La carrera artística de Kenny G partió con un vuelo insospechado y en un escenario deseado para cualquier músico de la época. En 1973 pasó a formar parte de The Love Unlimited Orchestra y, con apenas 17 años logró cierta notoriedad de la mano de aquel grupo selecto de instrumentistas liderados por el mítico Barry White y que fue furor en el período de la onda disco.
“En los 70 él era probablemente el artista masculino más grande del mundo, al menos en el R&B (rhythm and blues), toqué con él y la gente me ovacionó de pie al oírme. A partir de ese momento sentí un ‘Wow, debo ser lo suficientemente bueno para ser un músico profesional’”, rememora el saxofonista en una entrevista con Culto vía Zoom.
A más de cuatro décadas de aquel hecho, hoy goza de un carrera consagrada y es parte de aquella privilegiada lista de artistas con más de 75 millones de discos vendidos. Eso sí, también posee otra particularidad más allá de las cifras: su música no solo despierta admiración, sino que también odio, burlas, ironías, gestos de hastío y críticas ácidas. Un péndulo del que nunca se ha podido despegar.
Por años tildado como un artista meramente comercial por los más puristas del jazz, hoy aquella carrera construida en base a vítores y detractores es plasmada en Listening to Kenny G, un nuevo documental que ya está disponible en catálogo de HBO Max y que explora aquel tira y afloja del gusto.
“Cuando me reuní con la directora y me dijo su idea sobre cómo conectar a la gente que tal vez no ame demasiado mi música junto a lo que yo pienso de eso creí que era un buen concepto, me sentí halagado y fue muy fácil decir que sí”, asegura Kenny G al otro lado de una videollamada. De trato cordial y sonrisa fácil, el compositor, de 65 años, pareciera gozar cada segundo de la promoción de la pieza que se interna en el lado más íntimo de su proceso creativo y que lo retrata desde sus primeros pasos en la ciudad de Seattle.
“A mi edad y con mi carrera, debería decir que sí a las cosas que me exponen ante la gente, ya no es como en los viejos tiempos donde teníamos la radio, la televisión y los conciertos. Hoy esas cosas no son como solían ser y ahora son las redes sociales las que predominan. Así que cada vez que se me presenta una oportunidad como esta, es algo bueno”, aclara el autor de Songbird.
Se trata de un documental que reúne a críticos musicales, ejecutivos discográficos, conductores de radio y fanáticos acérrimos para hablar de la vilipendiada figura que sonó con mayor frecuencia en los 80 y 90, y que hoy sigue llenando teatros y haciendo giras de alta convocatoria alrededor del globo.
Ahora, a cargo de orquestar la propuesta está Penny Lane, aclamada documentalista que se ha hecho de un nombre en la industria con producciones como Our Nixon (2013), Nuts! (2016) y Hail Satan (2019). Y si previamente con esas investigaciones había explorado vertientes tan diversas como la política o los grupos religiosos en Estados Unidos, este se trata de su primer trabajo de corte musical, motivado por aquella eterna contradicción surgida de los sonidos de G.
“Nunca pensé en él como algo que no fuera una especie de producto corporativo, que probablemente había sido creado para ser el músico de ascensor perfecto”, elabora Lane vía Zoom, no muy distanciada en primera instancia de las opiniones menos favorables sobre el saxofonista. Naturalmente, construir la radiografía del músico fue cambiando aquella percepción.
¿Se trata de una reivindicación de G? “Algunas personas lo reciben de esa manera, pero yo no lo pienso así. No estaba tratando de reivindicarlo o de convencer a cualquiera de que necesita sentir algo diferente a lo que ya sienten sobre su música. No es una discusión para amar la música de Kenny G, a mí no me gusta. Creo que lo que estaba diciendo es que deberíamos examinar nuestros sesgos menos examinados, esos sesgos sociales, sobre cómo pensamos de las personas a las que le gusta un arte que nosotros odiamos y tratar de evitar eso. En palabras simples, no ser un estúpido”, dice la realizadora.
Luego sigue: “Es posible que no te guste, pero no se trata de condenar a otros y catalogarlos como inferiores a ti porque piensas que sus gustos son peores. Este mundo tiene estas especies de elites culturales que dicen qué es bueno, qué es malo y que creen que tienen el derecho de hacer eso. Pero creo que es súper importante recordar que estás hablando de seres humanos y de alguna forma el arte es muy importante para sus almas”, agrega sobre las intenciones del filme que debutó este año en el Festival Internacional de Cine de Toronto y que se ha llenado de elogios en los sitios especializados.
Es así como la cinta permite que el ganador del Grammy se explaye por los pasajes de una carrera de larga data y que a estas alturas parece ser indiferente a los comentarios más duros surgidos de la boca de los especialistas y haters. De hecho, hoy no le entran balas ante el debut inminente de su primer álbum de estudio en seis años, New standards (disponible el 3 de diciembre).
“Siempre he pensado que todo el mundo debería poder ser él mismo, creo que tienes todo el derecho a decir lo que quieras. Si quieres decir algo malo y desagradable, puedes hacerlo, pero eso no significa que yo tenga que sentarme a escucharlo o tomarlo a pecho”, señala el músico en referencia a las críticas.
“Como dije en el documental, si alguien tiene una opinión, no voy a cambiarla, es realmente difícil hacerlo. He descubierto que alguien puede decir algo y yo puedo mostrarle los hechos, los números, los respaldos, y aún así no les importa, siguen teniendo su opinión, así que mientras sepa que estoy haciendo lo mejor que puedo y me sienta bien con mi habilidad y mi talento, entonces estoy bien con ello. No tenemos que matar a la policía del jazz”, cierra G.