El calendario marca el 30 de diciembre de 1989 y U2 brinda una de las últimas fechas del Lovetown tour en Dublín. En vez del sabor triunfal por ostentar el título de la banda más grande del mundo en el remate de la década, hay una sensación agridulce en el cuarteto irlandés. Intuyen el cierre de un ciclo sin saber muy bien qué viene.
“Tenemos que irnos”, dice Bono a la multitud, “... y soñarlo todo de nuevo”.
Tras aquellas palabras había frustración. La crítica levantó el ceño ante la última entrega Rattle and hum (1988), el álbum doble con trazos en vivo de la gira promocional del superventas The Joshua Tree (1987), junto a nuevos cortes en encuentros cercanos con estrellas como B.B. King, todo imbuido de una mixtura de country y rock estadounidense hasta la médula.
Aunque despacha 14 millones de unidades, el film dirigido por Phil Joanou cosecha apenas 8.6 millones de dólares en ganancias, un resultado modesto para una institución de estas proporciones.
“Rattle and Hum es el sonido de cuatro hombres que aún no han encontrado lo que buscan”, reseña irónica la revista Rolling Stone.
“Es un poco temprano para que la banda esté presionando para ingresar al panteón”, enjuicia The Washington Post.
“Cuando la prepotencia interfiere con la música...”, apunta implacable The New York Times.
Las acusaciones de megalomanía afectan particularmente a Bono. “Nos convertimos en el enemigo”, diría, aludiendo al look de sombreros cowboy y el acompañamiento de una sección de bronces afroamericana, en un grupo identificado en sus inicios con el post punk.
En una mezcla de regaño y preocupación, su esposa Alison lo encara. “Te has vuelto tan serio, ¿qué te pasa?”.
El chico con el que se casó en 1982 solía ser divertido y arriesgado. Siete años después, el peso de querer salvar a la humanidad con canciones de rock, lo ha convertido en un artista incómodo consigo mismo.
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De parranda con Bob Dylan y Keith Richards, Bono descubrió que no sabía nada de blues y country. Entre copa y copa, los próceres se divirtieron a costa de su ignorancia en los clásicos. El vocalista tomó nota surgiendo la chispa para The Joshua Tree y Rattle and Hum, explorando territorios ajenos y luego apropiándose de ellos. Más gringos que los gringos.
Sin embargo, después de años de sombreros, botas y armónicas, era suficiente para una banda básicamente europea.
“Consigamos una maldita motosierra y cortemos Joshua Tree”, explica Bono en el documental From the sky down (2011), en los estertores de esa etapa con el cuarteto orgulloso por evitar máquinas y programaciones.
Según The Edge, “huimos de Rattle and Hum tan rápido como pudimos”, pero no todos estaban de acuerdo en el método de escape. Mientras el guitarrista se adentraba en la música industrial y la movida de Manchester, donde el rock se revolcaba empastillado en la pista de baile -la cultura de los clubes abrazando guitarras-, Larry Mullen aplicaba reversa para sumergirse en Cream, la polirritmia de Ginger Baker y las aventuras psicodélicas de Jimi Hendrix.
Bono hizo equipo con The Edge y el damnificado fue Adam Clayton, marginado de la composición por el tándem entre el cantante y el guitarrista.
El primer testeo del sonido que U2 comenzaba a cocinar apareció con el cover de Night and day de Cole Porter, publicado en septiembre de 1990 en el álbum benéfico Red hot + blue.
La versión era un presagio del ambiente de Achtung baby: la batería resonante en un loop con aderezos de bongós (los mismos que engalanan Until the end of the world), la densidad atmosférica, los bajos sintetizados, la guitarra desplegada en capas, y Bono ejercitando un nuevo temperamento más oscuro e insinuante con un costado carnal y desatado, antes imposible.
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El avión de British Airways maniobra sobre Berlín en octubre de 1990. Es el último vuelo hacia la histórica ciudad, mientras se derriba el muro que la separa desde 1961. Los miembros de U2 observan desde las alturas y divisan muchedumbres. Quieren callejear, ser testigos de la historia en vivo y en directo mientras graban un nuevo álbum, el primero en su bitácora discográfica de los noventas.
Cuando logran unirse a la masa algo no cuadra. Las personas parecen molestas en vez de disfrutar la liberación que pone fin a la Guerra Fría. Pronto advierten que están en medio de una marcha contraria a la reunificación.
Han llegado hasta Berlín para trabajar en los estudios Hansa, el mismo lugar donde David Bowie reencontró su curso artístico en la segunda mitad de los 70, huyendo de la paranoia cocainómana de Los Ángeles.
