La música en vivo revive su trauma más trágico: el caso The Who y las similitudes con Travis Scott
El último fin de semana, en un show del célebre rapero estadounidense hubo ocho muertos debido a una estampida en el público. Los conciertos en Estados Unidos revivieron su herida más traumática, con muchas similitudes relativas a lo sucedido con The Who en 1979: ahí hubo once fallecidos, fallas de seguridad, el grupo siguió tocando y nunca se le contó a los músicos que en plena presentación estaba en curso una tragedia. Se les camufló un drama de proporciones.
The Who vivía una nueva era, resplandeciendo en el brillo que otorga toda resurrección. Pero ese reimpulso llegó desde la tragedia.
Cualquier seguidor de los británicos sabe que 1979 es un año de brújula descarriada para la banda. Ya habiendo despachado lo mejor de su obra, el sustrato que los haría legendarios y los convertiría en página ineludible del período mayúsculo de la música popular, un año antes habían perdido a una de sus partes fundamentales, el baterista Keith Moon.
Sin embargo, los hombres de My generation actuaron como un escuadrón que no claudicó en la trinchera pese a ver caer a uno de los suyos: un poco como lo sucedido este año con sus coetáneos The Rolling Stones tras la muerte de su propio percusonista, Charlie Watts.
Se rearmaron rápidamente y en reemplazo de Moon instalaron a un cercano de la agrupación, Kenney Jones (Faces, Small Faces). El más exultante era el guitarrista, líder y compositor Pete Townshend.
“Yo sentía que los viejos Who estaban muertos y enterrados con Keith, del mismo modo en que la nueva banda era para mí una oportunidad, que nunca hubiera tenido oportunidad de aprovechar en vida de Keith. En ese sentido, resulté sospechoso a ciertas personas, que llegaron a creer que me alegraba por su muerte o, cuando menos, que le había sacado provecho. Puede que yo mismo hubiera llegado a admitir, en una infeliz expresión de gratitud, que de la tragedia podía brotar el renacimiento”, revela el músico en sus memorias de 2012, Who I am.
Pete admitía ese viejo adagio que dicta que en todo rincón en penumbra siempre hay un espacio para la luz. Por tanto, pese a estar sin Moon, había llegado el momento de arrimarse más al fulgor que a las tinieblas.
A las puertas del infierno
The Who salió de gira con su nueva formación ese mismo año 79, arrancando en septiembre con una tanda de fechas en Nueva Jersey y Nueva York, para el 3 de diciembre aterrizar en el Riverfront Coliseum (ahora rebautizado como Heritage Bank Center) en Cincinnati , Ohio.
Townshend insistía en entrevistas y diálogos informales que se sentía rejuvenecido, en un extraño estado de plenitud pese a estar en un grupo que parecía mutilado. O al menos en rodaje.
Lo corrobora en su misma obra de casi tres décadas más tarde: “En el escenario, acompañado por la banda, a menudo me sentía extasiado, lo que era una nueva sensación para mi. Nunca había disfrutado los conciertos como en aquella gira. Es verdad que bebía mucho, incluso en el escenario. Y bailaba un montón. Puede que bailara como un insensato. Pero qué mas da. Me sentía inspirado. Cometí varias cagadas tremendas en vivo, pero estaba expandiendo mis límites y asumiendo nuevos retos con las improvisaciones”.
Pero si de las cenizas del drama pueden brotar mejores tiempos, el trayecto circular de todo destino puede llevar a ese mismo nuevo amanecer a apagarse a través de otra fatalidad. Fue precisamente lo que esperaba a los Who, en una cadena de pésimas coincidencias que los empujaron sin saber ni ser partícipes al peor show de su trayectoria.
En esa fecha en Cincinnati, se habían vendido 18.348 boletos, por lo que el aforo estaba completamente agotado. Sólo se habían comercializado entradas de ubicación general, no existían asientos reservados ni seguidores que pudiesen llegar sobre la hora para igual tener su silla asegurada: aquí era el todo o nada, arribar temprano o perder con una ubicación más desventajosa.
Las radios locales azuzaron aún más el nervio y la ansiedad al informar que se permitiría la llegada del público a partir de las tres de la tarde, por lo que ya a esa hora había una multitud considerable acechando los accesos.
Hasta ahí, la postal habitual de un festín rockero, sobre todo en los años 70, era de oro de la música en vivo, una mezcla entre reuniones exaltadas que rasguñaba el descontrol, monstruosidad escénica, salvajismo artístico y aún cierta precariedad con la que debía lidiar la industria en un circuito recién medianamente acostumbrado a aquello que hoy llamamos megaeventos. Sólo 15 años antes, los Beatles estaban tocando en estadios con amplificadores de bajo nivel y tarimas de exiguo presupuesto, en mínimas condiciones para cubrir una cancha deportiva, por lo que ni entre ellos se escuchaban ni tampoco sus fans los oían.
Como fuere, en la cita con los Who el público en las afueras se fue impacientando sobre todo cuando dieron las siete de la tarde. Desde el interior se escucharon los primeros acordes de una canción, a altisimo volumen, sin pifias y con un sonido que retumbó en todo el sector, por lo que casi todos los presentes creyeron que el especáculo se había iniciado.
Botaron las puertas ingresaron sin cuidado ni delicadeza alguna, empujando como manadas sueltas en la sabana africana a quienes estaban más adelante, apretándolos y pisoteándolos. Gran parte de aquellos que estaban en las primeras localidades fueron aplastados o empezaron a ser asfixiados.
