Un beso para la eternidad y un fotógrafo desconocido: cómo se hizo la portada de Double Fantasy
El último disco de John Lennon cumple 41 años, cruzado no sólo por su posterior asesinato, sino que por algo mucho menos extraordinario: su vida cotidiana como un neoyorquino más que paseaba anónimo por la ciudad y se perdía entre sus parques y barrios. Bajo esa filosofía se tomó una foto tan normal como universal: aquella donde plasma el amor sin matices hacia su compañera.
John Lennon era en 1980 el ciudadano Lennon: aquel cliché funciona para definir y entender a un hombre que a partir de 1975 se había hecho a un costado de la figuración pública para consagrarse a la crianza de su hijo Sean y, sobre todo, para caminar por Nueva York como cualquier mortal, camuflado entre la masa multicultural visitando bares, comprando regalos, paseando por el Central Park u olfateando a sensaciones emergentes en locales aledaños, como los recién aparecidos The B-52′s (Yoko siempre los aplaudió asombrada).
“Nueva York es nuestra Roma actual”, determinó alguna vez para explicar su mudanza hacia el otro lado del Atlántico, buscando no sólo un lugar estimulante y saturado de nuevas rutas, sino que también un puzzle urbano donde hundirse anónimo e inadvertido. Curioso y coincidente: fue exactamente lo mismo que anheló David Bowie cuando se radicó en la Gran Manzana muchos años después, a principios de los 90. Que la gran estrella se desvaneciera entre el todo mundano y terrenal.
Y el ex Beatle lo logró. En especial en los últimos años de su vida que van de 1975 a 1980, son numerosas y célebres sus fotos caminando sin mayor seguridad por las afueras de su residencia, el edificio Dakota -lo que sabemos le traería consecuencias fatales- o sentado de la mano con Yoko Ono en el parque de justo en frente, postales de pura cotidianidad romántica como pocas en la historia de la cultura popular reciente.
También hay decenas de fotos hasta hoy de fanáticos anónimos que se lanzaban al acecho en la puerta del recinto hasta lograr una fotografía o un autógrafo, reliquias que en la actualidad son oro puro, pero que en esos momentos pasaban como un acto más de un hombre que no temía a la calle. Hasta que, ya está dicho, uno de ellos -Mark David Chapman- traicionó esa confianza.
El propio cronista Robert Hilburn, leyenda del periodismo musical de EE.UU. y quien forjó una íntima amistad con el músico desde su arribo al país, lo cuenta en su imperdible libro titulado idóneamente Desayuno con John Lennon y otras crónicas para la historia del rock: el 9 de octubre de 1980, cuando el autor de Imagine alcanzó los 40 años de vida, se reunieron en un bar para charlar y brindar. Le llevó de regalo un libro de foto de Elvis, ídolo de Lennon hasta el último suspiro de su vida -se nota en sus modos telúricos y expresivos al minuto de cantar en Double fantasy, el álbum que sacaría en esa misma fecha- y estuvieron conversando hasta cerca de la medianoche.
Después, junto a Yoko, quizás el músico más venerado del siglo XX, se retiró sin mayores complicaciones hacia el edificio Dakota.
Una foto en una plaza
Fue en esos instantes nada extraordinarios lo que definieron, por lo demás, una de las portadas más universales de la historia: el beso a ojos cerrados de una pareja que encarnan John y Yoko en Double fantasy, aparecido el 17 de noviembre de 1980. De hecho, la imagen fue capturada mientras ambos paseaban sin pretensiones por el Central Park que tenían cruzando la calle.
El responsable fue Kishin Shinoyama, fotógrafo nacido en Japón, contratado en los años 70 por el sello CBS/Sony para trabajar en gran parte de sus carátulas -disquera integrada también por el Beatle- y que a partir de todos esos antecedentes cimentó un vínculo fraterno con Yoko, aunque no de amistad profunda. Eran apenas conocidos.
Pese a que lo fue desarrollando con mayor acento posteriormente, la médula de su propuesta era inmortalizar cuerpos humanos lidiando con la gran ciudad, inmersos en juglas urbanas y arquitectónicas que demostraban finalmente lo minúsculo de la especie. Cómo el propio individuo había logrado levantar algo que posteriormente lo había terminado devorando.
“Valiéndose de un sistema de múltiples cámaras, en la década de 1980 realizó sus shino-rama, imágenes panorámicas de gran formato que documentan el estilo de vida de la época, basado en los grandes complejos comerciales y el consumo excesivo”, describe su página web, a modo de portafolio y presentación.
Una tarde de agosto de esa temporada, tres meses antes que el álbum llegara a las tiendas, el profesional se juntó con la pareja en el Central Park. Más bien: se reunieron a descansar un rato, sin un plan fijo de perpetuar una imagen para algún proyecto inmediato.
La sesión fue breve. Se sentaron en un escaño, conversaron un rato, se besaron y ya. Caminaron charlando un par de banalidades y sería todo. Nuevamente, a lo Lennon el 80, sus grandes planes estaban cruzados por ejercicios absoluatemente triviales y normales para una figura de su dimensión.
El mismo Shinoyama los tomó saliendo del edificio Dakota, en una imagen que formaría la contraportada del álbum.
La foto central originalmente fue captada a colores, pero por decisión de Ono se editó en blanco y negro. Según explicó ella en el artículo tributo Lennon Remembered publicado en la Rolling Stone de diciembre de 2010: “Pensé que sería reflejar la aspereza del álbum convirtiéndola en blanco y negro. Pensé que sería enviar el mensaje de que se trataba de un documental y no de una ficción. Pero ´la vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes’, como dijo John. Cuando miro la cubierta ahora, me pregunto si no había más en la historia de lo que la convierte en blanco y negro que no estaba en mis cálculos”.
El tiempo, por supuesto, regala otras perspectivas.
Para 1984, otra foto muy similar de la misma sesión fue utilizada, pero esta vez a colores, para el trabajo póstumo Milk and Honey.
El resto es historia. Y de la peor. Pero casi: Ono y el fotógrafo del beso inmortal no se volverían a ver por décadas. Hasta que en 2010 se volvieron a juntar en el mismo lugar para conmemorar los 30 años de la muerte de John. Sin saberlo, habían participado en una de sus últimas grandes instantáneas.
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