Parece una secuencia de otra era. En rigor, lo es: el Paseo Ahumada como epicentro de la vida capitalina, las micros amarillas merodeando las cercanías, una tienda como Feria del Disco aún vendiendo cedés en proporciones generosas y Los Prisioneros felices de estar juntos, con su formación original abrazados para las fotos de la prensa y los aplausos de los fans.
Todo eso y más sucedió la mañana del 9 de octubre de 2001, cuando Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia llegaron al emblemático y desaparecido local de Ahumada con Huérfanos para anunciar públicamente lo que ya era un secreto a voces, motivo de conjetura y rumor hace rato en todos los medios: la reunión de Los Prisioneros luego de doce años. El hito estaba a la vuelta de la esquina, con un show en el Estadio Nacional que anunciaron en ese mismo momento, agendado para el 1 de diciembre de ese año, aunque la locura por la venta de entradas los haría posteriormente sumar una nueva fecha para un día antes, el 30 de noviembre.
Pero la histeria y el fervor habían comenzado en ese nuevo cara a cara en la Feria del Disco. De hecho, ahí los músicos se dieron cuenta de que su popularidad estaba intacta y que de seguro sus presentaciones en el coliseo de Ñuñoa serían un éxito bestial. Tanto esa aparición entre el asfalto santiaguino -como un posterior paso por el programa De pe a pe en TVN-, fueron los escasos momentos promocionales que tuvieron para hablar de sus nuevos pasos.
En el caso de ese 9 de octubre, la idea era dar una conferencia de prensa y después saludar a los fans apiñados en el recinto.
Apenas llegaron la ovación fue inmediata, con la hinchada Prisionera coreando el himno mayor, El baile de los que sobran. “¡Qué canten!, ¡qué canten!, ¿qué canten!”, “¡grande Claudio!”, “¡grande Miguel!”, también se escuchaba en medio de la multitud que copó todos casi toda esa zona del paseo peatonal: cerca de 500 personas que habían arribado alrededor de las cuatro de la mañana.
El propósito no sólo era ver de cerca a sus héroes, sino que también adquirir una de las primeras entradas para el recital, comercializadas desde ese preciso y con precios de $ 6 mil (galería) y $ 8 mil (tribuna).
Limar asperezas
En tanto, dentro del recinto, los tres artistas aparecían sonrientes, amistosos, animados, mientras eran asediados por micrófonos y flashes, casi como una pequeña réplica a escala local de The Beatles tumbando Estados Unidos en su llegada de 1964. Beatlemanía y Prisionerosmanía comparten una raíz similar.
“Estamos ensayando todos los temas”, advirtió González cuando -entre el caos de una prensa que debió acreditarse para estar ahí- le preguntaron si precisamente iban a tocar todos los hits del grupo. El cantante siguió profundizando: “Vamos a tocar por lo menos 30 o 35 temas y queremos que suenen tal como suenan en los discos”.
Eso sí, gran parte del foco no estaba puesto en lo artístico o lo creativo. Una parte importante de los periodistas quería saber si ya habían olvidado las complejas fricciones privadas que los habían distanciado en el pasado y si esta reunión iba más allá de lo meramente económico. “Con una lima y una escofina, limamos todas nuestras asperezas”, aseguró irónico González; después, sólo un poco más serio, continuó: “Sería genial que ganáramos dinero con este regreso. Pero no es por eso que nos juntamos. Además, nunca ha pasado nada con nuestras carreras solistas”.
“Si esto hubiera sido algo solamente económico, un grupo musical como nosotros no se hubiera separado nunca, para empezar. Además, los grupos argentinos que venían a Chile conseguían toda la promoción y todos los auspiciadores. En realidad, nosotros nunca fuimos esa clase de grupo, por lo que si ahora conseguimos alguna ganancia, estaría bueno”.
Narea, por su lado, entregó otra mirada: “Es aburrido tocar solos y la gente siempre nos ha considerado como Los Prisioneros a pesar de habernos separado. Nunca nos ha observado de manera distinta. Hemos tenido diferencias en algún momento. El año 96 estuvimos todo ese año limando nuestras asperezas y tocamos juntos”.
Tapia también sumó lo suyo: “Estamos juntos de nuevo porque nos parece que es entretenido, y porque sentimos que era el momento. Hay muy buen ánimo y es emocionante ver a la gente”. El baterista también tuvo palabras de gratitud para el gran responsable de la resurrección, el histórico mánager Carlos Fonseca, quien en la conferencia los secundó a cada momento y se convirtió en el hombre clave de la operación.
“Carlos es el cuarto Prisionero. Tal vez ninguno de los tres estaría aquí en este momento si no fuera por su esfuerzo”, reforzó Tapia.
Entre muchísimos otros detalles, el representante resevó meses antes el Estadio Nacional, pero a nombre de Inti-Illimani, la otra banda que manejaba, para despistar cualquier sospecha en torno al regreso de sus crías más célebres.
Las mismas que, terminada su cita con la prensa, se volvieron a tomar varias fotos y firmaron discos y afiches. Después salieron a saludar al medio millar de seguidores que gritaba fervoroso al ver al fin a sus ídolos de niñez o juventud de nuevo abrazados en paz. Una serie de imágenes que hasta hoy son pura miel para cualquier seguidor de los sanmiguelinos. Para la amargura, lógicamente están los otros capítulos.
“Nunca quisimos ser Los Beatles, ni los Clash. Sólo quisimos ser Los Prisioneros, y lo conseguimos”, fue una de las frases con que Jorge González cerró el diálogo, estableciendo el lugar en la historia del grupo que ayudó a formar y que lo catapultó como leyenda.
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