Alison Krauss y Robert Plant son dos artistas inmunizados contra la expectativas: el mundo esperaba algo de ellos e hicieron exactamente lo contrario.
Krauss (50) es una cantante y violinista que desde los años 80 acumuló un éxito fenomenal al explorar las raíces del cancionero norteamericano, del bluegrass al country, aunque después optó por despojarse de las cuerdas y arrimarse a la balada pop, despertando el gruñido de su fanaticada más purista.
El inglés espantó a la ortodoxia de un modo mucho más radical y conocido. Cuando Led Zeppelin decía adiós en 1980, su legión esperaba que replicara esa figura felina en constante combustión con que había arrasado el decenio anterior, pero el artista optó por acomodarse como un creador más adulto y sereno, alternando entre el pop, el rock and roll embrionario y el olfato de un aventurero a la caza de sonidos de África o India.
Al menos en los últimos años, Plant (73) -con Bob Dylan de cerca- se ha consolidado como el símbolo del músico de la era dorada del rock que renuncia a su gloria pretérita con mucho orgullo y poca nostalgia. “Me hubiera convertido en un cliché. Tenía que conseguir una nueva voz”, asumió el intérprete en una entrevista de este año con Variety.
Y para huir del cliché, ambos se reunieron en 2007 casi de forma espontánea y sin pretensiones para despachar Raising sand, álbum colaborativo donde declaraban su amor por las raíces del catálogo estadounidense, recreando bajo un tono delicado y espectral composiciones originales de viejas leyendas del género. Sus voces fusionadas casi parecían originar una tercera más grácil, mientras los avezados instrumentistas creaban de fondo un paraje rico en sutilezas.
“Y éramos de dos mundos totalmente diferentes”, han comentado casi al unísono, subrayando el origen en los esquemáticos encuadres de la música vaquera de una y en la vorágine eléctrica del hard rock en el caso del otro. El ejercicio fue un fenómeno: vendió un millón de copias y ganó seis premios Grammy, incluyendo Álbum del año.
Al propio Plant le dio para bromear con su pasado al decir que por fin conocía un Grammy: Zeppelin nunca levantó uno mientras estuvieron activos (el primero lo consiguieron de forma póstuma recién en 2005). Una auténtica vergüenza para la Academia. Como otra alegoría, el suceso frenó cualquier plan de una posible gira de Zeppelin, reunidos ese mismo 2007 para un único show en el 02 Arena de Londres. El cantante optó por salir a la ruta junto a Krauss antes que con Jimmy Page. Led Zeppelin era el pasado que se clausuraba de una vez, en cambio su sociedad con la cantante eran el presente y el mañana.
Aunque -como todo en el británico- hasta cierto punto. En vez de empalmar de manera inmediata otro disco para capitalizar los elogios, la dupla una vez más escogió la templanza. Esperaron un tiempo y en 2009 intentaron hacer otras canciones juntos, pero los resultados no fueron buenos. “No pasó nada”, he reconocido Plant. Cada uno retomó sus carreras, con el cantante viajando por el norte de África para luego editar discos tan inquietos como estimulantes, como Lullaby and the Ceaseless Roar (2014), el mismo que lo trajo un año después a Lollapalooza.
Tuvieron que pasar 14 años para que nuevamente Krauss con su partner se sintieran a gusto y pudieran grabar. Raise the roof, estrenado en noviembre, es uno de los lanzamientos más redondos del año, también bajo la batuta del legendario productor T Bone Burnett, con ambos cantautores cogiendo canciones de otros (The Everly Brothers, Allen Toussaint, Betty Harris, Calexico) hasta convertirlas en piezas que avanzan sigilosas, evocativas de un mundo que ya no existe, entre violines, guitarras, cítaras y una dolceola. Apretar play es internarse en terrenos sorprendentes, donde fluye natural el talento de artistas que sólo miran hacia el frente. Con ellos, la canción nunca sigue siendo la misma.