Si hay algo que a Luis Poirot le gusta mucho, además de la fotografía, es la lectura. Confiesa que en su casa ya no le caben más libros. “Están en pilas arriba de muebles, en el suelo. Están por todas partes”, cuenta al teléfono con Culto. “Todas las semanas estoy comprando libros de autores chilenos y ahora último se ha incorporado la literatura chilena. Solo de fotografía tengo cerca de 2.000 libros de autor, no hay universidad o instituto en Chile que tenga esa biblioteca, y a este paso voy con lo mismo con la literatura chilena”.
En sus tiempos de cadete en la Escuela Militar cuenta que por las noches, y apoyado con una linterna, daba rienda suelta a su instinto lector, que dominaba por mucho su personalidad por sobre los ejercicios con el fusil.
Esa afición y el acercamiento a lo literario, Poirot la desarrolló con el reciente libro El paisaje es el rostro, publicado por LOM, donde presenta una serie de retratos hechos a una serie de autoras y autores chilenos. Como un desfile de letras, pasan nombres ya fallecidos, como Enrique Lihn, Nicanor Parra, Pablo Neruda, José Donoso y otros vivos como Nona Fernández, María José Viera Gallo, Alejandra Costamagna o Pablo Simonetti.
El origen del libro, cuenta Poirot, fue durante una entrevista con la argentina Leila Guerriero, quien le consultó por qué fotografiaba más escritores que pintores, cuando aparentemente es algo más cercano a la fotografía. “Nunca lo había pensado. Es verdad, tengo más relaciones personales con escritores que con pintores, ese mundo me es ajeno. Ahí le dije que en la fotografía el paisaje es el rostro”.
La idea le rondó y al revisar sus archivos, se dio cuenta que tenía muchas fotos de escritores, así que decidió realizar un volumen distinto.
“Al volver del exilio, me encontré con un país que no conocía, que no entendía mucho y los libros de los escritores me ayudaban a entender este país”, cuenta Poirot. Así, comenzó a leer, luego, a contactar a libreros y escritores y establecer nexos y relaciones. “Me dieron ganas de encontrarme y conversar con ellos, la mayor parte venían a mi taller. Luego de la conversación, surgía la fotografía”, relata.
Algunos de esos rostros ya han fallecido, ¿qué le pasa cuando ve esas imágenes de autores y autoras que ya partieron?
A veces no es fácil, cuando estoy revisando mi archivo y recorriendo mi archivo, parece un panteón y eso trae recuerdos ¿ah? De vivencias, a veces es un proceso emocionalmente agotador y tengo que parar. Esa es la diferencia con la foto digital, que cuando me meto a hacer impresión química no es un acto de romanticismo como algunos despectivamente dicen. Es un acto de lucidez porque yo trabajo con la memoria, con materiales que duran, y el papel fotográfico dura más de 100 años, en cambio, el soporte digital hay que estar permanentemente cambiándolo porque los sistemas quedan obsoletos, sino, te quedas con archivos que no puedes ver, y desparecen. Algunos no quien que yo los llame, es como si estuvieran flotando de buena gana.
En este libro está la oportunidad de ver imágenes de autores cruciales aunque no tan conocidos masivamente como María Elena Gertner, Maurio Wacquez o Adolfo Couve, ¿lo considera parte de un legado frente “a una sociedad amnésica”?
¡Y son escritores que han sido olvidados y no encuentras sus libros! Lucho Domínguez, por ejemplo, de la generación de Skármeta, fue un gran escritor en los años 70, su obra está perdida y olvidada. Yo espero que este libro incite la curiosidad para buscarlos y ojalá vuelvan a ser publicados.
¿Algún escritor o escritora que a usted le hubiese gustado retratar y no pudo?
A Violeta parra, la más grande de los Parra. He conocido a varios y he fotografiado a varios: a Nicanor, a Roberto, a Ángel, Isabel. Podría haberlo hecho a Violeta, tuve la oportunidad, porque cuando estuve en París becado, en esa época Violeta estaba allá con sus hijos y cantaba. Mi padre era muy amigüete de ella, salían a farrear juntos. Podría haberme acercado, pero me asusté con ella, era muy tímido, pensé que me iba a mandar a la punta del cerro, me va a decir ‘pituco tal por cual, qué te creís’, no me atreví y me arrepiento mucho.
Pero el fotógrafo también está en las vitrinas con el libro Autorretratos: Conversaciones con Luis Poirot, Francisco Mouat, editado por Hueders, que reúne charlas que tuvo con el escritor y periodista. “Él se me acercó, en la FIL de Guadalajara, no recuerdo en qué año, hice una exposición de fotos. Luego, hice una exposición con las fotos de escritores en el Teatro del Lago, él la vio. Quedó interesado, me llamó, me dijo ‘quiero que hagamos una conversación y veamos si podemos hacer algo’. Yo venía de un proyecto grande, una exposición en la Sala Matta del Museo de Bellas Artes, y entregué todo lo que tenía. Terminé eso, yo creía que la fotografía se había terminado para mí y le dije a Pancho que estaba vacío, esperemos”.
Pasaron dos años, y ambos se empezaron a juntar. “En mi casa, en las mañanas, tomábamos, sin cuestionario, nada. Hablábamos hora, hora y media y él grababa. Hubo interrupciones, entre medio murió su padre. Luego vino la pandemia, nos volvimos a reencontrar. De a tropezones fue avanzando. El libro es mérito de él”.
A usted que le gusta tanto leer, ¿nunca pensó en escribir algo en narrativa o en poesía?
No, yo tengo muy claros mis limites y limitaciones, sé que no soy escritor, soy lector. Escribo con modestia como quien escribe una carta a un amigo, mis textos n tienen ninguna pretensión literaria. Es lo que me aconsejó Zurita, esa es tu forma de comunicarte por escrito, un texto corto, no pretendas hacer literatura porque no es lo tuyo, y tenía toda la razón.