La publicó originalmente en 2015, a través de la editorial independiente Mardulce, una de las principales casas autogestionadas de la Argentina. Y como venía ocurriendo con sus otros libros, Precoz también dio que hablar. Para esos años, la trasandina Ariana Harwicz ya se había hecho un nombre tanto en la literatura de su país como en la de América latina.
Harwicz llamó la atención con la publicación de su debut, Mátate, amor (2012), que en Chile fue muy leída, y luego con La débil mental (2014), en ambas desarrolló historias donde exploraba la relación entre madres e hijos. Siempre desde una perspectiva algo irónica, ya que retrataba entornos y relaciones familiares ahí donde lo convencional no llega. Donde la norma es la incomodidad y lo violento. Por eso, Precoz fue el cierre de una trilogía.
“Precoz viene a culminar esa especie de estallido, de clímax -señala Harwicz a Culto vía Zoom-. Creo que termina una trilogía un poco falsa junto a Mátate, amor y La débil mental. Muchos dicen que es un largo poema lúgubre, no lo es, es una novela, pero tiene forma de poema largo, sin cortes, no hay capítulos. Es la más radical de las tres”.
Hoy, Precoz vuelve a estar disponible en nuestro país mediante una edición de Editorial Cuneta. En un torrente sin pausas, relata la historia de una relación obsesiva de una madre y su hijo adolescente. Ambos viven en un entorno marginal, roban en supermercados, arriban a las comisarías sin su voluntad, y tienen una relación más horizontal que vertical, con poca disciplina, y al borde de lo incestuoso.
¿Cómo arribó Harwicz a esa idea? Cuenta que el sentido de la vista tuvo mucho que ver. “En el caso de Precoz, como en el de las otras novelas también, hubo disparadores en la observación de los animales, yo en ese momento vivía en el campo. De hecho, la primera frase de la novela es: ‘Me despierto con la boca abierta como el pato cuando le sacan el hígado para el foie gras’. Esa imagen de la tortura a los patos yo la veía, eso da cuenta del terror. Porque Precoz también es una novela sobre el terror”.
¿Cuál era tu contexto mientras escribías la novela?
Es extraño porque van a considerar que estoy loca, pero hay algo de otra realidad, de otra dimensión en la escritura, es innegable. Ninguna de mis novelas está escrita en un contexto “civilizado”: en un taller, en una clínica de escritura, en una beca. Descreo de ese marco tan oficial. Más bien creo lo contrario, que para escribir es necesario irse a los bordes, estar en un estado casi marginal, casi criminal en el sentido del deseo. Precoz fue escrita en un lugar marginal de la zona de Europa del este, con gente que vive de manera clandestina. Recuerdo que fue una escritura casi antisocial, no hablaba con mucha gente, no tenía mucha vida social.
De hecho, esa marginalidad está muy presente en la novela.
Claro. Es confuso, por eso la lectura que se hace hoy día es un límite muy difícil de discernir. Se trata de asociar al autor, al personaje, al narrador, al escritor, como si todo fuera una misma ecuación. Para mí, hay que vivir la novela para poder escribirla, es un pasaje forzoso como antes el servicio militar obligatorio. Como antes los escritores tenían que pasar por la traducción para llegar a conquistar el estilo. Pero no es una novela autobiográfica, vivir la novela no quiere decir que todo lo que sale yo lo haya hecho. No quiere decir que yo haya robado en supermercados, pero sí hay que pasar por un estado similar a la novela.
¿Por qué te atrajo la idea de esta relación obsesiva entre una madre y su hijo?
Ahí te metés en el corazón mismo de toda mi escritura: esa relación tortuosa, extrema, radical, terrorista entre las filiaciones, lo que pasa en una familia. Me atrae todo, ¿no? Me atrae su aspecto teatral, que una madre y un hijo podrían ser vistos, a la vez, de lejos como una pareja, depende de la edad del niño, pero a diferencia de las novelas anteriores, en Precoz ya es un niño crecido. Acá está en el borde entre la niñez, la pubertad, la adolescencia y la adultez. Es como un soldado joven que se lo manda a la guerra con 18 años. Es una relación explosiva.
¿Cuánto influyó el feminismo en la escritura de esta historia?
