ABBA - Voyage

El regreso musical de ABBA después de 40 años es exactamente lo que cualquier fan del legendario grupo sueco podría esperar sin sentirse defraudado. El cuarteto retoma su trayectoria discográfica como si hubiera estado congelada por escasos minutos. Aunque el calendario se percibe ligeramente en la primera canción, la solemne I still have faith in you en las voces de Agnetha Fältskog y Frida Lyngstad, el álbum rescata cada faceta que les hizo memorables, y logra retroceder en el tiempo como ocurre en Don’t shut me down, invitando al baile con pianos en cascadas. Están las canciones almibaradas como Little things, decorada como himno de navidad; el synth pop fundido con voces en canon para Keep an eye on Dan; el pop chicle de los 50 en Just a notion, y el soft rock con pinceladas de country pop de I can be that woman, una especie de epílogo de la pareja fracturada de The winner takes it all. El cierre de Ode to freedom, con su ambición sinfónica revestida de musical, deja una sensación atemporal muy acorde al proyecto de la banda de perpetuar su presencia mediante un show con elementos virtuales. ABBA nunca se fue y nunca se irá.

Mastodon - Hushed and grim

Sin las ataduras de aspirar al reino de Metallica, una especie de sino sobre el cuarteto de Atlanta hasta hace unos años, Mastodon disfruta de la autonomía creativa y la autoindulgencia. Este octavo álbum producido por David Bottrill (Tool, King Crimson, Peter Gabriel) es un trabajo doble que habría ganado enormemente editado a la mitad. Lo más selecto de Hushed and grim revela un esfuerzo consciente por moderar el músculo y la agresividad en favor de guitarras cristalizadas (Pain with an anchor), tiempos con más aire que matemática, y constancia melódica. El protagonismo ganado por el baterista Brann Dailor, cuyo tono limpio y melancólico contrapesa las voces crispadas del bajista Troy Sanders y el guitarrista Brent Hinds, favorece el lado más amable y dúctil de Mastodon, que avanza hacia el alt rock en Sickle and peace con un juguetón arreglo en guitarras, que en esta mano apuestan por ambientes antes que filos. Riffs más grandes que la vida construyen dramáticamente More than I could chew -uno de los puntos altos-, como hay un indisimulado tributo a Torche en Gigantium, que cierra con clase un álbum que en la zona media ofrece más extravío que certezas.

Mon Laferte - 1940 Carmen

Criada en Rojo junto al “tío conductor”, Mon Laferte es una ídola con reminiscencias del star system chileno impreso en la sesentera revista Ritmo, y sus estrellas románticas contando sus vidas en las páginas del desaparecido medio de espectáculos. Acorde a los tiempos, la cantante viñamarina utiliza las redes sociales para relatar el avance de su embarazo. Este álbum, concebido en las inmediaciones del cartel de Hollywood antes de confirmar la gestación, aunque imbuido de ese espíritu, funciona como banda sonora del proceso. 1940 Carmen captura una parte del áurea californiana, canciones doradas con la suavidad de la brisa marina como Algo es mejor, que de seguro integrará futuros compilados con lo más selecto de su trabajo.

Sin embargo, el disco tiende a adormecerse en ese arrullo playero restando dinámica a su trazado, a pesar de contener registros de cambios hormonales, como reveló respecto de canciones como Supermercado.

Los títulos en inglés Good boy, Beautiful sadness y A crying diamond denotan un trabajo en proceso confesado por la propia artista, que reconoce no dominar el idioma, ocupando un espacio innecesario y auto condescendiente.