¿El último grupo que importa?
Si Coldplay será considerada o no una banda fundamental en la historia de la música popular es una duda que tendrán que resolver los musicólogos del futuro. Y aunque el grupo formado en Londres en 1996 es capaz de arrastrar tantos fanáticos como detractores, con un olfato comercial que para algunos es sinónimo de habilidad artística y para otros, resultado de su excesivo apego a las fórmulas, lo concreto es que el quinteto consiguió ocupar en los últimos años el casillero aquel de “la última banda que importa” en cuanto a masividad y números.
Gustos personales aparte, no cabe duda que el conjunto que lidera Chris Martin es la versión siglo XXI de lo que alguna vez fueron Depeche Mode o incluso U2. Agrupaciones de música pop rock pensadas para las masas que en su momento de apogeo transformaron cada uno de sus nuevos lanzamientos discográficos en un acontecimiento planetario, y cada nueva gira mundial en una suerte de fiesta imperdible para el público de diversas latitudes.
En el caso de Coldplay, esto ocurre en un momento en que el mainstream musical ha dejado de lado las bandas para entregarse a las y los solistas. De Adele a Ed Sheeran, de Bad Bunny a Dua Lipa, basta revisar las listas de éxito de cada plataforma para notar que los cantantes han logrado capturar el zeitgeist del nuevo siglo de manera más efectiva y prolongada que los proyectos colectivos que dominaron el relato de la música popular de antaño.
Lo anterior también se refleja en un mercado pequeño -pero no por eso menos atractivo comercialmente- como el chileno, donde Coldplay lleva al menos dos décadas de presencia permanente en radios y listas de éxito de plataformas de streaming. Un fenómeno sostenido en el tiempo que los transforma en el gran grupo anglo de arrastre masivo de estos tiempos y en el más exitoso del siglo XXI, incluso por sobre las boybands o conjuntos de pop asiático del momento.
Y con otro factor: hoy son una agrupación casi de gusto familiar, llegando tanto a niños, quinceañeros y jóvenes, como a adultos. Su fanaticada se ha ampliado y el rango de edad ha ido bajando cada vez más, señal inequívoca de astucia y olfato para llegar a audiencias que recién se acercan a la música.
Un fenómeno de estadios
De tres recitales en Espacio Riesco en 2007 a un Estadio Nacional lleno en 2016. El salto de popularidad global de Coldplay en esa década que transcurrió entre X&Y (2005) y A head full of dreams (2015) se reflejó también en su aterrizaje en el principal epicentro de los grandes eventos chilenos hace cinco años. Ahora, con un recital ya agotado para el próximo 23 de septiembre en su regreso al estadio de Ñuñoa, esta vez con la gira promocional Music of the spheres (2021), el quinteto anuncia una segunda presentación para el día siguiente, transformándose en el mayor fenómeno hasta ahora de la abultada cartelera de megaeventos locales de 2022.
Ese ascenso no es algo exclusivo de Chile, por cierto -en Buenos Aires ya van por una quinta fecha en el Estadio Monumental de River Plate con el mismo tour-, ni tampoco algo casual, sino más bien fruto de un elaborado proceso de construcción en el que Chris Martin y compañía para convertirse en animales de estadios y domadores de masas.
“Lograron desarrollar espectáculos de estadio que buscan y consiguen una absoluta comunión con la audiencia. Lo vimos en su último paso por el Estadio Nacional. Aunque no sean de tu agrado no puedes soslayar la potencia y efectividad de su número”, comenta Marcelo Contreras, crítico de música de La Tercera, sobre la capacidad en directo de los londinenses, quienes con ese mismo tour internacional, A head full of dreams, lograron meter la quinta gira más exitosa en cuanto a recaudación en la historia de la música, superando los números de otros shows de los Rolling Stones, U2, Madonna y Roger Waters.
Ese espectáculo de 2016 en Ñuñoa fue una buena muestra de la eficaz propuesta en vivo del grupo, con pulseras de luces de colores confeccionadas astutamente por el conjunto y distribuidas por la producción a cada asistente; una entrega y despliegue por parte de los músicos repartidos en diversas pasarelas y cerca del público, además de una lluvia de confeti amigable con el medio ambiente, fuegos artificiales y canciones hit de este siglo que transforman la velada en la fiesta que nadie quiere perderse.
Te puede gustar su música o no, su show te puede parecer fascinante, excesivo o derechamente algo cursi, pero los británicos consiguen transformar su paso por cada ciudad en algo imperdible y en una especie de ritual colectivo ideal para la selfie y publicación en redes sociales.
