Como quien da cuenta de las compras que hizo en el supermercado, Gabriela Mistral anotó en su diario, con fecha 7 de junio de 1950, una lista breve con cosas que había adquirido. Pero no eran latas de conservas, ni refrescos ni lácteos o productos de limpieza. Se trataba de azaleas, gardenias, un ciprés y 5 higueras de higo blanco que había adquirido en el Jardín Flotante de Xalapa, en Veracruz, México. Lugar donde residía por esos años.
La anotación se encuentra en el cuaderno 57 del llamado Legado de Gabriela Mistral, los documentos de la Premio Nobel que Doris Atkinson donó a nuestro país en el 2007 y que hoy están disponibles para su acceso en la Biblioteca Nacional Digital de Chile.
En base a esos documentos, que también incluyen conferencias, discursos y otros escritos, acaba de publicarse el Herbario Mistraliano, vía Ediciones Libros del Cardo. Una selección de escritos que la autora de los Sonetos de la muerte hizo en torno a las temáticas ligadas a los jardines, plantas, huertas, árboles frutales y flores. Lo natural.
Fue la destacada poeta nacional Gladys González, quien dedicó 4 años a realizar la investigación y selección para el proyecto. “La creación de este libro fue a propósito de un curso de literatura del doctorado de la PUCV dirigido por Hugo Herrera. Surgió la idea de hacer un cruce entre Emily Dickinson y las escrituras de la naturaleza en Gabriela Mistral, que era un proyecto que estaba realizando hace un tiempo”, cuenta González a Culto.
“Este proyecto fue creciendo hasta transformarse en un libro, que tendrá una segunda parte, por la enorme cantidad de diarios, ensayos, prosa y poemas referidos a la flora y fauna, así como al cultivo y cuidados del jardín o huerta”, agrega. Esta segunda parte está proyectada para el segundo semestre del 2022.
Mistral tocó varias temáticas durante su trayectoria: la infancia, el amor, la religiosidad, entre otras ¿Por qué hacer una compilación con sus escritos dedicados a lo “verde”? Responde González: “Gabriela Mistral siempre tuvo una fuerte conexión con la naturaleza, ella señalaba en sus textos que necesitaba el cielo sobre su cabeza para poder escribir e inspirarse, y que no requería de un escritorio sino sólo de una tablilla sobre sus rodillas, la ruralidad, los animales y lo místico se relacionan también con su espíritu político y precursor”.
“Ella fue naturista, practicaba yoga y la contemplación como acto de meditación –agrega González–. En cada país donde vivió hizo su jardín, adecuándose a las especies de cada territorio y generando una relación de complicidad con los jardineros, quienes le contaban secretos para hacer crecer las plantas y volverlas exuberantes. Ella misma llevaba una bolsa con tierra de Montegrande a todos sus viajes, para no olvidar su tierra, su infancia, sus vergeles, objeto que ahora está en el Museo Gabriela Mistral de Vicuña. Su amor y sensibilidad por las criaturas abarcaba a todos los reinos”.
Mistral se tomaba tan en serio el asunto que incluso, en el cuaderno 46 del Legado, de 1944, se encuentran textos detallados sobre las características y cuidados de diferentes especies como la higuera, plátano y naranjo. Incluye métodos curativos para tratar eventuales daños producto de hongos u otras circunstancias naturales como vientos, heladas o sequías. De alguna forma, es como si hubiese querido dejar para la posteridad un manual de cómo hacerse cargo de cargo de sus queridas plantas.
Pero la oriunda de Vicuña también usaba su extraordinario talento para hablar de plantas en otras ocasiones menos esperadas. Por ejemplo, para la inauguración de una biblioteca en Veracruz, el 10 de mayo de 1950, comparó al recinto con un jardín. “Una biblioteca es un vivero, de plantas frutales. Cuando bien se las escoge, cada uno de ellos se vuelve un verdadero ‘árbol de vida’ adonde todos vienen para aprender a sazonar y a consumar su bien”.
Junto con los archivos del Legado, González recopiló los poemas que Mistral hizo sobre estos temas y que fueron incluidos en los célebres libros Desolación (1922), Tala (1938), Lagar (1954) y el póstumo Poema de Chile (1967); además de un “recado” que escribió para la revista Sur, en 1945. ¿Cómo se caracterizan esos escritos? Gladys González responde: “Hay en esos poemas una profunda nostalgia, deseo de memoria viva y una exhaustiva investigación bibliográfica, son muchas las cartas y diversos documentos en donde solicita, le regalan o prestan libros sobre flora, fauna, cuidado de plantas, formas de cultivos, así como elementos mágicos, esotéricos y de tradiciones antiguas, la mayoría en donde las mujeres son las que llevan a cabo acciones que apoyan el bienestar común”.
“En el caso de Poema de Chile ella misma señaló: ‘Nuestra obligación primogénita de escritores es entregar a los extraños el paisaje nativo’, hay allí un reconocimiento de lo latinoamericano como un lugar de maravillas y resistencias, ese retrato de lo vegetal nos da también una pauta de lo revolucionario, desde lo biológico, que ya estaba presente antes de la aniquilación de civilizaciones milenarias en el territorio que habitamos –añade González–. Su vinculación con los y las campesinas, las mujeres indígenas y la infancia dan cuenta de ese mensaje holístico desde la naturaleza, sin la cual no existiríamos.”