Freddie Mercury: su vida contada por él mismo es el elocuente título de uno de los libros más reveladores de la bibliografía rock de las últimas décadas. No sólo porque retrata el trayecto vital y artístico de una figura consular de la música de nuestra era; también porque lo hace bajo un efecto espejo, donde el cantante se mira a sí mismo y narra en primera persona casi la totalidad de los episodios de su existencia, en este caso a través de entrevistas y conversaciones recopiladas durante décadas.
Y cuando le toca hablar desde el yo, el resultado siempre resulta alucinante. “No espero llegar a viejo y, lo que es más importante, realmente no me importa. Desde luego, no tengo ninguna aspiración de vivir hasta los 70 años. Sería muy aburrido. Me habré muerto e ido mucho antes”, es la profética y hasta escalofriante introducción con que arranca el último capítulo del texto, titulado Paseando con el destino, donde precisamente el cantante de Queen traza la radiografía de sus últimos años, desde la adultez de fines de los 80 hasta su muerte en 1991 como consecuencia del Sida.
“Seguiré adelante mientras escriba música y la gente quiera comprarla. Eso es muy importante para mí, pero no es lo único. No seré uno de esos actores histriónicos que siguen y siguen”, advierte más adelante, en una promesa que se hizo efectiva: continuó despachando canciones hasta muy poco antes de su deceso, con el testimonio final de Queen, Innuendo, aparecido apenas nueve meses antes del adiós definitivo.
“Voy a seguir haciendo música hasta que me muera. Si no hiciera esto, no tengo nada más que hacer. No sé cocinar y no se me da muy bien ser un ama de casa. Me parece que llevo haciendo esto tanto tiempo que no sé hacer otra cosa (...) Realmente no sé qué cosas ocurrirán dentro de 20 años. Estaría muy bien si por entonces la gente siguiera comprando nuestros discos”.
Aunque no le preocupaba en demasía, Mercury igual pensaba en el futuro. Se situaba en lo que sucedería con su imagen más allá del plano terrenal. Pero en sus diálogos a modo de diario de vida también se exhibe analizando su propio presente. “Siempre he sido una persona seria, pero aún tengo una naturaleza frívola. Supongo que al tener 39 años te tomas las cosas de manera más calmada. Es algo en lo que pienso de manera instintiva”, subraya en frases lanzadas hacia mediados de los 80.
Después continúa: “No me preocupan las arrugas ni cosas por el estilo. No me levanto por las mañanas y corro hacia el espejo para ver cuántas arrugas tengo. Creo que ésa es la mejor forma de afrontarlo. No me preocupa. Quiero decir que vas a envejecer, y a mostrar un aspecto envejecido, y así son las cosas, no importa cuántas cremas utilices. Pero eso no va conmigo. No hay nada que se pueda hacer al respecto. No me preocupa parecer viejo. Lo que importa es cómo te sientes por dentro. Suena a cliché, lo sé. Y no me importa engordar, de hecho me encantaría ganar un poco más de peso y parecer rechoncho”.
“No estoy mal para tener 39 años”, remata.
Pero, como todo joven crecido en las grandes capitales mundiales en los 80, sabía que su gran enemigo no eran ni los kilos ni los arrugas de más. El Sida ya era una enfermedad instalada en todo el mundo y que estaba haciendo sucumbir a generaciones completas de personas, sobre todo en Europa y Estados Unidos.
Así lo miraba el hombre de We will rock you: “Estoy en perfecta forma y sano, pero naturalmente me preocupo por mi salud. ¿No le ocurre lo mismo a todo el mundo? Rezo para no contraer nunca el Sida. Tengo muchos amigos que lo tienen. Algunos han muerto, otros no vivirán mucho tiempo más. Me aterra pensar que yo pueda ser el siguiente”.
“Inmediatamente después de tener relaciones sexuales pienso: ‘¿Te imaginas que ésta haya sido LA vez?’ ‘¿Te imaginas que ahora tenga el virus adentro del cuerpo?’.
“Solía vivir para el sexo, pero ahora he cambiado. He dejado de salir de marcha, se han acabado las noches de fiestas salvajes. Casi me he convertido, poco a poco, en una monja (...). En otro tiempo era tremendamente promiscuo, pero ahora soy completamente diferente. Creo que el mensaje del sexo seguro es fundamental y crucial”.
En ese sentido, también guardó muchas reflexiones para la muerte, el gran tema de todo ser humano. “Si me muero y quiero que me entierren con todos mis tesoros, como Tutankamón, lo haré”, eran sus palabras para avisar cómo deseaba el instante cúlmine.
Luego, más pensativo, se explayaba: “¿Iré al cielo? No, no quiero ir. el infierno es mucho mejor. ¡Mira a toda la gente interesante que te vas a encontrar allí!”.
También pedía que se le recordaba como un artista con cierta valía y trascendencia, que su legado no quedara remitido al olvido ni a un par de hits sueltos en la radio: en eso, su solicitud se cumplió a cabalidad. Aunque a veces también entraba en contradicciones: “Realmente, no quiero cambiar el mundo. ¿Si mi música superará el paso del tiempo? ¡Me importa una puta mierda! No estaré aquí para preocuparme. Dentro de 20 años... estaré muerto, queridos. ¿Estás loco?”
*El libro Freddie Mercury: su vida contada por él mismo se puede encontrar en librerías chilenas.
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