Es la novela que Julio y Emilia leen durante su particular relación a través de las páginas de la novela Bonsái, de Alejandro Zambra. Es un clásico de la literatura mundial, y es un libro que tuvo la particularidad de ser publicado por partes. Todo el entramado de En busca del tiempo perdido, su autor, el francés Marcel Proust, lo configuró a través de siete libros.
Por el camino de Swann (1913), A la sombra de las muchachas en flor (1919), El mundo de Guermantes (1920), Sodoma y Gomorra (1921), La prisionera (1923), La fugitiva (1925) y El tiempo recobrado (1927) se llamaron cada una de las partes. Es decir, Proust publicó el total de la novela a lo largo de 14 años.
Ese período de tiempo sirvió para configurar una novela compleja, que no se deja leer de una manera tan usual. Como Borges o Cortázar, de algún modo Proust elige a sus lectores. Pero, siempre hay puentes para llegar al centro líquido de este clásico.
Uno de esos puentes lo tendió el filósofo francés Gilles Deleuze. En 1964 publicó un ensayo titulado Proust y los signos, donde da una orientación para leer el clásico. La idea es similar a lo que hizo posteriormente el argentino Carlos Gamerro en 2015 con el Ulises de James Joyce, con su libro Ulises. Claves de Lectura.
Con los años, el libro fue editado en castellano, su última edición fue en 1995. Este 2021 la catalana editorial Anagrama lo trajo de vuelta en una edición “corregida y aumentada”, y ya está en nuestro país.
“Proust y los signos es uno de los clásicos del catálogo de Anagrama en la colección Argumentos –explica a Culto desde España Silvia Sesé, la directora editorial de la casa catalana–. Entonces queríamos mantener este título vivo. Se nos habían terminado los ejemplares y derechos, y eso fue una oportunidad para reeditarlo con el nuevo diseño de esta colección, y aprovechamos también de partir de esta edición ampliada, que es la última edición que hicieron en Francia, hace ya muchos años”.
Deleuze –fallecido en 1995– no escribe en modo pedagógico. Más bien, apuesta a un trayecto en que el lector entienda la idea detrás de la novela. Así, plantea que una forma de aproximarse al libro es entender que para aprender cualquier cosa, es preciso descifrarla. “Todo aquello que nos enseña algo emite signos, todo acto de aprender es una interpretación de signos o de jeroglíficos”. De esta manera, señala: “La obra de Proust no está basada en la exposición de la memoria, sino en el aprendizaje de los signos”.
Entonces, siguiendo a Deleuze, descifrar los signos que propone Proust en la novela es la manera en que el lector puede entrar de lleno en el universo de En busca del tiempo perdido. Agrega que cada uno de estos signos responde a los diferentes mundos a los que se expone el narrador-protagonista: el de la mundanidad, el del amor, y el de las cualidades sensibles.
Cada uno de estos mundos, explica Deleuze, tiene sus propios signos. “Los signos mundanos son frívolos, los signos del amor y de los celos, dolorosos”, dice el filósofo, y añade que los signos sensibles son materiales. En conjunto, forman un entramado complejo que es el que se enfrenta el narrador.
Además, Deleuze explica que la novela es netamente un camino. “Lo importante es que el protagonista no sabía al principio algunas cosas y las aprende progresivamente, hasta que al final recibe una revelación última”. Y en ese camino de aprendizaje del narrador, según Deleuze, hay que comprender que lo esencial –o sea, el objetivo de la búsqueda– se revela a través del arte.
“El arte, en tanto que manifiesta las esencias, es el único capaz de darnos lo que en vano buscábamos en la vida”, explica Deleuze. Luego, ¿qué es lo esencial?: “Es una diferencia. La diferencia última y absoluta. Es ella la que constituye el ser, la que nos hace concebirlo”.
Para explicar esa búsqueda de lo esencial es que Deleuze usa la primera parte de su ensayo. En la segunda, se dedica a explicar otra de las gracias –para él– del libro de Proust: “Produce sus propios procedimientos de sentido…logra una maquinaria que funciona con eficacia invisible, capturando al lector”, argumenta en el volumen.