U2 recurre a la simbólica ex capital para sumergirse en esa Europa convaleciente de las últimas heridas de la II Guerra Mundial. A pesar del fervor optimista en las calles, el clima al interior de la banda anuncia borrascas.
“Hubo un poco de abandono”, diría diplomáticamente Adam Clayton, sobre su marginación creativa.
Larry Mullen se encuentra con un panorama desalentador experimentando el terror máximo de un baterista: ha sido reemplazado por una máquina de ritmos. El boceto de Mysterious ways se basa en un patrón donde no ha compuesto absolutamente nada. Cuando comienzan las sesiones, no consigue complementar sus partes con la percusión programada.
“Había un montón de fricción, tensión. Nadie estaba particularmente contento”, rememora Clayton.
Surgieron discusiones entre los cuatro, con Mullen en la posición más intransigente. “Realmente no entendía”, declaró el batero, “qué tenían en mente Bono y The Edge”.
“¿Dónde están las canciones?”, alegó Adam Clayton en medio de una disputa. “Corten la mierda”.
“No fue culpa de Adam, no fue culpa de Larry (...)”, apunta The Edge. “Ellos no estaban convencidos porque nosotros no los convencimos”.
Mientras el muro cae en Berlín, una pared se levanta al interior de U2.
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La inflexión llegó por una puerta lateral. The Edge trabajaba una sección de Sick Puppy (el embrión de Mysterious ways), cuando una seguidilla de acordes derivaron en un dibujo melódico entonado por Bono, seguido instintivamente por el resto. De pronto, en 15 minutos, U2 había sentado las bases de One, uno de sus mayores clásicos.
“Encontramos una identidad espiritual”, reflexiona Adam Clayton. “Era lo que necesitábamos”.
Bono escribió la letra en torno a las dificultades maritales de The Edge, divorciado ese mismo año, los conflictos del grupo, el proceso de reunificación alemán y resquemores con el hippismo.
“¿Has venido aquí para el perdón?
¿Has venido a levantar a los muertos?
¿Has venido aquí para hacer de Jesús
para los leprosos en tu cabeza?
¿Pedí demasiado?
Más de un montón
No me diste nada
Ahora eso es todo lo que tengo
Somos uno
Pero no somos lo mismo”
Hacia la navidad regresaron a Irlanda para retomar las sesiones en marzo de 1991 con la producción de Daniel Lanois y la ingeniería a cargo de Flood. Brian Eno, colaborador habitual, asumió un rol de consultor, atento a poner tijera a cualquier rastro cliché del sonido U2.
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Los lentes de Lou Reed. Los pantalones de Jim Morrison. La chaqueta y el peinado de Elvis 68. “El identikit del rockstar”, según Bono, construyeron el personaje de The Fly, el primer single de Achtung baby, revelado el 21 de octubre de 1991.
La figura era una manera de replicar las acusaciones de personaje desbocado. “Hubo reportes de egomanía”, declaró a Rolling Stone en 1993, “y simplemente decidí convertirme en todo lo que decían que era”.
“Cada artista es un caníbal
Cada poeta es un ladrón
Todos matan la inspiración
Y cantan sobre el dolor”
“Es el sonido de cuatro hombres cortando The Joshua Tree”, describió el líder, para explicar cómo había cambiado la configuración sónica del grupo con bajos gruesos y abombados, una batería de resonancias metálicas, la voz alterada con efectos de connotación lisérgica, y la guitarra más incendiaria de The Edge a la fecha, atacando desde distintas esquinas con diversidad de texturas.
La inventiva del compositor musical de U2 se resume así para Bono. “Mientras todos lo imitan, él es creativo”.
Si la música giraba radicalmente con una carga bailable y erótica que hasta ese momento no cabía en U2 -un impulso impreso en las letras, las voces, la cadencia de la base rítmica y riffs sinuosos-, la estética del grupo tomó el mismo giro. El riguroso blanco y negro granulado de las portadas de The Joshua Tree y Rattle and hum bajo el lente de Anton Corbijn, dio paso a coloridas sesiones fotográficas, incluyendo travestismo y maquillaje para evitar las zonas de confort.
La gira consiguiente Zoo TV, con sus múltiples pantallas emitiendo un bombardeo de imágenes alienantes, representó la aldea global y un presagio del planeta conectado gracias a Internet.
Achtung baby fue la última vez que U2 tocó el cielo. Es el peak creativo de los irlandeses, su momento más genuino y provocador. El mesianismo del ciclo previo mutó hacia el descreimiento y la ironía. Si encarnaban a la banda más grande de la Tierra, era el momento de disfrutarlo.
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