Espero que nada, ningún “ismo”. Uno no puede desligarse de la conciencia política cuando se escribe, es imposible decir “escribí esta novela apolíticamente”. Sabemos que no hay declaración más política que decir “no tengo ideología, ni derecha ni izquierda, ni revolucionaria ni anarquista, ni pro golpe de Estado ni anti golpe”. Es imposible. Cada palabra que eliges es una elección política. Dicho esto, es política no tratar de escribir desde los movimientos políticos y sociales, tratar de no encolumnarse en una ideología. Yo por lo menos trato eso, de no militar en la escritura, porque sería como refugiarme, ¿no? estaría amparada en un movimiento que me protege y la escritura es ir a la desprotección, es ir a un lugar donde te pueden matar, o podés matar también.
Esta relación ambigua y fronteriza entre madre e hijo no solo está alejada de los cánones tradicionales, también se enmarca en un contexto de marginalidad. ¿Pensaste esta historia como una forma de poner en duda los estándares sociales?
Estuve hace un tiempo, en 2018, en Santiago de Chile, estuve en la Universidad Católica, en la radio, y hablábamos de esto. No es que uno escribe para transgredir patrones, o convenciones, o moralinas. El enemigo número uno de la escritura es la moral, pero a pesar de eso, mis personajes tienen la idea de oponerse al mundo. Son como obstinados, les gusta mucho la disidencia, de ahí que siempre están cuestionándolo todo con sus acciones: la ley de la familia, la ley patriarcal, la ley de la nación. Todos mis personajes están en la frontera con el crimen, ¿no? Por eso son perseguidos por la justicia, tienen atrás la sirena de la policía.
Un nuevo paisaje literario
En la literatura latinoamericana y en la de tu país se ha visto un auge importante de autoras, como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, María Gainza, Selva Almada, y sumado a otras latinoamericanas, como Fernanda Melchor, Pilar Quintana o Fernanda Trías. ¿Qué piensas de este auge?
Mi primera novela salió en 2012, y es interesante que en menos de una década, por lo menos lo que yo observo del campo literario y cultural, se ha dado un giro. Ya se venía hablando de una escritura feminista, el boom de las escritoras latinoamericanas, como publicó El País. Eso se dio a partir de los movimientos #Niunamenos y el #MeToo. Me parece atractivo el hecho que ahora tenemos más responsabilidad, eso me gusta. Porque en otra época hubiésemos estado invisibles. Me siento agradecida de haber entrado en una época donde tengo más responsabilidad. Eso es interesante para alguien que escribe, el ¿qué vas a escribir?, ¿con qué ética? A la vez, todas las autoras son muy diversas entonces -como muchas- me niego a ser catalogada en un solo modo, como un género único. Ser mujer ya te convierte en un género único. Está terror, ciencia ficción, fantasía, novela histórica y mujer. No. Me opongo a eso, ser mujer no debería condicionar nada. A los hombres no se los agrupa.
Actualmente hay más espacios para las mujeres en la literatura, no solo como autoras, también ocupando puestos en la industria y la cadena del libro.
Habría que seguir pensando el hecho, en una década lo vi cambiar en Latinoamérica. Concretamente, en Argentina, en Buenos Aires, por lo menos en la cultura hay más editoras, más correctoras, más traductoras. Muchas editoras y editores ponen como condición sine qua non recibir manuscritos de autoras y no de hombres. Eso se sabe, es como una ley tácita que entre dos manuscritos que son muy buenos hay una preferencia a la que sea mujer. En ese marco, me doy cuenta que a veces es legítimo el interés por la escritura hecha por mujeres, pero muchas veces es puro cinismo, puro marketing, puro mercado, el deseo de vender. Veo a muchos editores -no es que me lo cuenten-, que no les importa nada si es mujer, se suben a la ola para imprimir más libros, vender más. Me pregunto qué va a pasar si algún día esto cambia, qué harán esos editores que tanto les interesaban las mujeres. Muchos editores desprecian la escritura que están publicando, y a escondidas la critican. Solo se aprovechan de un contexto político. Me parece importante defender la escritura, no dejarse usar porque sos mujer, porque es una contingencia.
Tu último libro publicado, en 2020, fue el ensayo Desertar ¿Qué viene en adelante?
Ojalá llegue Desertar a Chile. Ahora estoy en la ciudad, para mí escribir no es sentarse a escribir, las novelas hay que vivirlas en un paisaje. Cuando encuentre cómo, voy a escribir una novela sobre la violencia, y la demolición de una pareja, quizás eso ya está preanunciado en mis novelas anteriores, pero muy ligado a la bomba atómica que es la maternidad, ahora dentro de la relojería de una pareja, tratando de darle voces a los dos. Veremos qué sucede.