El recién estrenado documental Get Back (Disney+) ha conseguido en sólo ocho horas lo que no lograron cientos de libros, biografías o investigaciones despachadas en el último medio siglo: ampliar de forma notable y holgada los pliegues de la historia de The Beatles. Equilibrar prejuicios, iluminar rincones, revelar matices.
Dentro del embriagador análisis que golpea a cuaquiera tras el fin de la cinta de Peter Jackson -una resaca colmada de sensaciones, imágenes, conclusiones, personajes-, aparece nítido el punto aparte que representa George Harrison.
Más que el Beatle espiritual, derechamente emerge como el Beatle más frontal y directo de los cuatro, terrenal y sin ninguna clase de abstracciones místicas al minuto de retratar a la banda como compañeros atorados en un nudo difícil de resolver, encaminados hace rato a una versión fingida y poco espontánea de sí mismos, obstinados en proyectos comerciales y en aventuras ambiciosas.
“Si fuéramos auténticos, no sería lo que somos ahora”, determina al recordar el viaje a India que sucede en 1968, un año antes de las imágenes de Get back, cuando les advierte al resto que partieron hasta Asia para entender quiénes realmente eran.
“Ese es el único álbum, hasta ahora, donde yo he tratado de estar involucrado”, confiesa un poco antes, en alusión al Álbum Blanco, donde viene una de sus contribuciones mayúsculas a la discografía del grupo (While my guitar geently weeps), desdeñando su huella y su entusiasmo en el resto de los discos. Ya lo apuntaba sin titubeos el ingeniero de sonido Geoff Emerick en su libro El sonido de los Beatles: al menos en lo que vio él a partir de Revolver (1966), George nunca mostró un empeño al nivel de lo exigido por la faena de la agrupación.
“Probablemente deberíamos divorciarnos”, es otra frase que lanza en Get back, sin ningún pánico a que su banda empezara de una vez a ser historia. Ya en solitario, usó sus propias composiciones para seguir arrojando dardos sobre esa vida que no quería, como en la letra de Wah-Wah: “Me has convertido en una gran estrella por estar allí en el momento justo/ Pero ya no necesito ningún wah-wah/ y sé lo dulce que puede ser la vida si logro apartarme”.
Es cierto que gran parte de esa actitud se puede entender como un sistema de defensa a otros dos compositores que siempre lo miraron con distancia y desdén, incluso cuando ya sobre el final sus canciones estaban a la altura de lo mejor en la historia del cuarteto. Ante ello, George respondió con decisiones concretas, las que por lejos más pusieron en jaque a los Beatles en la segunda mitad de los 60.
No sólo se largó de un momento a otro durante las propias sesiones de Get back, dándose un período de reflexión de seis días para regresar; fue también el primer Beatle en editar un disco en solitario cuando la agrupación aún funcionaba.
En 1968 editó su debut Wonderwall music, la banda sonora instrumental de una película centrada en la India y donde no solamente abordaba los sonidos de esa nación, sino que también exploraba la psicodelia, las sensibilidades cercanas al new age, el spiritual jazz y un rock de guitarras que parece cogido de los últimos ensayos que alguna vez ofreció Syd Barrett.
No hay melodías radiales, no hay hits, no hay armonías amables, sino que el manifiesto envolvente de un Beatle por pulverizar esa canción pop que él mismo ayudó en los Fab Four a llevar hasta su escalón más alto. Deconstrucción pura y dura.
Lo mismo corre para su siguiente título, Electronic sound (1969), donde acentúa la vanguardia al usar el sintetizador Moog en piezas de ánimo futurista y coraza tecnologizada. Sin pensarlo, el llamado Beatle silencioso -vaya cliché, estamos claros- ayudaba a crear el ruido electrónico que coparía el cancionero masivo en las décadas posteriores.
“Cuando escuché este disco por primera vez y vi que era de George Harrison, no lo podía creer. Me volvió loco”, escribió Tom Rowlands, del esencial dúo electrónico The Chemical Brothers, en la reedición 2014 del título.
A ello se suma su salto artístico más elevado, All things must pass (1970), el primer trabajo triple de la historia del rock, y para muchos, la gran obra maestra de un Beatle caminando a solas.
¿El Beatle social?
En alrededor de dos años, Harrison hizo más por los nuevos lenguajes de la música popular y por afianzar una personalidad creativa más arriesgada que quizás John Lennon en parte importante de su carrera solista, pese a que siempre ha sido etiquetado como el Beatle con mayor apetito por las tendencias rupturistas y agitadoras.
Un detalle: justo cuando hacia fines de los 60 George exploraba variantes escasamente transitadas por cualquier estrella pop de envergadura, John se reclinaba hacia el rock and roll más tradicional al formar su proyecto iniciático Plastic Ono Band, reviviendo un sonido guitarrero áspero y elemental que le sirvió para profesar su amor por los clásicos de los años 50.
Algo similar se aplica en lo político. Harrison fue quizás el único de los cuatro cuya acción social tuvo resultados provechosos y concretos, más allá de panfletos pacifistas para la posteridad. En 1971, Bangladesh, conocida por ese entonces como Pakistán Oriental, se desangraba en una crisis humanitaria de proporciones provocada por la represión por parte de Pakistán Occidental, además de enfrentar una serie de ensañamientos climáticos.
Tras un largo enfrentamiento que involucró miles de muertos y refugiados, los bengalíes lograban al fin la independencia, mientras el músico creaba conciencia a través del tema Bangla desh: si bien se puede entender como un acto lejano de una estrella millonaria escribiendo canciones mientras miraba las noticias desde la comodidad de su casa, muchos intelectuales y artistas bengalíes a lo largo de las décadas le agradecieron a Harrison. Finalmente, era un Beatle, en ese entonces las celebridades más grandes sobre la Tierra, generando eco sobre un conflicto que parecía demasiado apartado y engorroso para Occidente.
“Tú ayudaste un poco a crear otro país”, es la frase que a veces recibía el cantante.
El hito más recordado de esa relación fueron los dos conciertos benéficos que ofreció en agosto de 1971 para Bangladesh en el Madison Square Garden, con un elenco estelar que fue de Bob Dylan a Ravi Shankar, aunque con dineros que tardaron décadas en llegar a los afectados. Pese a todo, el Beatle menos silencioso había logrado crear el canon del show de contornos solidarios que se replica hasta hoy, con el propósito de amplificar las necesidades de una comunidad más que solucionar una herida abierta desde las esferas de poder.
Una vez más, George Harrison demostraba que habitaba este mundo. Alzando la voz cuando correspondía, lejos de la imagen del Beatle hermético perpetuada por el lugar común.
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