Durante la segunda mitad de los años 90, Stellan Skarsgård era protagonista de un vibrante ascenso en Hollywood. Tras liderar junto a Emily Watson el drama Contra viento y marea (1996), de Lars von Trier, el intérprete fue fichado para participar en las nuevas películas de Gus Van Sant, Steven Spielberg y John Frankenheimer, al tiempo que persistió en su prolífico trabajo en Europa.
Su hijo mayor, Alexander, era testigo privilegiado de ese escenario de auge en la industria. En esa misma época el primogénito de la familia –a la que también pertenecen Gustaf, Bill y Valter, todos actores– ya había salido del colegio y se encontraba estudiando inglés en Leeds, Inglaterra, cuando la figura de su padre fue crucial al momento de decidir qué hacer con su vida.
“Fue como: ‘a la mierda, papá es actor, está muy feliz haciéndolo, tal vez debería intentarlo’. Sentí que si no probaba en ese momento existía el riesgo de en 30 o 40 años más mirara atrás y pensara: ‘¿por qué no lo hice? ¡Qué idiota!’”, expresó a The Guardian en 2018.
A la inversa de Stellan, Alexander encontró su primer papel de relevancia en una comedia, Zoolander (2001), donde interpretó al modelo y compañero de casa de Derek. A la luz de cómo se desencadenaron los acontecimientos, ese rol junto a Bill Stiller hoy parece más anecdótico que un hito que definió el curso de su trayectoria, la consolidación de un conjunto de personajes en televisión y cine marcados por habitar el mundo de las sombras.
Pasaron algunos años hasta que obtuvo un papel central en un proyecto grande: la miniserie de HBO Generation kill, ambientada en la guerra de Irak durante 2003 y creada por David David Simon, Ed Burns y Evan Wright. Una producción a la que se sumó mediante casting y una pizca de suerte.
De hecho, si la carrera del más veterano de los Skarsgård hijos llegó lejos fue en gran parte gracias a la insistencia de Susanna White, directora de cuatro de los siete episodios de la miniserie. La realizadora británica batalló para que se quedara con el rol del sargento Brad Colbert, a pesar de la preocupación de Simon respecto al acento del intérprete sueco. “Ella vio algo en Skarsgård que fue esencial para el trabajo de la serie”, admitió Simon años después, feliz con haber perdido la discusión.
En la piel de Colbert, el oriundo de Estocolmo demostró pasta de actor grande. Así también lo concluyó el equipo de True blood (2008-2014), que le dio el papel del vampiro Eric Northman, todo un ícono de la televisión de fines de los 2000 y comienzos de la década siguiente.
Como todo nombre cotizado de una serie que alcanza estatus de fenómeno, Skarsgård quiso trasladar su arrastre como chupasangre a la gran pantalla y firmó contrato en cintas de presupuestos millonarios. Pese a provenir de fuentes populares, tanto Battleship: Batalla naval (2012) como El dador de recuerdos (2014) naufragaron en taquilla y ante los críticos. Tampoco fue un éxito su aparición como Tarzán en el filme de 2016 en que compartió pantalla con Samuel L. Jackson, Margot Robbie y Christoph Waltz.
Recién en 2017 agregó un proyecto que seguramente seguirá siendo recordado con el paso del tiempo. De vuelta en HBO, el intérprete le dio vida a Perry, el abusivo esposo de Nicole Kidman en Big little lies, la miniserie (luego convertida en serie) sobre un grupo de amigas de Monterey, California. Ampliamente elogiados, su papel y el de la estrella australiana funcionaron como una ventana a la devastadora complejidad de la violencia doméstica, y en reconocimiento a su trabajo, ambos triunfaron en la ceremonia del Sindicato de Actores y en los Globos de Oro.
Desde entonces el actor sueco volvió a la comedia (Ni en tus sueños), hizo una superproducción (Godzilla vs. Kong) y filmó una alabada película de Netflix que podría tener presencia en la temporada de premios (Claroscuro). También, en plena pandemia, terminó de rodar The Northman, la ambiciosa cinta del director Robert Eggers (La bruja) en la que se reencuentra con Kidman y que se lanzará en 2022.
Y, como le ocurre cada cierto tiempo, retornó a HBO. Durante las últimas dos semanas Skarsgård se ha erigido como uno de los puntos ineludibles de la tercera temporada de Succession, una serie que funciona como reloj suizo con su elenco estable pero que ocasionalmente también deja brillar a algunas de sus estrellas invitadas.
En la historia encarna a Lukas Matsson, el dueño de una empresa que quiere ser comprada por Waystar Royco, la compañía de la familia Roy. A la caza de él van Roman (Kieran Culkin) y Shiv (Sarah Snook), pero se encuentran con la antítesis del hombre de negocios tradicional. El primero cree que logra descifrarlo y que consiguió el acuerdo que su papá deseaba, pero el octavo episodio (desde ayer en HBO Max) sugiere que todo puede terminar en un estruendoso fracaso.
Dentro de un elenco plagado de personajes de antología, con pocos segundos en pantalla Skarsgård se las ha arreglado para construir un rol que merece más desarrollo. Todo dependerá de lo que dicte la ficción, ya confirmada para un cuarto ciclo.
Mientras, el actor promete seguir dibujando una trayectoria bajo sus propias reglas. “No se trata de querer demostrar que soy versátil”, ha dicho. “Se trata simplemente de sentir la emoción de no saber quién es el personaje, y de descubrirlo y encontrarlo”.