Por qué El Último Duelo es una de las mejores películas de 2021
La nueva cinta de Ridley Scott –hoy en salas chilenas– marca una de las cumbres de la cosecha fílmica de lo que va del año. Dueño de una actuación impecable de Jodie Comer y uno de los buenos roles de Matt Damon, el largometraje divide su narración en tres para examinar las desigualdades de género, sin dejar de lado la épica que ha definido algunos de los mayores hitos de la carrera del director.
A las puertas de cumplir 84 años y de enfocarse en la realización de su primera película original para una plataforma de streaming (Kitbag, con Joaquin Phoenix como Napoleón, Apple TV+), Ridley Scott lanzó una cinta que reclama un lugar entre los estrenos más portentosos del año. Ya va de retirada en el circuito de salas locales, pero El último duelo agrupa virtudes que constituyen un regreso en plena forma para el hombre que en su mejor época se despachó largometrajes de la estatura de Los duelistas, Alien, el octavo pasajero, Blade Runner y Thelma y Louise.
Músculo y un ojo agudo forman un buen maridaje en su más reciente filme, una adaptación del libro homónimo de 2004 de Eric Jager que escriben a seis manos Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener. Su eje central son las circunstancias que antecedieron al último duelo judicial celebrado en la historia de Francia: a fines de 1386, se midieron a muerte Jean de Carrouges (Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver), luego de que el primero lo acusara de violar a su esposa, Marguerite de Carrouges (Jodie Comer).
Contada a través de un metraje de 153 minutos dividido en tres capítulos, la película instala sus pilares en el primer retrato que elabora en torno a la Francia feudal del siglo XIV: un mundo grisáceo, en que el heroísmo no es foco de admiración por parte de Scott y donde los hombres hegemonizan cada espacio de la vida pública y privada. En ese paisaje, Jean de Carrouges se percibe a sí mismo como una gloria del campo de batalla y, como tal, pierde los estribos cuando una tierra que se le había prometido al casarse con su mujer termina en manos de Le Gris, con quien solía unirle una amistad y respeto mutuo.
Aunque sabe orquestar con maestría una serie de suntuosas escenas de acción (y parece disfrutarlo como pocos), el foco del director va en armonía con los acentos del guión, una exploración a fuego lento de sus personajes y el mundo que habitan. El cineasta de Gladiador confía en que esta vez tiene un buen material entre manos y no un lastre (¿aló, Éxodo: Dioses y reyes?).
La escalada de entreveros entre sus figuras masculinas –una dinámica a ratos penosa– gana espesor conforme la cinta salta el siguiente episodio. Entonces es el rol de Adam Driver quien presta su punto de vista sobre los hechos que lo convirtieron en enemigo de De Carrouges y posteriormente en autor de la violación hacia su esposa (una relación sexual bajo consentimiento, según él cree). Le Gris se para en el mundo con ínfulas similares a las de su contrincante, con la diferencia de que además le rinde pleitesía al desastroso conde Pierre d’Alençon (un Ben Affleck a cargo de los momentos más ligeros del drama), figura clave en el eventual desencuentro entre los protagonistas.
Astutamente, el filme le reserva el último capítulo a Marguerite de Carrouges, quien entrega su óptica desde el momento en que aparece en la vida del hombre encarnado por Matt Damon hasta el desenlace del duelo, una vez que el rey Carlos VI (Alex Lawther) determina que ambos caballeros podrán retarse en un enfrentamiento cuyo ganador arrojaría la voluntad de Dios y posiblemente el infierno para ella.
Se sospecha a leguas que ninguno de los tres personajes observa los hechos de la misma manera, pero es mediante el portentoso despliegue de su tercera parte (amén en gran medida de una impecable Jodie Comer) que los matices y las diferencias abismales entre sus perspectivas se terminan de hacer carne.
Y donde su reflexión sobre cuán brutal es un mundo construido por y para hombres se toca con la espléndida puesta de escena del director en la secuencia final, cristalizando su poderío al situar una historia en el pasado para finalmente hablar con contundencia del presente. A la espera de que se estrene La casa de Gucci (el 25 de noviembre), Ridley Scott ya tiene en 2021 al menos una película que alarga su leyenda.
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