Eternamente jóvenes
Si al momento de su despegue con Yellow (2000), justo para el cambio de siglo, lo de Coldplay parecía ser una versión ligeramente distinta de las baladas profundas y sensibles de Travis, rápidamente el grupo dejó en claro que su propuesta no iba por el bajo perfil y la simple introspección sino más bien por los himnos generacionales. Y claro, por la habilidad para reinventarse y mutar una y otra vez con tal de lograr ese objetivo.
Si el exitoso debut con Parachutes podía sugerir una música algo tímida y melosa, A rush of blood to the head demostró de inmediato que Coldplay estaba listo para comerse el mundo, cargados con épica, electricidad y coros infalibles.
“Con Radiohead abrazando paisajes sonoros electrónicos y más cerebrales, y Oasis explorando la experimentación psicodélica, el público estaba hambriento de un grupo de rock de rostro fresco con grandes aspiraciones y un sonido aún más grande”, dice el sitio Allmusic sobre esos años de despegue del quinteto.
“Lucen eternamente jóvenes, y en el mundo del pop ese es un activo de alta valoración”, complementa Marcelo Contreras sobre el talento camaleónico y acomodaticio de los londinenses, que desde entonces han transitado con éxito por diversas veredes musicales, acercándose en ocasiones a U2, Kraftwerk, Arcade Fire, el rock progresivo y también la EDM, aquella música electrónica festiva y bailable con la que transforman sus espectáculos en vivo en una suerte de rave, como quedó demostrado en su colorido último paso por Santiago.
Sus colaboraciones con Rihanna, Jay-Z y, más recientemente, con The Chainsmokers y el grupo de pop coreano BTS han reforzado esta habilidad del grupo para renovar su audiencia y vencer el tiempo y las modas.
Viva la vida (y los fans)
Cerca de 18 mil personas vieron a Coldplay en su primera visita a Chile, repartida en tres shows en Espacio Riesco. Por esos días los británicos ya tenían tres discos y se habían consolidado como una banda importante, pero decidieron que el estreno ante sus fans sudamericanos sería en teatros y arenas -como el Gran Rex en Buenos Aires y el Auditorio Nacional de la capital mexicana- y no en estadios, para estar más cerca de su público, según ellos mismos explicaron.
Genuina o maqueteada, lo cierto es que la preocupación especial que el quinteto mostró por sus fans en esa primera vez en Santiago quedó demostrada en varias ocasiones. De hecho, poco después de aterrizar e instalarse en el hotel Hyatt, Chris Martin, el guitarrista Jonny Buckland, el bajista Guy Berryman y el baterista Will Champion salieron de sus piezas para saludar y fotografiarse con sus admiradores en la entrada del recinto. Una gentileza poco habitual en estrellas de su talla.
Aún menos usual fueron las declaraciones que siguieron a ese encuentro, cuando los ingleses hablaron con la prensa para disculparse por el precio de las entradas de los tres conciertos. “Acabamos de enterarnos de lo caros que son y nos gustaría disculparnos. No lo sabíamos antes. Entendemos que no podían ser de lo más barato porque tocamos en un lugar pequeño, pero es un poco vergonzoso el precio. Todavía tenemos entradas con las que intentaremos hacer felices a algunos. Cuando eres una banda grande ocurren muchas cosas sin que sepas”, dijo el propio Martin a El Mercurio en el lobby del Hotel Hyatt.
Más allá del valor de aquellas entradas -que costaban entre $40.000 y $80.000 de la época-, la preocupación de Coldplay por las campañas solidarias y el pago de precio justos ha sido una bandera que han izado durante toda su carrera. Conocido es el hecho que, hace años, donan el 10% de sus ganancias a organizaciones de caridad. Pero también, que la cercanía con sus seguidores es uno de sus más valiosos activos.
Así se vio en su anterior paso por el Estadio Nacional, cuando frente a 60 mil personas abrieron su recital proyectando en las pantallas un video con el testimonio de dos fanáticas chilenas, Dani y Vale, quienes oficiaron de presentadoras del grupo. O cuando Chris Martin agarró la cámara de una asistente en cancha vip para grabar a parte de la audiencia. La imagen del vocalista con la bandera chilena y luego arrodillado con profunda emoción sobre el escenario, por libreteada que pueda parecer, es una actitud que el público chileno valora, sobre todo después de casos como el de los insufribles Maroon 5.