Un clásico hasta hoy
En busca del tiempo perdido es una novela que sigue editándose hasta hoy. ¿Por qué ha trascendido tanto? Un lector atento es el académico y escritor Mauricio Electorat, quien señala: “Yo creo que ha trascendido porque Marcel Proust pone, por primera vez, al narrador en el umbral en el que se articulan lenguaje y memoria. Y lo hace durante más de 4.500 páginas, creando una especie de teatro de sombras por el que desfilan centenares de personajes, pero también de escenas, descripciones, reflexiones”.
Electorat añade: “El mecanismo del lenguaje proustiano tiene mucho que ver con el del paciente, entregado a la asociación libre de una palabra con otra, en el diván del psicoanalista. O bien, con lo que Paul Ricoeur llama la ‘impertinencia semántica’, asociación arbitraria de una palabra con otra, que crea la imagen poética. De hecho, Proust quería que las siete novelas que forman En busca del tiempo perdido fuesen publicadas en un solo tomo, de manera que pudiesen ser leídas como un vastísimo poema”.
La influencia de Proust en la narrativa chilena se vio en los autores que, desde el taller de José Donoso, configuraron la llamada Nueva narrativa chilena, en los años 90. De ese grupo, quizás el mayor entendido en la obra del francés es Gonzalo Contreras. De hecho, en agosto del 2020 impartió un taller sobre el escritor galo.
“Ha trascendido, porque es una obra cercana, es natural, como el pensamiento distraído, como la respiración, la contemplación, en suma, es parecida a la vida, es como la vida –dice Contreras a Culto–. Desprovista de artificios argumentales (no tiene argumento como no sea el de un niño y luego un hombre adulto que quiere escribir un gran libro pero no encuentra ni las fuerzas ni el tema), con su lectura ‘vivimos’ junto con el personaje la experiencia del conocer, de la cognición, de aprehender el mundo en sus multiplicidad de aspectos”.
Contreras añade que el lector va caminando junto al narrador en un afán exploratorio. “Desde la esencia de un paisaje al sabor de una comida, conocemos con él a un príncipe o una sirvienta, sabemos de la vida mundana, del dolor, del amor, los celos, la ambición, hasta configurar un mundo de una densidad y espesor semejante a la materia de que está hecha la vida. El mismo autor nos dice que cuando leemos, ‘nos leemos’, miramos a nuestro interior. Esa es la experiencia de En busca del tiempo perdido”.
Hoy, como lo hacen Julio y Emilia en Bonsái, leyéndola cada noche, la novela se puede encontrar en las librerías nacionales en sendas cajas que en tres tomos reúnen la totalidad de los siete libros. Las casas editoras españolas Alianza y Valdemar ofrecen dicho formato. También se pueden encontrar los libros para leerlos de manera individual, por Alianza. En Buscalibre se encuentran los volúmenes separados por ediciones de Losada, Sexto Piso y DeBolsillo.
¿Sigue generando interés en los lectores chilenos? Gaspar García, librero de Altamira, en la galería Drugstore, cuenta a Culto: “Harto adulto-joven busca ese libro, entre 28 y 40 años. Buscan el primer libro, quizás no muchos lo terminen. Pero lo que vendemos harto es la caja con los tres tomos de la editorial Valdemar. Desde que salió eso, la gente prefiere comprarse el libro entero. Con la pandemia es uno de los que más se ha vendido, porque la gente aprovechó de saldar cuentas con los clásicos, como Los Miserables, El conde de Montecristo, o Ana Karenina”.
Desde el barrio Bellas Artes, el librero Sergio Parra, de Metales Pesados, señala: “Siempre nos están preguntando por el libro. Hay un lector que lee el primer tomo y después no vuelve por los otros. La caja de Alianza sale más o menos una vez al mes. Es un lector mayor, sobre los 50 años, el que se da el tiempo para leer a Proust. Dentro de los jóvenes, muy poco”. Como vemos, siempre hay gente interesada en seguir por el camino de Swann.