de todas las dificultades y todas las herramientas que se tienen que poner en marcha en la escritura. Me sigue costando mucho escribir, independiente del resultado, que ya está fuera de las manos de uno. Al momento de publicar, uno tiene la percepción de que eso está en un buen nivel y que se ha puesto esfuerzo en este material.
La mayoría de los cuentos de Cielo Negro, a diferencia de lo que suelen hacer otros escritores, no tuvieron un trabajo tan anclado en algún taller literario. “Desconfío un poco de ese ejercicio -señala Soto- Creo que el oficio de la escritura es una pega muy privada, un camino lento y muy largo. En un taller no vas a obtener ninguna herramienta que te permita acercarte a concebir una obra, por eso no los imparto. Igual, la gente necesita subsistir y hacerse una platita, pero me parece que un taller no tiene nada que ver con el oficio de la escritura”. De todos modos, tuvo un paso por el taller de Luis López-Aliaga, en 2008.
“En ese taller trabajé una novela cuya estructura eran episodios independientes, relatos largos. Dos de ellos fueron rescatados en Cielo Negro -cuenta Soto-. Era un taller muy serio, bastante bueno y con buen nivel de exigencia. Pero el grueso de libro no fue trabajado en ningún taller”.
Por esos años, ¿cómo sabías cuando un cuento estaba listo?
Siempre tengo una estructura preconcebida sobre los relatos y las historias, más aún de las novelas, eso entrega un horizonte. La estructura delimita cada pieza, cada obra.
¿Mantienes los mismos “ritos” al escribir que tenías hace 10 años?
No. Ahora escribo como siempre quise escribir, que es temprano, ojalá a primera hora, con una tanda larga. Antes trataba de hacerlo, lo lograba muchas veces, pero en otras estaba con caña y no podía. Son las mismas cosas que hice siempre, pero ahora que estoy absolutamente sobrio las hago bien. Escribo con la cabeza lo más limpia posible y llevo mucho apunte, ahora es más obsesivo. Por cada proyecto llevo un cuaderno de notas, anoto ideas y trabajo con fichas, de estas grandes. Ahora estoy escribiendo una novela a mano, eso no lo hacía antes. Eso tiene que ver con mi gusto adquirido de las plumas fuentes, tengo varias y eso es muy rico. También tengo una pizarra donde anoto ideas, capítulos.