Once personas murieron y cerca de 30 se reporatron heridas. El error letal fue uno solo: The Who nunca había empezado el espectáculo. Era sólo una prueba de sonido. Según consignan distintos libros y testimonios, cuando la agrupación advirtió el desastre, se fue hacia camarines esperando que todo se calmara, pensando que el caos se desvanecería pronto y que no sería más que una escaramuza de rápido control por parte de la policía.
En rigor, no sabía que la catástrofe había arrojado muertos y lesionados de gravedad. Por tanto, decidieron iniciar igual la presentación: despegaron con las clásicas Substitute, I can’t explain y la setentera Baba O’Riley, para culminar con el cover de Summertime blues y The real me. Algo con relativas similitudes a lo acontecido con Travis Scott el último fin de semana, quien tambié optó por continuar con su performance, argumentando posteriormente que, de haberse detenido, el desorden habría crecido y los fallecidos o heridos podrían haber aumentado.
Townshend lo detalla en su libro, reproduciendo un diálogo que tuvieron con su mánager, Bill Curbishley: “Después del concierto en el Riverfront nos reunimos en el camerín. Bill tenía pesímas noticias.
Ha pasado algo terrible -dijo-. Han muerto once chicos. Todavía no conozco los detalles.
¿Cuándo ha sido? - preguntó alguien- ¿Durante el concierto? ¿Entre el público?
No -Bill trató de calmarnos-. Fue en los accesos, en la explanada de afuera.
-¿Antes del concierto? - pregunté, poniéndome de pie.
-Decidimos no contárselos - dijo-. No podíamos dejar que la gente abandonara el recinto mientras los de seguridad seguían manejando todo el problema afuera.
En el hotel nos reunimos en un salón a ver la tele. Algunos de la banda lloraban ante las imágenes de cadáveres esparcidos, como después de un tiroteo indiscriminado. No se habló mucho. Tomamos unas copas”.
Buscando sanar la herida
Tal como el pasado viernes 5 en el festival Astroworld encabezado por Travis Scott en Houston, el cantante tampoco se enteró de la tragedia que en tiempo real sucedía a su alrededor. Sólo conoció el detalle después.
De hecho, en algún momento pidió ayuda para gente que estaba “en problemas” en las primeras filas, pero nunca paró su performance. ¿La razón? Casi la misma esgrimida en el caso de los creadores de Tommy: era mejor que la policía se centrara en sacar los cuerpos afectados antes que parar el concierto y que la estampida -en esta caso para salir de él, para escapar o para correr en sentido contrario- fuera aún más brutal y desordenada.
Con Scott, los ocho fallecidos tenían entre 14 y 27 años, Casi 40 años antes, en la tragedia de los ingleses, el rango de edad también apuntaba en su mayoría a jóvenes que no sobrepasaban los 25 años, también con algunos adolescentes de menos de quince
Para los Who, el accidente fue un trauma que los siguió por décadas. También fue una herida imborrable en el historial de la música en vivo en Cincinnati. Por décadas se prohibieron los recitales con entrada general sin ubicaciones numeradas, bajo el propósito de evitar las estampidas nerviosas de seguidores queriendo atrapar los mejores espacios . La prohibición recién se levantó en 2004, al advertir que muchos artistas no querían tocar en la ciudad al sólo disponer de espectáculos con boletos numerados.
En 2019, el cantante de The Who, Roger Daltrey, volvió a la escena de la estampida en Estados Unidos, para grabar un documental al respecto.
Ahí dijo: “1979 fue un período de torbellino. Estábamos haciendo las paces a medida que avanzábamos, empujados y tirados en todas direcciones por todos. Fue un período muy extraño. Y, por supuesto, fue justo después de perder a Keith Moon. Y volvimos a la carretera posiblemente demasiado rápido. Éramos un animal herido… Pete Townshend estaba teniendo todo tipo de problemas con las drogas. Y creo que todo se debió al dolor de perder a Keith”.
“Esa noche salimos del escenario y habíamos hecho un show maravilloso. Fue un gran espectáculo, uno de los mejores que tocamos en la gira. La multitud era increíble, y luego nos dijeron lo que había sucedido… y fue como ser golpeados con un bate de béisbol en la cabeza. Creo que hicimos el resto de la gira sin hablar con casi nadie, en total silencio. Demonios, apenas hablábamos entre nosotros. No hablábamos en el escenario. Nos limitábamos a tocar nuestra música. Nos perdíamos en nuestra música. Fue un poco raro. Y no parecía que hubiera alguna forma de hacerlo bien”.
Townshend, por su lado, dijo en el mismo documental que lo que más le impactó de esa noche fue ir al centro asistencial donde estaban los heridos, y ver a niños y adolescentes lesionados y heridos, parte importante de la audiencia que los seguía. Además, aseveró que nunca estuvo de acuerdo con la decisión del conjunto de seguir con el tour.
El propio músico revivió esos días de terror en 2000, cuando sus amigos de Pearl Jam sufrieron algo similar en el festival danés de Roskilde, con una estampida que dejó un saldo de nueve muertos. Townshend los llamó y les dijo: “No se vayan de la ciudad”. Vale decir, les recordó que debían seguir apoyando a las familias en vez de continuar el periplo artístico como si se pudiera dar vuelta la página fácilmente.
El grupo pensaba tocar en el mismo reducto en Cincinnati en abril de 2020, como una forma de olvidar su pasado más duro. Pero otra tragedia, la pandemia del Covid-19, dictó otro destino. Los esperaba una fundación de familiares que hoy tiene en la memoria a las víctimas de esa noche. Por lejos, la más triste y dolorosa en la biografía de The Who.
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